El Puesto
La camioneta negra permanece estacionada cerca del cartel que señala la dirección hacia “El Puesto”, un pueblito antiquísimo de Catamarca, donde sus habitantes aún guardan las antiguas construcciones de adobe de los habitantes mas antiguos como reliquias, como si fuesen a volver.
El youtuber que mira hipnotizado el paisaje señala un camino bordeado por vegetación dura que va serpenteando una subida polvorosa por las elevaciones de mil colores. El joven trastabilla maravillado ante la belleza solitaria del paisaje,
—Mierda…—
—¿Estás bien, negro?— dice el compañero de travesía que sostiene un dron.
—Sí, sí… tranquilo… esto de caminar para atrás…— se sacude el polvo de la ropa— grabemos la última parte de nuevo…
—Bueno, Negrito… pero rápido, tienes que volver a la camioneta, está por atardecer y nos dijeron que va a ser difícil la subida sin luz…—
—Dale, Chamu… grabemos la subida y la bajada y seguimos camino— el joven suspira al mirar las colinas, un poco abrumado por el silencio que lo rodea—.
—Estamos solos, pero parece que nos siguieran mil espíritus, Chamu…—
—Bueno, negro, fue tu idea subir… nos hubiésemos quedado en el valle con los demás…—
—Sí, y tendríamos las mismas imágenes que todos… Chamu, vos no la ves… es una oportunidad de diferenciarnos en algo. Estamos acá, en medio de esta provincia que parece salida de otro planeta— mientras dice esto, el joven extiende los brazos y trata de respirar el aire puro y frío—. Ya escuchaste a la gente de San Fernando, acá pasan cosas que nadie registra, y sobre todo allá donde vamos. Yo quiero ser testigo…—
—Bueno, negro, convengamos que por más que estos paisajes te quiten el aire, acá no hay nada, solo historias, dichos, leyendas. Es solo un pueblo en una provincia del norte que se aisló sola y que a nadie nunca le importó… Yo te sigo en esta igual, pero no retracemos la subida. Quiero llegar al pueblo antes de que esto se convierta en una boca de lobo ynos quedemos sin señal—
—Chamu, acá… acá algo nos está esperando… lo sé…será epico—
Chamu se sonríe, el Negro le devuelve la sonrisa en un gesto de complicidad que solo ellos entienden.
El equipo de improvisados periodistas carga su mochila y corre hasta la camioneta negra que los esperaba más abajo. El diestro conductor serpentea la carretera, rumbo a “El Puesto”, ese pueblo del que todos hablan en el Valle cuando preguntan por historias diferentes, pero al que nadie recomienda subir, no porque sea peligroso, sino porque los visitantes no tienen la paciencia de los habitantes y se aburren a los pocos días, dejando de prestar atención a lo importante: lo que sucede todas las noches, entre las lavandas y las mandarinas, lo que camina arremolinando el polvo rojo y seco.
Ya les habían aconsejado quedarse en el Valle, allí donde la bulliciosa ciudad y los múltiples tours que ofrecían. Chamu y el negro se separaron del resto para llegar a donde nacían las historias más extrañas de la provincia, pero que nadie registraba, a pesar de estar ahí, a solo dos horas de la ciudad. Aunque fuera difícil llegar, aunque te quedaras sin señal al llegar a las colinas, estaban ahí: los paisajes más extraños, tan extraños como sus habitantes. Esto último lo descubrieron apenas llegaron a El Puesto. Apenas bajaron de la camioneta, en la entrada misma. La larga fila de casas marrones, a tono con el color de la tierra, el silencio, y en medio de la pequeña plaza, un monolito que Negro fotografió al pasar desde la ventanilla de la camioneta, recordándole a Chamu volver A leer las placas que lo decoraban, pararon al final de la calle de tierra, mientras Negro revisaba los papeles y anotaciones. Chamu preguntó:
—Negro, ¿estamos bien de combustible para la vuelta?—
Chamu siempre estaba preocupado por los detalles de las situaciones, como llegar, volver, subsistir. Alguno de los dos tenía que encargarse, porque Negro vivía el momento como si fuera el último. Entonces llegaban a los lugares y terminaban durmiendo en las plazas, si Chamu no hubiera aprendido a adelantarse. Pero esta vez, apenas llegados al Valle, se separaron del grupo y comenzaron el camino hacia El Puesto, que según muchos habitantes, era un caldero de historia y misterios que nadie contaba y que Negro quería registrar. No solo para diferenciarse y despegarse de los demás, sino por una extraña fascinación que esa provincia ejercía sobre él desde siempre. Chamu lo sabía, por eso, cuando llegaron a la provincia, él ya tenía contactos en El Puesto, los que había podido recolectar, aunque pocos, pero confirmados.
Dormirían en una pequeña dependencia religiosa que funcionaba como hostería para los pocos visitantes de la ciudad de Adove. Y por la noche, subirían a un sector del lugar donde estaba la Casa de la Bruja, que podía ser cualquier cosa menos una casa. Un montículo de piedras, miles de ellas, que formaba una curiosa forma de cueva contra las laderas de las montañas. En su costado, un cruz de madera tallada, humilde, pero que servía para señalizar la cueva. Dentro, quién sabe, nadie subía hasta allí; se detenían a algunos metros antes, alertados por las leyendas de los habitantes y porque llegar ahí podía ser peligroso si no conocias la zona. Los sahúmos quemados se acumulaban en la entrada durante ciertas épocas del año y humeaban en esas noches, como si la bruja estuviera cocinando algo. Era inquietante. Negro había visto algunas fotos de esos momentos, y le inquietaban. Por más que se supiera que en esas zonas abundaban los ritos a la Pachamama y sus espíritus, algunos que ni siquiera conocían en el Valle, y que esos sahúmos provenían de ofrendas y no de una siniestra comida preparada por un ser pagano. Pero en alguna de esas imágenes recolectadas de internet, se podía ver una silueta pequeña cerca de la fogata, y no se trataba, según los habitantes, de ningún niño travieso, porque descender a esas horas era imposible y los lugareños no hacían bromas con esas cuestiones sagradas de su tierra, con sus tradiciones que eran como el alma del pequeño pueblo andino. Él quería saber más. Y a eso iba. A desenmascarar o a descubrir.