Dividida 2 "el viaje"

El Politico, el panadero y la periodista

El Politico, el panadero y la periodista

De pie sobre el escenario, sacudía las manos, gesticulando hacia el público reunido al pie. Una sonrisa blanca y alineada jamás abandonaba su rostro. Al guiño de sus ojos color agua marina, alguien inevitablemente se sonrojaba. Con voz clara y firme, se dirigía a la multitud que lo escuchaba con atención y aplaudía en los momentos más entusiastas.

—Qué hombre hermoso... —comentó en voz alta una señora a sus amigas. Como muchas otras, solo había acudido al aburrido evento para ver en persona a Pablo Pérez, el próximo candidato a intendente.

Las demás sonrieron. Había que saber reconocer el atractivo de ese hombre que, según la revista Picadillo de Estrella, seguía soltero, aunque cambiaba de novia más que de zapatillas. En lo demás, estaban bastante de acuerdo también: era el que más había hecho por el barrio.

Lo que Picadillo de Estrella no explicaba bien era de dónde habían salido los fondos para la campaña. Pero eso al barrio no le importaba. Sabían que Pablo, antes de lanzarse a la política, había sido junto a su padre un empresario del rubro panificador. Dueño, entre otros emprendimientos, de Medialunas de Mingo, famosas ya en todo el país. La receta, celosamente guardada, era conocida solo por él y su socio: Papiro. Obviamente, ese no era su verdadero nombre, pero así lo conocían todos. Maestro panadero y socio de Pablo.

Con el tiempo, Pablo se dedicó a la política y su amigo se quedó manejando las fábricas y las franquicias de las medialunitas más famosas del país, como rezaba su logo. Pero esas revistas amarillistas siempre se enfocaban en lo que vendía: no les importaba la lucha del hombre contra la falta de trabajo en el barrio, ni las oportunidades que generaba para los jóvenes. Les importaba, por ejemplo, con quién había asistido a una cena en Capital, el color exacto de sus ojos, quién era su joven hermano… y poco más. Eso era lo que vendía.

—Vamos a llevar este pueblo al lugar en el que estaba hace 20 años. ¡En zona de crecimiento! ¡Se han olvidado de nosotros, amigos... pero yo, Pablo Pérez, les voy a recordar a cada uno de ellos quiénes somos! —ante tamaña afirmación, el lugar estalló en aplausos.

En el fondo del lugar, con los brazos cruzados, estaba su amigo. Serio. Había sido obligado a participar. No aplaudió. Aunque sabía mejor que nadie en el lugar que Pablo no exageraba. Si decía algo, era porque estaba convencido de que iba a lograrlo, como todo en la vida. Y eso, justamente eso, era lo que más lo preocupaba a él y al padre de Pablo. Porque el lugar donde se estaba metiendo no era como amasar medialunas y levantar emprendimientos. La política era un terreno pantanoso, lleno de mentiras. Y Pablo… Pablo no era débil. Era un hombre que no se acobardaba, que enfrentaba las cosas. Papiro estaba preocupado. Y también enojado. Podrían tener una vida tranquila los dos. Pero él se había metido en esto, y tarde o temprano eso afectaría a las empresas. De alguna forma.

Se abrió paso entre la gente. Hermosa, vestida de jean y con una cascada de rulos rozándole la cintura. Cuando estuvo justo enfrente de él, disparó:

—Te dije que fotos no...

—¿Ni siquiera una para tu vieja amiga?

Pablo se detuvo, enfocó mejor a la mujer y frunció el ceño. Pero unos segundos después, su semblante se suavizó.

—¡Silvina! —Y la abrazó con su metro noventa, como si fuera una niña.

Papiro la vio de lejos. No descruzó los brazos, pero sintió fuerte el corazón dentro del pecho.

Mierda, Papiro… ella otra vez… y vos seguís como siempre, pensó. Pensó en retirarse antes de que ella lo viera. Pero llegaron antes hasta él. Y lo abrazaron muy fuerte, como hacían cada vez que se encontraban. Era así desde que eran adolescentes. Y eso que no estaban ni Bautista ni Abi.




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