Dividida 2 "el viaje"

No estan ahi

El alma se le partía en dos. La cabeza latía con fuerza; el dolor le impedía abrir los ojos. La náusea no la dejaba hablar ni levantarse. Ya no había nada por lo que luchar, ¿para qué levantarse? No quiso que Abigail llamara a su madre: quería quedarse ahí, hundirse para siempre en la almohada de su amiga.

Cuando pasó la congoja, se levantó abrazando su vacío inmenso, ese que sentía desde el funeral, ese que la aplastaba y casi no la dejaba respirar. Hizo un esfuerzo y se arrastró hasta el comedor. Abigail hablaba por teléfono. La escuchó implorar:

—Papiro, no. Si volás a Catamarca, ¿cómo sabés dónde buscar? No sabemos dónde fue… ¿Pudiste hablar con Corina?

Como si estuviera sumergida en una nube de niebla, Silvina escuchaba pero no entendía. ¿Bautista? ¿Qué pasó con Bautista? Poco a poco fue reaccionando. La parte de Silvina que juntaba piezas y resolvía estaba ahí, a pesar del dolor intenso que sentía.

—¿Corina ya llegó a Catamarca? ¿Y qué te dijo…? —Abi seguía al teléfono. Seguro alguien le relataba algo.

—No, no se despertó… No le caerá en gracia que te hayas ido, Papiro…

¿Papiro se fue? ¿A dónde? Los necesitaba a todos ahí.

—¿Papiro dónde está?... —preguntó casi en un hilo de voz.

Abi se giró para mirar a su amiga.

—Bueno, te llamo después, amigo… Sí, sí, la cuido. ¡Sí, te dije que la cuido!

Después de cortar el teléfono, Abigail tanteó el estado de su amiga para ver qué podía contarle y qué no. Silvina se recompuso: la Silvi inspectora, investigadora, volvía solo por la preocupación que le causaba la partida de Papiro y la ausencia de Bautista. Así que Abigail resumió todo en una frase:

—Silvina, no sabemos dónde están Bautista y Chamu… Nunca bajaron del pueblo al valle. Corina ya voló a Catamarca a buscarlos y Papiro… Papiro se marchó también.

Durante la hora siguiente, Silvina revisó su agenda, llamó a los contactos que tenía en la provincia y al equipo que había acompañado a sus amigos hasta el valle. Abigail los llamó uno por uno. Todos coincidían en lo mismo: subieron a un pueblo para registrar algunos hechos. Era un viaje corto de tres días, pero nunca volvieron. El último mensaje que recibió Corina fue de la responsable de la hostería, quien le dijo que las pertenencias de los jóvenes seguían allí, junto a una camioneta estacionada desde hacía varios días.

La tristeza por Pablo, la desaparición de Bautista en medio de este dolor insoportable, le habían quitado a Silvina los colores que siempre tenía para todos. En pocos días de desconcierto sobre el paradero de Bautista, sin dormir ni alimentarse, tomó la decisión.

En ese cuarto en penumbras, donde hacía días Abigail y Silvina dormían abrazadas al teléfono esperando un llamado —uno solo, que les indicara dónde estaba Bautista—, Silvina releyó el último mensaje de Papiro:

Estoy en el puesto ya. En la hostería solo quedó la mochila de Bautista. La camioneta está cerrada, sin combustible, como te dije ayer, Silvina.
No, no están en ningún lado. Los del pueblo recuerdan verlos llegar y desaparecer.
No sé si subieron, a esta altura todo es confuso. Subí varias veces a la famosa casa de la bruja. Es solo un montón de piedras.

Abi, ¿te digo?
Voy a quedarme acá, Silvi. No voy a volver hasta que los encuentre.

Ese fue el último. En la oscuridad, la pantalla verdosa del Nokia era como un faro. Abi sollozaba dormida; muchas veces, en estos días, se había despertado llorando. Silvina le apretó las frazadas como si se tratara de una bebé y no de una mujer adulta.

—Descansá, amiga…

Cuando Abi recuperó el sueño, Silvina se incorporó. Ya bajo la ducha, dijo en voz alta:

—Yo también viajo…




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