Dividida 2 "el viaje"

Soy yo

Abigail caminaba de un lado al otro en la cocina del departamento. Apretaba con tanta fuerza el pequeño Nokia que los nudillos se le habían puesto blancos. Cada dos o tres minutos detenía su caminata infinita y miraba el visor verde en busca de algún mensaje nuevo. Los últimos diez mensajes enviados a Silvina no habían tenido respuesta; los mismos diez enviados a Papiro tampoco.

“Amiga… llegué recién a Catamarca… estoy bien, tranquila”.

El mensaje de Silvina la hizo llorar de angustia.

“Abi, ya te dije que me voy a quedar acá hasta que encuentre a Bauti, tranquila nena. Te voy informando, tené paciencia. Acá no tenemos señal, solo cuando bajamos a San Francisco, y yo prefiero quedarme en El Puesto…”

El mensaje de Papiro entró al mismo tiempo que el de Silvina. Ahora sí respiró aliviada. Se hundió en el sofá del comedor y cerró los ojos. Por un instante, el dolor de cabeza amainó y le dio un descanso.

Papiro en El Puesto, Silvina viajando… Corina que también se volvió… ¿qué estoy haciendo acá sola?

Lo pensó, y se durmió aliviada ya de ese dolor de cabeza que, desde el funeral de Pablo, la perseguía.

—Abi…

La voz sonó dentro de su cabeza, por eso creyó que estaba soñando. Le resultaba familiar.

—Abigail, soy yo, hablame. Estoy en este tren hace horas, no hay paradas y parece estar vacío. Amiga… necesito ayuda.

La voz le pareció la de una niña, o quizá de una adolescente. Algo familiar. Qué sueño tan extraño…

—No estás dormida, Abi… soy yo.

Abigail pensó que, cuando se despertara, se haría un desayuno ligero y también viajaría. Quedarse sola allí era una tontería.

—¡Abi! ¡No estás durmiendo, soy yo!

El grito dentro de su cabeza la sobresaltó. Se incorporó del sillón y se quedó quieta, en silencio, inmóvil.

—Abi, no es que tenga miedo. Subí al tren porque pensé que había alguien familiar… una chica creo que me llamaba. ¿Estás enojada?...

Abigail frunció el ceño y miró instintivamente hacia la tele. Capaz la había dejado prendida… o capaz era la radio.

—¡No, Abigail! ¡Soy yo! ¡No soy la tele!

—¿Estoy enloqueciendo?... —dijo en voz alta, poniéndose de pie y mirando sospechosamente la radio y el portero eléctrico, por donde alguien podría estar hablándole.

—¡Basta! Abigail, esto es urgente… ve con la tía Pupe…

Cuánto hacía que nadie nombraba a la tía Pupe. Enseguida el sabor del té de limón inundó su recuerdo. La extrañaba mucho; hasta sus últimos días había sido su tía preferida.

—Busca a Silvina, a Pablo…

Abigail se hartó. Si se estaba volviendo loca, debía ponerle un freno a su cabeza. No había tiempo para enloquecer: había que buscar a Bauti.

Basta ya. Deja de hablar en mi cabeza. Deberías saber que ni Pablo ni Pupe existen ya en este mundo. ¡Basta! Haz lo que tienes que hacer, ve por tus amigos, ayúdalos. Que el miedo no vuelva a paralizarte.

Se dijo a sí misma, y corrió a darse una ducha fría.

Alguien, en un tren vacío que corría por una vía oscura, se largó a llorar. Así se siente la soledad.




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