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Papiro se enamora

Papiro se enamora

Llega a la casa de la tía Pupe y toca el timbre. Su misión es entregar las pepas y volver a su casa.

“Están las chicas,” piensa. “Bueno, no importa, no hay que ponerse nervioso. No pasa nada. Va a abrir Pablín o la tía. ¿Y si abre ella? ¡Qué me importa que abra ella! Por mí que abra ella y todas las demás, incluso la niña rara de los aros antiguos, la que parece tener rayos congelantes en los ojos. No importa.”

Se suena el cuello con un movimiento y traga saliva. Parece que sí le importa quién abra la puerta, pero no lo va a aceptar. En su mente, la misión es clara: entregarle las pepas a la tía y volver a casita a jugar con el Atari.

Es la tía Pupe la que abre la puerta. Dentro se escuchan ruidos: una radio y la canilla corriendo en la cocina.

–Julián… –dice Pupe, y pellizca los cachetes del joven, que se sonroja. La tía lo conoce del barrio; es una de las pocas personas que siempre lo llama por su nombre de pila y le manda saludos a su abuela.

–¿Querés pasar, Julián? Tengo una bolsa de retazos que junté para tu abuela... –Papiro cruza el umbral y busca con la mirada a más visitantes en el interior, pero, salvo la canilla que corre en la cocina y la radio que suena bajito, no ve a nadie.

–Señora, ¿no ha venido Pablo hoy? –El joven se sienta en la mesa. Hay solo una taza de té servida; quiere preguntar por alguien más.

–¿Pablo? No, Julián…

–Don Mingo… él dijo que hoy se reunían, o estaban reunidos, por eso pregunto…

La tía Pupe lo mira extrañada; no había motivos para reunirse. Su sobrina estaba recuperándose de sus propias angustias después de una internación, y Pablo, a menos que hubiese algo que reparar o quisiese ver a Bambi, hacía tiempo que no venía. “¿De qué habla este chico?” pensó Pupe. Aunque algo la inquietó: Bambi se había despertado inquieta ese domingo y algo confundida, cosa que no era habitual en ella, que siempre parecía ir un paso delante de todos. Después de desayunar, había permanecido debajo del limonero en silencio, y le había preguntado varias veces cuándo venían los demás, lo cual había confundido a Pupe.

–No, mi niño… aquí solo estamos Bambi y yo –dice, y lo empuja con ternura hacia la mesa del comedor.

Papiro frunce el ceño. Desde donde está, puede ver sobre la mesada de la cocina dos bandejas de canelones y una fuente de ñoquis acomodada.

–¿Va a comer, tía? –dice, señalando la mesada.

La tía mira en esa dirección. Lo cierto es que hacía varios minutos que notaba la cantidad de comida que había cocinado; para ella era algo raro. No recordaba cuándo había sido ni por qué. Y hace lo que siempre hace cuando se encuentra en una situación que no puede explicar: cambia de tema.

–¿Vas a ser periodista vos?… por lo pregunton… bah, bah, bah. Sentate ahí, mi niño, y tomate el tecito conmigo y charlame, quiero saber cómo anda tu abuela.

Papiro no indaga más. Él no es como Silvina… tan hermosa Silvina, tan inteligente, tan, tan…

–Tan metiche, mi amiga… –Papiro se sorprende al escuchar la voz de Bambi, que adormilada entra en la sala y termina la frase que él estaba pensando en su cabeza.

–Niña… sentate acá con Julián… has dormido un montón… –Se escucha la carcajada de Bambi, que doblada en dos, con un enorme camisón rosado de la tía, parece más delgada y pequeña.

–¡Julián! Julián te llamás, zapato… –le dice, riendo.

–Cortala vos, que tu nombre parece más el de unas galletitas que un nombre –le responde Papiro, que no tiene ganas de pelear, aunque está un poco confundido.

Bambi se sienta con Papiro y lo mira como es su costumbre, directo a los ojos. Él no se amilana como Pablo; él no siente lo que Pablo siente por la chica nueva… aunque, si fuera Silvina, eso sería…

Eso sería distinto porque a vos mi amiga te gusta mucho… –termina la frase que empezó a decir Papiro en su cabeza. Esta vez el joven se sobresalta y la mira frunciendo el ceño, completamente colorado.

Ambos miran a la tía Pupe. Les parece raro que no intervenga; la tía siempre limitaba estos extraños comentarios de Bambi cuando arrancaban, pero esta vez solo miraba las bandejas de canelones, tratando de descubrir por qué cocinó tanto y cuándo.

Para la reunión, tía… Se interrumpió y bueno… estamos acá como si no hubiese ocurrido.

–Basta, Bambi, ¿qué reunión? Estuviste durmiendo toda la mañana… como sea… Julián, ¿te preparo unos tuppers con algo de comida?

La tía se dirige a la cocina y empieza a guardar comida, mientras los jóvenes murmuran entre sí.

–¿Qué está pasando, nena?

No preguntes, no entenderías. Si vos estás confundido, imaginate los demás que se están despertando en este momento en sus casas, incluida la mamá de Silvina –Bambi mastica una pepa de batata y mira a Pupe, que sigue atareada en la cocina.




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