Dividido

DIA DE MUERTOS: PARTE 5

El silencio se estiró unos minutos, como una cuerda tensa que ninguno de los dos se atrevía a cortar. Solo se oía el zumbido lejano del refrigerador y el ruido de las hojas del limonero moviéndose con el aire. Yolo movía los labios de vez en cuando, como si ensayara palabras que nunca terminaban de salir. Me miraba de reojo, nerviosa, luego bajaba la vista, jugueteando con los dedos.

El silencio se volvió aún más incómodo cuando Voldy dejó de hacer ruido y tal vez se había quedado dormido.

—¿Qué pasa? —pregunté, ocultando el dolor punzante que sentía en los dientes. Cada palabra me hacía sentir como si algo dentro de mis encías estuviera latiendo, creciendo.

—Umm… ¿has tenido novia? —preguntó de pronto, sonrojándose. Sus manos se detuvieron sobre su pantalón, y sus dedos quedaron entrelazados, quietos. No me miró al decirlo.

Tuve que reír, aunque no muy fuerte. Era tan absurda la pregunta en ese momento… apenas nos conocíamos, me había invitado a su casa, me había desmayado frente a ella, y ahora me preguntaba eso.

Pero la risa me traicionó. El dolor me atravesó de nuevo la mandíbula y apreté los dientes con una mueca.

Yolo lo notó enseguida.

—¿Estás bien? ¿Te duele mucho? ¿Le marco a la ambulancia? —preguntó con auténtica preocupación, sacando el celular con rapidez.

—No, no, cálmate, Yolo. Solo sentí un pequeño dolor, no es para tanto —dije, tratando de detenerla antes de que llamara a media ciudad. Ella dudó un instante, pero volvió a guardar el teléfono con un suspiro.

—Y… no, no he tenido novia —respondí finalmente, dejando la frase así, seca, exacta.

Pero ella no se quedó conforme.

—¿Y novio? —preguntó con una sonrisa traviesa, esa que alguien pone cuando no sabe si lo que dice es una broma o una verdad disfrazada.

—Amm… —fue todo lo que pude decir, pensando cómo evitar el tema.

—¡¿Has tenido novio?! ¿Te gustan los hombres? —Su tono fue una mezcla de sorpresa y juicio involuntario.

La miré, y con solo esa mirada intenté decirle *“¿en serio me estás juzgando?”*. Mi expresión fue tan clara que Yolo se encogió de hombros de inmediato.

—Perdón, perdón —balbuceó rápido—. Te hago preguntas que no debería. Te acabo de conocer y… lo siento. Solo me sorprendió, pero no te preocupes, era curiosidad, nada más. Eres alguien guapo, inteligente y pensé que…

—Entiendo, Yolo —la interrumpí antes de que siguiera hundiéndose—. No pasa nada. Creo que hasta yo me habría sorprendido. Pero no es exactamente que me gusten los hombres… o que no me gusten las mujeres. Es más complicado.

Ella me miró en silencio, con la cabeza ligeramente ladeada, esperando. Había algo en su curiosidad que era infantil, pero no en un mal sentido. Era como si quisiera entender de verdad.

—En secundaria había un chico —continué, sin saber muy bien por qué lo hacía—. Nos llevábamos muy bien, mejor que con mi amigo Samuel. No sé cómo pasó… un día estábamos jugando “Verdad o reto” con los del salón y me retaron a besarlo. Fue una tontería. Pero lo hicimos.

Yolo ni siquiera pestañeó.

—¿Y? —preguntó con un hilo de voz.

—Y nada —respondí, bajando la mirada—. Después de eso, seguimos haciéndolo. No era amor ni nada… solo nos gustaba. No sé si era por el secreto, o porque ninguno de los dos sabía bien qué estaba sintiendo. A veces hablábamos de eso, pero nunca llegábamos a entenderlo. Solo… lo hacíamos. Nos reíamos, y seguíamos como si nada. Hasta que él cambió de escuela. Y ya.

Me quedé callado, observando sus manos entrelazadas sobre sus rodillas.

Esperaba otra reacción —asco, sorpresa, risa nerviosa—, pero lo que encontré fue algo distinto. Yolo me miraba con los ojos muy abiertos, brillantes, como si acabara de escuchar una historia triste y dulce al mismo tiempo.

—Eso suena… lindo —dijo al fin, sonriendo de forma suave.

—No sé si “lindo” sea la palabra —contesté, cansado, recostándome más en el sillón.

Ella soltó una risita torpe.

—Es que… no sé, se escucha como algo sincero. Como cuando haces algo sin pensar, pero porque se siente bien —comentó, moviendo las manos, nerviosa, buscando las palabras correctas.

No supe qué decir.

El dolor en mis dientes volvió con fuerza, como una oleada caliente que me subía hasta la sien.

—¿Tienes alguna pastilla? —pregunté entre dientes, literalmente.

—¡Sí, sí! Espera, creo que mi mama tiene en su cajón—respondió rápido, levantándose de un salto, casi tropezando con la mesita al intentar ayudar.

Después de traerme una pastilla, Yolo me contó, con voz suave que trataba de sonar despreocupada, que jamás había tenido novio… ni amigos. Decía que por su forma de ser, los espantaba. Que a veces intentaba ser amable, pero al final siempre pasaba algo: un tropiezo, una frase mal entendida, o simplemente su torpeza, y todos se alejaban.

—Al principio creía que era mi culpa —dijo mirando el suelo—. Pero luego entendí que a la gente no le gusta lo diferente. En la secundaria me decían “la rara”. Algunos solo se reían de mí… otros me escondían mis cosas. Y los profesores… —su voz se quebró un poco— si no fuera por mi mamá, hasta ellos me habrían hecho sentir menos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.