Divinos: El Legado Stormbærer.

Capítulo 2:

 

Llegada la séptima hora del día, cuando los tenues rayos de sol azotaron al continente verdoso, el magistrado se dirigió hacia las puertas del bastión. Una construcción inmensa era esta; un altísimo edificio, solo superado en tamaño por los inmensos arboles a su alrededor, y que además era rodeado por murallas incluso el doble de gruesas que el tronco de estos. Y junto a dicha estructura, un numeroso grupo de jóvenes aguardaban a la llegada del estoico Magistrado.

 Las cortesías llovieron sobre Bryter cuando este pasó junto a ellos. Contempló entonces los rostro de cada uno, reconociendo a un par y dándose a la tarea de recordar algunos otros; aquellos que consideró prometedores. Mas entre la muchedumbre, la mirada que se quedó fija en su mente no fue otra que la del Príncipe mestizo. Su entrecejo se fruncía en un gesto desconfiado, una sombra que inquietó un poco el corazón del guerrero. Mas su postura no fue alterada, y sin importar lo que sintiese en ese instante caminó junto a él y reverenció con respeto.

—Mi señor, es un placer tenerlo con nosotros este día.

El muchacho no respondió. En vez de eso, apartó su mirada y mantuvo un silencio paciente, muy impropio de su persona. Mas no era odio lo que le perturbaba en ese instante, no estaba atemorizado, ni mucho menos sentí recelo de ningún tipo; no era eso lo que hacía temblar sus manos ni lo que debilitaba el empuje de sus piernas. La idea de ser puesto a prueba por encima de los demás, de ganar su título de manera indiscutible sin importar cuanta desventaja se le impusiese, hacía acelerar su corazón. En ese mismo instante, lo que sostenía la intranquilidad dentro del muchacho, era la genuina emoción por el desafío.

Frente a los presentes, Bryter tocio para limpiar su garganta. El lugar fue sumido en el silencio más absoluto, dejando solo el soplar del viento para acompañar la voz del hombre. Él les observó, mostrando a su vez una sonrisa llena de orgullo antes de hacer sonar sus palabras.

—Agradezco su presencia desde el fondo de mi alma. Si bien es cierto que la paz es plena y abundante en nuestra querida Naturlig, el tener a tantos jóvenes interesados en su protección es tranquilizante. Sepan ahora, que el desafío frente a ustedes no es para nada sencillo, y que es muy probable que muchos de ustedes abandonen o fallen este intento. Mas no dejen que el desanimo les agobie, pues la derrota es parte fundamental del aprendizaje. Lo importante es, ante todo, no rendirse.

El grupo asintió con confianza. Ni uno solo de ellos que se atrevió a dar la vuelta; permanecieron firmes frente al magistrado, esbozando gestos llenos de disposición y valor. Incluso si la búsqueda de cada quien era diferente, y aunque muchos no tuvieran lo necesario para llegar al final, todos compartían la fuerza para emprender el viaje.

—Dicho esto, daremos lugar a la primera prueba —anunció por fin el humilde guerrero.

Bryter dio media vuelta y caminó hacia las profundidades del bastión. Cumplidos los quince minutos, regresó al lugar portando entre sus manos un total de cuarenta sobres, y se dio a la tarea de repartirlos entre los presentes; uno especial para cada uno de ellos. Y hecho esto, regresó a su puesto frente al portón doble del bastión, y alzó su voz de nueva cuenta:

—Lo que acaban de recibir es una encomienda especial. Su deber será buscar el objeto que se dicta en su interior y presentarse ante mí en un tiempo inferior a dos horas. Esa es la tentativa, y de no cumplir con dicha marca de tiempo indicada serán irremediablemente desaprobados.

De inmediato comenzaron a desgarrar el papel de los sobre, haciendo volar sus pedazos y manchando la solemnidad de los bosques. Ante las palabras de dichas encomiendas, una buena parte dejó salir suspiros de aliviado. Encontraron en su haber objetos tan simples como «hojas de roble», «plumas de zorzal», o «rosas salvajes». Mas la misma suerte no estuvo con muchos otros, pues al solo ojear el contenido de los sobres su semblante palideció con nerviosismo. Peticiones tales como «cuernos de venado», «veneno de alacrán» y «mineral arraizado» fueron la perdición de los más desafortunados.

Tras el susto inicial, Bryter alzó una mano en señal de preparación. En el mero instante, la palabra «COMIENCEN», emanó de sus labios cual trompeta de guerra, y el caos comenzó. Los jóvenes corrieron a la velocidad del sonidos, chocando entre ellos y perdiéndose en cada dirección posible. Arrancaron el suelo, levantaron piedras, escalaron árboles e incluso comenzaron imitar sonidos de animales con la esperanza de atraer su pase a la siguiente prueba. Sin embargo, tal no fue el caso para todos; hubo un pequeño elfo que no cedió a la fiebre del momento, y se mantuvo quieto con el pedazo de papel en sus manos. El mismísimo magistrado observó la escena con azoramiento. Desde su puesto, apreció la imagen del Príncipe, más quieto y tranquilo de lo que nunca lo había visto.

—¿Ocurre algo, señor Stormbærer? —preguntó con seriedad mientras se acercaba a él.

—Pues tal parece que sí —suspiró con desanimo—. Verá, resulta que el objeto que aparece aquí no otro que el de la «Camila del norte»; una planta que, como usted sabrá, solo florece en épocas invernales.

El hombre le observó manteniendo su serenidad. —La suerte le ha jugado una mala pasada, me temo. Los objetos están dictaminados al azar, y situaciones así son totalmente normales. Le sugiero sin embargo, que haga su mejor esfuerzo, y se dirija cuanto antes a buscar dicha flor. No sabrá si es una misión imposible hasta que lo intente.

Jinyu se sostuvo su mirada por unos instantes. Sus ojos, llenos de seriedad, irradiaban un aura de desconfianza que en silencio apuntaba hacia el soldad. No se dignó siquiera a replicarle. En vez de eso, dio media vuelta, y realzando su orgullo se alejó mientras planeaba su mejor jugada.

Tras esto, el tiempo pasó. Los futuros aprendices regresaron uno a uno al lugar, presentando sus encomiendas o declarándose desertores del desafío. Bryter vio florecer la felicidad en quienes superaron la labor, el cansancio en quienes sobrellevaron la adversidad, y la frustración y tristeza de quienes no pudieron. Y con cada nuevo rostro que regresaba, un ápice de esperanza nacía en su interior; aquella posibilidad infame porque el rostro del Mestizo real no volviese a mostrarse por aquellos lares. Mas tal deseo se vería aplastado apenas cinco minutos antes de haber finalizado la marca de tiempo. En la distancia, caminando con una sonrisa soberbia y maliciosa, se dibujó la silueta de aquel muchacho de dorados cabellos; llevaba ambos brazos tras su espalda, y su frente apuntaba al cielo con un orgullo que haría palidecer al de los leones.




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