Repletos de cultivos eran los terrenos de Dette que se extendían bajo el celestino cielo; maizales, viñedos, árboles de manzanas, durazno y naranjas por doquier. Se repartían entre longevas secciones de tierra cuyos límites eran demarcados por caminos de gravilla, cuyas líneas llevaban directo a los aposentos de sus amos. Allí residían aquellos encargados de tales empresas.
Fue ante aquel colorido escenario y bajo el mañanero sol de primavera que apareció un muchacho de resplandeciente juventud. Vestía con finas telas de color negro con bordajes en verde y amarillo, que no escatimaban en comodidad ni en lujo; llevaba una camisa sin mangas, unos pantalones holgados, unos zapatos de corteza de pino y un sombrero de mimbre. Era de estatura media, y su físico era remarcable. Sus cabellos eran dorados como los rayos del mismísimo sol. Sus orejas eran más cortas, al menos para los estándares de los elfos, y sus pieles un tanto más oscuras que la de estos últimos; podríamos decir que era bastante semejante a los barones humanos, pero con facciones élficas muy marcadas.
En la entrada de su hogar, un avejentado terrateniente contempló la llegada del joven desde que el mismo puso un pie en sus dominios. Le sonrió con cierta complacencia, y con sus brazos abiertos le brindó una bienvenida un tanto incomoda.
—¡Señor Stormbærer! ¡Ha llegado antes de lo acordado, no le esperaba sino hasta dentro de unas horas!
—Decidí acercarme antes de lo planeado —replicó sonriente—. Tengo planeado organizar una pequeña reunión, por lo que quise terminar con mis deberes lo antes posible. Entiendo que usted, siento un hombre ocupado, sabrá apreciar este pequeño ahorro de tiempo.
—¡P-Por supuesto, mi señor! —asintió casi al instante.
El anciano se hizo a un lado, y Jinyu se adentró en su morada con rebosante tranquilidad. Caminaron hasta el comedor, y tomaron asiento frente a la mesa, lugar donde Jinyu abrió su libro de recortes y, con la pluma comenzó a acatar las indicaciones que el granjero ofrecía. Anotó cuanto salió de su boca; la cosecha estimada de los próximos meses, la cantidad recolectada con antelación, los trabajadores que habían formado parte del rubro, y un sinfín de formalidades. Desde luego se tomó su tiempo, más podía notarse que su mano se movía con un evidente apuro.
De tal forma se llevó a cabo la junta, misma que perduró hasta un total de dos horas. Y una vez finalizado, Jinyu hizo girar el instrumento en su mano y resopló un poco más relajado.
—Bien, ¿es eso todo?
—Así es, eso sería todo por esta vez —confirmó el hombre—. Notará sin embargo, que la producción a decaído bastante en los últimos meses. Hemos tenido algunos problemas con la tierra. Hicimos todo lo posible por cuidarla y evitar que se heche a perder, pero las plantas simplemente parecen perder su fuerza. Es un hecho preocupante…
—He de suponer que tiene sus sospechas. ¿Cuáles piensa que son los motivos?
—Pues, no sabría decirle con exactitud. Es por eso que nos vendría bien algo de ayuda por parte de su majestad y sus allegados. Tal vez incluso…
—Podría tener algo que ver con el ruido de afuera —interrumpió.
El anciano observó el príncipe con extrañada atención. Arrugó el rostro, y sin darse a la espera se acercó hasta la ventana para observar al exterior.
—Lo siento, pero me temo que…
—¿No lo escucha? ¿Por qué no agudiza el oído? Es una especie de golpetear metálico, como el sonido de herramientas chocando entre sí… o el de las armas —resaltó suspicaz.
—De seguro son solo los dependientes. Estoy seguro de haberles dicho que se tomasen el día libre. Esos desgraciados jamás me escuchan…
Jinyu le observó sin levantar siquiera una ceja. Su mirada tranquila, libre de preocupaciones, pero a su vez inquisidora e indagarte. Ante aquello, los bellos en la nuca del granjero se erizaron; su rostro no cambió, continuó con su semblante desentendido, pero su corazón latía con desesperación ante las sospechas del príncipe. Y tal momento se alargó por pesados minutos, cuales se sintieron como horas para el asustado terrateniente.
—No, estoy seguro de que allí hay algo más —resopló mientras abandonaba su asiento—. Será mejor que vaya a ver qué…
—Por favor, insisto en que no vaya. Es muy peligroso, podría haber un animal salvaje entre los cultivos… ¡El otro día avistamos un pequeño oso en las cercanías! Además, han de ser solo mis hombres. Estarán afilando las herramientas, estoy seguro de ello.
—Si es un oso, entonces mejor que sea yo quien lo confirme. Soy joven y no sería ningún problema para mí escapar de sus garras. Por otro lado, usted, que ya está en sus años, podría verse en serios problemas si esa bestia se ensaña.
—¡Dije que no! —rugió en su desacato.
Al darse cuenta de su atrevimiento, el hombrecillo retrocedió arrepentido. Vio entonces el semblante inmutado de Jinyu. Su postura no había cambiado en lo absoluto; seguía ahí, juzgándolo en silencio con aquellos ojos que aguardaban por una confesión evidente. Había sido descubierto, de eso no había duda. Fue por ello que, suspirando con derrota, dejó salir la verdad en la punta de su lengua.
—Lo siento. Es solo que… tal vez no sea un animal lo que allí aguarda…
—Por supuesto que no lo es. Tenía mis dudas sobre si lo que se cuenta sobre usted era cierto, pero supongo que esto habla por sí solo. Jamás esperé ser yo quien lo descubriese, he de admitir.
En ese instante, el mestizo tomó su libro, cerró sus paginas y lo guardó entre sus ropas. Tras esto, regresó la mirada al terrateniente, observándole esta vez con una seriedad aterradora.
—Es esa la banda de la Raíz Negra, ¿verdad? ¿La misma que ha estado destruyendo las cosechas de los demás encargados?
La sangre del viejo se heló con la sola mención de aquel nombre; las piernas le temblaron, su mirada se nubló y su piel palideció. No supo responder a tal acusación, más tenía bien en claro que cualquier mentira solo le enterraría más profundo. Por lo tanto, se limitó a asentir con un gesto.
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Editado: 28.08.2023