Yasmina
— Mamá, mami, ¿ilemos hoy al tlabajo? — Lale me agarra la cara con las dos manos, me da la vuelta y me mira a los ojos suplicante. Y no tengo, no me alcanza el espíritu para decir que no.
Entiendo que mi hija es astuta, pero no puedo hace nada. Amo demasiado a mi hija. Y le encanta ir conmigo a la fábrica, al taller de diseño a donde vine a una pasantía después de la universidad.
Lale puede pasarse horas sentada en mi mesa, mirando bocetos de ropa, revisando muestras de telas, coloreando con rotuladores los conjuntos de ropa que ella misma dibuja.
A menudo invento tareas para ella: cambiar los bocetos de una carpeta a otra, y Lale lo cumple todo con diligencia. Pero, lo que más espera siempre es que la señora Damla, mi jefa inmediata, la deje sentarse en su escritorio.
Solo por esos momentos Lale está dispuesta a vivir en la fábrica. Todos mis colegas la adoran, ha encantado a todos sin excepción. Lale sabe encantar, eso no hay quien se lo quite.
La señora Damla me permite traer a mi hija conmigo, pero trato de no abusar de su amabilidad. Como quiera que sea esto es una instalación de producción, y no es lugar para un niño.
Sus manos, que huelen a dulces, vuelven a atrapar mi cara. Lale parpadea con las pestañas negras heredadas de su padre.
— Mamá, mamá, ¿pol qué no nos ponemos los lunales? — sus ojos negros brillan como dos aceitunas. Presiono su nariz con el dedo y me río.
— Está bien.
"Lunales" es mi tesis de grado. Una colección de verano de telas de algodón, cuyo éxito son los vestidos madre e hija. Unos de nuestros favoritos son unos vestidos de pareja para madre e hija con lunares. El fondo es blanco, los lunares de coral, turquesa, lavanda o lima. Lale y yo tenemos todas las opciones, hoy elegimos coral.
— ¿Estás lista? Ven aquí, te voy a hacer un peinado.
Lale corre y obedientemente se para delante del espejo. Peino sus mechones dorados, y pienso que es bueno que sean tan claros como los míos. Con ese pelo, mi Lale parece un ángel de una postal antigua.
— Hasta luego, señora Firuze, — le sonrío a la vecina que salió a despedirnos.
— ¡Abuela Firuse! — Lale corre hacia la anciana, la observo y sonrío.
Yo alquilo media casa a la Sra. Firuze. Se supone que yo le pago el alquiler con mi salario, pero ella y yo sabemos que alquila y paga el apartamento Emir Deniz. Los vecinos también seguro que lo saben.
Y Lale ya llega corriendo a un pequeño y gracioso coche blanco como la nieve. Se supone que lo compré con mis ahorros. Pero yo sé que me lo compró Emir Deniz. Él y yo lo sabemos.
Coloco a mi hija en el asiento infantil, ajusto el arnés y compruebo los cierres. No puedo resistirme y me inclino para besarla. Pero mi intranquila niña me esquiva para recoger un cachorro de juguete que le compré para su cumpleaños.
Me pongo al volante, salgo suavemente.
Por lo general, trato de traer a Lale solo los viernes, al final de la semana laboral. Y le informo esto a la tía Firuza de antemano para que no se ofenda. El resto de los días, la amable Firuze está dispuesta a atender a mi niña.
Mientras caminamos por el pasillo, mi hija gira la cabeza a los lados y saluda continuamente a todos. Y a ella también todos la saludan.
A mi Lale la adora no solo nuestro taller de diseño, sino también el servicio de seguridad, los trabajadores del bloque de alimentos, todo el servicio de limpieza e incluso el jardinero. ¿Cómo mi hija se las arregló para hacer amistad con todas estas personas?, es un misterio para mí. Y lo más importante, ¿cuándo? Ella siempre está conmigo, trato de no perderla de vista.
Pero el resultado está a la vista. Lale los conoce a todos por sus nombres, y todos conocen a Lale. Y yo sé mucho mejor que nadie por qué es así.
Porque Lale solo se parece a mí exteriormente. Internamente, ella es una copia total de su padre, Damir Batmanov, quien sabía encontrar un lenguaje común incluso con aquellos que no lo soportaban. Y, como su padre, ella es capaz de lograr lo que desea con una sonrisa solamente.
Sólo que Lale sigue siendo sincera e infantil en su franqueza. Damir, en cambio, conquistaba con propósito y objetivo, utilizando con éxito los trofeos capturados para alcanzar sus metas.
Damir tiene otro rasgo de carácter que espero no se haya transmitido a Lale. Él exprime todo del trofeo ganado sin dejar rastro. Hasta la última gota. Y luego lo tira de su vida como una cosa innecesaria que ha perdido su significado y necesidad.
Uno de sus trofeos hace cinco años fui yo. Batmanov me usó para sus propósitos, planeaba convertirse en socio comercial de uno de los hombres más ricos de Turquía, Emir Deniz. Para eso, Damir necesitaba una esposa, y él me eligió a mí.
Yo no sabía que yo era ficticia. Creí en su amor, en su sentimiento abrumador. Y fue más doloroso caer del cielo a la tierra cuando la verdad salió a la luz. Lo único que me quedó de este matrimonio fue mi Lale. Mi niña, mía y sólo mía .
No quiero que se vuelva tan cínica y desalmada como su padre. Mi hija es amable y atenta. De camino a la fábrica, siempre compramos un paquete lleno de dulces, y cuando llegamos al taller, Lale recorre personalmente a cada uno y le entrega un regalo.