Divorcio por el contrato

Capítulo uno.

Jugamos con fuego

y yo me quemé.

Pero, ¿te cuento un secreto?

Me gustó arder.

 

Capítulo uno.

Sus dedos se aferraban a mis caderas mientras me movía encima de él. Mis pechos brincan un poco y él disfrutaba eso, siento sus labios en mi pezón izquierdo encargándose de sacar varios gemidos de mi boca con el acto.

—Justo así —susurro en su oído, mordisqueando un poco mientras disfrutaba sus caricias—. Creo que...

No me dejó terminar, se desprendió de mis senos para ir a mi boca, lo recibo con la misma ferocidad y pasión del momento. Profundizo el beso al tener mis manos en su nuca, acariciando su cabello.

El olor a perfume masculino ligado con su sudor me embriagaba, casi tanto como sus jadeos y mordiscos.

Este hombre era mi perdición.

Pero cuando el sexo es bueno siempre se piensa muchas estupideces, así que eso era una de ellas.

Tu me rends fou —gruñe en mi boca.

Su mano derecha palmea mi nalga dejando un golpe medianamente fuerte pero excitable para mi calenturienta yo. Suelto un gemido en sus labios provocando que una sonrisa traviesa se forme en ellos.

Suspiro al sentir mis paredes encogerse y los dedos de mis pies tensarse, pego mi frente a la suya, relajada y cansada a la vez. Dejo salir aire por mi boca al sentir las yemas de sus dedos acariciar mi espina dorsal luego de llegar juntos al paraíso.

—Tienes que firmar —le recuerdo.

Lo escucho gruñir en mi hombro luego de mordisquear y besar esa zona, relamo mis labios cerrando los ojos.

¿Por qué mierda tengo que hastiarlo tanto con este tema? Mi firma ya se encuentra en el papel, ya ha pasado un año y cuatro meses, joder.

¡Su propio abogado se encargó de esto!

Ni siquiera debería de estar aquí, pero al recibir la llamada de Harold diciéndome que no quiere firmar, me dejé llevar por mis impulsos.

Aunque no lo quiera me levanto, siento mi entrepierna húmeda y las caricias de sus dejos siguen palpables en mi piel.

Todavía siento sus besos y su entrecortada respiración en mi cuello. Todavía siento todo de él.

Y esa mierda hace esto más difícil, y no debería de ser así porque ambos lo queremos.

Acomodo mi falda y suéter, al igual que mi cabello y sostén. Escucho el sonido de la hebilla de su cinturón y el cierre de su zipe. Tomo una larga inhalación antes de alzar mi rostro.

A veces olvido el poder que tienen aquellos ojos en mí.

Prometí no quemarme, sin embargo, a los dos meses ya era ceniza.

Y creo que era más por eso que necesitaba el divorcio. No podría seguir fingiendo que lo quiero ante las cámaras, no podía ya que todo es cierto.

Lo quiero, pero no puedo querernos por ambos.

—Michelle —niego.

—No —lo detengo ante el tono cansado que decide aportar—. No finjas estar cansado de esto porque la que está cansada soy yo. ¿Quieres que te ruegue para que firmes esos malditos papeles que tú mismo impusiste? ¿Qué pretendes?

Me acerco a su escritorio dejando los papeles en el, ni siquiera dejó que los sacara del bolso cuando ya me había besado. Apoyo un dedo en el lugar donde está mi firma, él baja la mirada ahí y noto todo su cuerpo tensarse bajo ese traje que antes se encontraba sin ninguna arruga en la tela.

Alza la vista irradiando enojo.

—Lo firmaste —afirma lo obvio.

—Ese era el trato —menciono.

Manteniendo la serenidad que no me caracteriza. No voy a permitir que mis ganas de estar con él nublen lo que verdaderamente necesito. Sí, lo que necesito. Porque aquí lo que quiero nunca estuvo en discusión.

—¿Y lo que acaba de pasar qué mierda fue? —busca una excusa.

Alzo los hombros, fingiendo restarle importancia.

—Tómalo como una despedida.

—Una despedida —repite entre risas. Aprieto mis puños al sentir un hormigueo en mi abdomen—. Entonces tendremos muchas despedidas porqué no pienso firmar nada.

Intenté mantener la calma, ustedes lo saben, yo lo sé. Pero fallé.

—Eres un hijo de puta.

—Gracias, se lo diré a mi madre.

Guiñó el ojo, gruño por su tono divertido. Esto no es una broma. Necesito ese divorcio ya.

He estado cuatro meses intentando que este cabrón firme una mierda que él mismo impuso en el contrato, su abogado me llamó diciendo la noticia de que el señor hijo de puta no quiere firmar. Me pidió que intentara convencerlo, pero no salió nada en el asunto.

Se niega a hacerlo.

—¿Por qué coño no quieres firmar?

Se levanta abruptamente, lo tengo frente a mí en tiempo récord, su mirada dura y vengativa; la misma que usa para destruir a sus enemigos.

Una mirada que lejos de ponerme nerviosa, sacaba a flote aquello que no debe salir justo ahora. Deseo.

Un deseo puro, ardiente y fuerte como él.

—Porque no me da la gana hacerlo.

—Haz lo que quieras —le informo valiéndome una mierda esta discusión—. Ya firmé, ya me mudé de tu exagerada casa y ya no estoy contigo.

—No he firmado —murmura sin abandonar el tono divertido.

Ladeo la cabeza permitiéndome sonreír con mi mirada seria.

—Ese es tu problema —alzo los hombros nuevamente—, no entiendo tu insistencia en que permanezca a tu lado. No me quieres. Y, ¿sabes qué? No me interesa entenderlo. Te quiero lejos de mí.

—¿Tienes a otro? ¿Por eso tu pesadez en que firme? —demanda tomando mi muñeca, resoplo—. Dime.

—¡Ya pasó un año y cuatro meses! El contrato decía...

Me hala hacia él, su boca se mueve lento mientras su agarre en mi muñeca va a mi espalda baja. Entreabro mis labios, siguiéndole el beso.

Ya era cenizas, pero cada vez que me besaba era como volver a arder.

El beso dura segundos debido a que él mismo se encarga de alejarse, solo un poco, ya que sus labios siguen pegados a los míos cuando murmura aquello con la posesividad en sus ojos.




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