Fingimos que no nos importa
Pero nos importa.
Capítulo dos.
Axel permanecía a mi lado mientras yo analizaba el resultado de los análisis, días luego de lo que sospechábamos, tuvimos una respuesta definitiva.
El preservativo falló.
—Positivo —asegura.
Suspiro ocultando mi rostro entre mis manos, no había tenido la fuerza suficiente para decirlo en voz alta. Ni siquiera lo procesaba bien del todo.
—Un hijo —alzo la mirada.
Tal vez mis ojos están cristalizados y angustiados por la escena, pero mi corazón salta de alegría por esta noticia. Porque haber pasado esos días con la posibilidad de estar embarazada en la mente solo me llenaba de gozo.
Pese a que la situación es complicada, el bebé no tiene la culpa. Y sin estar formado del todo, ya lo amo.
—Estás embarazada —abre la boca sorprendido, lo imito—. Joder, seré tío.
Rio contagiada de su felicidad, me rodea con sus brazos y se encarga de alzarme en el aire. Pataleo para que me deje en el suelo nuevamente, al hacerlo se arrodilla frente a mi abdomen apenas abultado.
No puedo creer que no me haya dado cuenta de mi sobrepeso, no le di importancia ya que nunca tengo un peso fijo, suelo subir y bajar de vez en cuando. Y he tenido tantas cosas de las que ocuparme que mi menstruación nunca pasó por mi mente, mierda.
» ¿Cómo está todo por ahí dentro? Perdóname por ignorarte, pequeño, tu mami es necia —golpeo su cabeza—, y pega fuerte.
Sonrío, me habría encantado que esa acción fuera de Arthur.
Axel sigue hablándole a mi panza por varios minutos, cada cosa que salía de su boca terminaba por hacerme reír o llorar de ternura.
—No quiero saber cómo te pondrás cuando nazca —comento, volcando los ojos.
Camino a la cocina con él siguiéndome el rastro. Corre a mi lado al notar que estoy rodeando el cojín.
—Cuidado ahí —lo aparta levantándolo del suelo—, lo cuidaré mientras duermes, claro, si el padre no reclama sus derechos.
Borro mi sonrisa, tuerzo los labios volviendo a caminar. Tomo un guineo maduro de la encimera y bajo su atenta mirada comienzo a comerlo.
» No planeas decirle —afirma por mí, exhalo—. Estoy de tu lado siempre, pero esta vez tengo que decirte algo. Lo que haya pasado entre ustedes no puede llegarle al bebé, él los necesita a ambos. Y el imbécil tiene derecho de saber que tendrá un hijo.
—No me quiere, Axel —le recuerdo, aprieta sus labios acercándose. Mordisqueo mi mejilla—. Si no me quiere a mí, no querrá al niño.
Llega hasta mi lado, apoya su mano en mi cabeza y posiciona los mechones rebeldes detrás de mi oreja. Mantengo la mirada firme hacia adelante, dejando la cáscara en la encimera para luego tirarla.
—Eso no lo sabes —hago una mueca—. No sabes si lo quiere.
—Me ha demostrado que es así, además, en el contrato especificaba que no quiere hijos y... me lo dijo a la cara.
—¿Y te dijo por qué? Ya que evidentemente la razón no es porque no puede tener —rueda los ojos, golpeo su hombro soltando una risilla.
Muerdo mi labio, soltando aire.
—No me dijo.
Hace una mueca, peino su cabellera negra mientras el silencio se hacía presente. El fino de sus hebras me distrae lo suficiente como para tener que pestañear y fruncir el ceño cuando vuelve a hablar.
—¿Qué harás? —interrumpe la paz.
Alejo mi mano de su cabello, la coloco en mi vientre y lo acaricio bajo su atenta mirada. Muerdo mis labios, pensando.
—Desde ahora no puedo pensar en lo que necesito, sino en lo que el bebé necesita —sonríe, lo imito con poca fuerza—. Tendré al bebé, obvio, pero tengo que pensar eso de decirle a Arthur. Una de las dos reacciones que tendrá me va a doler, y no estoy lista para eso.
Afirma con la cabeza, deja un beso en mi mejilla mientras palmea mi hombro con delicadeza.
—Estoy de tu lado —apunta.
Exhalo, el sonido de la puerta nos interrumpió a ambos de lo que sea que estamos pensando. Axel va a ver quién es mientras tomo otro guineo y me lo como.
—Michelle —lo miro ante su tono bajo—. Te buscan.
Mis ojos van a su acompañante, trago saliva acercándome, sacudo mis manos para extender una de ellas hacia él. El abogado de Arthur.
—Harold, ¿cómo te va? —me sonríe.
Toma mi mano respondiendo el saludo con gentileza, ojeo a Axel quien se va a la cocina con la excusa de dejarnos solos, pese a eso, sé que escuchará todo.
—Michelle, vengo con noticias del señor Müller.
Mis nervios se disparan por la mención de su apellido. Lo invito a la sala y tomamos asiento, intento controlar mis nervios y mi rápido latido. Ni siquiera lo tengo enfrente y siento que me desvanezco.
—¿Ahora con qué pendejada saltó? —cuestiono en español, provocando que frunciera los labios por no entenderme—. Digo, ¿cuáles son las noticias?
Se endereza, carraspeo removiendo mis dedos.
—Tengo en mis manos los papeles del divorcio firmado por usted —asiento achinando los ojos—. Y el señor Müller.
Se me va el habla. ¿Los firmó? Sé que quería eso, pero justo ahora no sé cómo sentirme.
Demasiadas noticias a la vez.
—Entonces... legalmente no somos nada —asiente.
Bajo la mirada a mis manos. En una de ella descansa un anillo de boda y otro de "noviazgo" juntos, un noviazgo que nunca hubo. Acaricio el material y la piedra preciosa que tiene.
El recuerdo de cuando me lo dió llega a mi mente y evito a toda costa dejar escapar alguna lágrima.
—Para terminar todo, solo hace falta una cena.
Frunzo los labios.
—¿Una cena? —cruzo mis piernas enfundadas en unos jeans.
Asiente removiendo su cabello rubio con lentitud, relame sus labios alzando la mirada a mi rostro confundido.