Y sí,
todavía te pienso, te extraño
e incluso sigues apareciendo en mis sueños...
Pero sé que decírtelo ya está de más.
-Jairo Guerrero
Capítulo cuatro.
Días después.
A Axel no le pareció bien esa regla que tengo que llevar a cabo luego del divorcio. Esa de durar seis meses sin estar con alguien.
Se refiere a no ser vista con alguien ante el ojo público, supongo que Arthur buscaba su beneficio en esto. Que me vean con otro seis meses luego, sin contar los cuatro meses que estuve detrás de él para firmar el estúpido divorcio, lo haría ver como un dejado.
El esposo que fue dejado por otro.
Qué estupidez.
A Axel no le gustó, sin embargo, a mí me daba igual.
Si supiera que en mi cabeza no pensaba estar con más nadie por un largo tiempo, el único que visualizo a mi lado es Arthur. A pesar de que me jode muchísimo, él siempre sigue permaneciendo ahí.
No se me hará nada difícil esa regla. Porque nadie parece interesarme más que él.
Y a pesar de eso, mantengo mi distancia. No lo he visto, no lo he escuchado y no he leído nada sobre él.
Si quiero que mi bebé crezca fuerte, he de cuidarme. Y saber sobre su padre siempre me desestabiliza.
Suspiro, saco la tarjeta de mi bolso pagando las compras. Miro con curiosidad hacia la puerta al escuchar el barullo de gente hablando y sonidos que me resultan familiar.
Cuando noto qué pasa, palidezco.
—No, joder —farfullo tomando la tarjeta.
La chica comienza a guardar mis cosas mientras los periodistas se encuentran del otro lado de la puerta con sus cámaras y micrófonos, siento los flashes en mi rostro. Corro al primer pasillo que me queda considerablemente lejos de la puerta y me escondo.
Tiemblo de pánico y miedo, estando con Arthur podía controlar estar frente a ellos, él era mi soporte. Pero sola, sola era nadie contra esas personas.
Los recuerdos indeseables de una vez que me encontraron sola en la calle llegan a mí. Terminé escondiéndome por largas horas en un burdel y pasando situaciones incómodas con hombres.
Trago saliva, controlando mi respiración.
Tranquila, debo estar tranquila.
No lo estaba, no como debería. Rebusco entre la cartera mi celular, con los dedos temblando busco entre mis pocos contactos su número.
Siento mis ojos arder mientras escucho los gritos de los periodistas y paparazzi.
Trago en seco cuando contesta.
—Te necesito —suelto enseguida, sollozando.
No puedo caer ante mi miedo.
¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? ¿Todo bien bien con el bebé? ¿Estás mareada? ¿Náuseas otra vez?
Dice todo muy rápido, no me da tiempo a buscar las palabras correctas para hablarle. Mis ojos veían a las personas queriendo tumbar la puerta del centro, termino balbuceando y pasando una y otra vez mi mano libre por mi cabello.
—Ven, por favor. Estoy en el centro. Ellos están aquí y yo... no puedo sola, no puedo…
Espérame.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que cantaba en mi mente Happy de Pharrell Williams.
Cada palabra de la canción me hacía calmarme, ir a un lugar en mi mente donde no era tan angustiante y sofocante como ahora.
¿Cómo me encontraron? Él me dio su palabra.
Dijo que se encargaría de que no me encontraran nunca, ¿acaso lo hizo a modo de venganza?
¿Era capaz de tomar mis miedo y usarlos en mi contra?
La idea me destrozó. Las lágrimas volvieron a salir mientras me abrazaba a mí misma, miré a la puerta y al notar su cabellera negra y pasos rápido me levanto y voy hacia la cajera a pasos seguros.
Tiene el mando de la puerta, la cual se abre con el botón que tiene cerca del mostrador, por la parte de abajo.
—Por favor, ábrale a ese chico —señalo a Axel. Ella parece dudar, por lo que le doy otra idea—. Si tiene guardias de seguridad llámelos, así lo ayuda a que nada más él entre cuando abra la puerta.
Hizo lo que pido, posó dos de sus dedos en sus labios y con un pitido muy fuerte llamó a los guardias. Minutos después estaban en la puerta tratando de controlar al gentío de periodistas, cuando la puerta finalmente se cerró y Axel estuvo adentro, corrí a él y lo abracé.
—Joder. Sabía que no podías venir sola —asiento.
Ha estado el día entero pidiendo que no vaya, pero en el departamento no había nada que comer. ¡No había fruta! Últimamente las como mucho, en especial los guineos.
No podía quedarme ahí, él se ofreció a ir, pero terminó haciendo otra cosa que le tomó todo el tiempo. Ya cuando pudiera tener tiempo libre, el supermercado podría estar cerrado.
Lo tomo de la mano arrastrándolo al pasillo de lácteos, seco mis mejillas mirándolo con nervios y miedo.
Mis ojos van a sus mejillas, están coloridas, pero no por el sonrojo que tienen, sino por las manchas de pinturas regadas. Bajo a sus brazos y camiseta, ambas cosas tienen manchas de pintura de diferentes tamaños y colores.
Sollozo, recibiendo un abrazo de su parte.
—¿Cómo saldremos de aquí? Lamento interrumpirte con esto pero no puedo...
—Shh, ya cállate. No interrumpes nada, lo mejor que hiciste fue llamarme. Quédate aquí y ponte esto, tengo una idea.
Hasta ahora noto la mochila en sus hombros, igual de manchada que su camiseta. Tomo la capucha que me obsequió y me pongo el gorro, acaricio mi barriga por encima del vestido azulado flojo que tengo puesto.
Se va con la cajera, hablan por varios minutos y luego vuelve. Lo miro con las cejas fruncidas y los labios apretados, impaciente.
No soporto el sonido de sus cámaras y la manera aberrante en la que tocan la puerta pidiendo que abran.