Eres como un beso en la comisura:
las ganas de querer todo,
la rabia de quedarse sin nada.
-Elvira Sastre
Capítulo siete.
Una semana después.
El papel rectangular y pequeño entre mis dedos me dice que es aquí.
Doy una larga respiración antes de entrar al bufete de abogados. Camino, sintiendo miradas curiosas de personas que no conozco. Estaba muy nerviosa desde que salí de casa, tal vez el acontecimiento con los periodistas sigue afectando un poco, además de que Axel no ha conseguido aún guardaespaldas. Según él, tiene que buscar a alguien de confianza, mientras que yo a duras penas puedo esquivar algunos de ellos. Pese al miedo que les tengo, debía de hacer algunas cosas por las que he dedicado mi vida. No podía paralizarme ahora que estaba tan cerca.
Esta vez un sencillo vestido verde militar ocultaba mi cuerpo, este me llegaba a la mitad de los muslos y venía acompañado de un camisa blanca y bastante holgada con unas vans blancas, mi bolso se deslizaba por mi hombro y un lindo collar de oro acariciaba mis clavículas de vez en cuando. Trago saliva, moviendo mis piernas y dirigiendo mis pies a la recepcionista.
—Disculpa, busco a Frida Velázquez —asiente.
—¿Tiene cita? —cuestiona comenzando a marcar en el teléfono.
—Dígale que vengo de parte de Harold Lee —afirma.
Me alejo detallando la estructura, es amplia y elegante. Pintada con colores neutrales, hay varias oficinas y personas sentadas esperando que los atiendan.
Cuando llamé a Harold preguntándole por una recomendación de un abogado, me mandó directamente a Justice and love, un gran bufete donde trabajan varios abogados. Había escuchado de ellos, pero el dinero que exigen no cabía en mi presupuesto.
Ahora sí, y no cabe duda que lo usaría en esto. Era el plan desde un principio.
—La abogada la atenderá —me señala el camino.
—Gracias —digo.
Me pierdo por el pasillo pasando por varias puertas, el cristal de ellas deja ver a los abogados reunidos con sus clientes y demás. Trago en seco, pasando mis manos por mi vestido y acomodando mi camisa. Estornudo, llamando la atención de algunas personas.
Me disculpo con una sonrisa apenada, saco el pequeño desinfectante de mi cartera y antes de abrir la puerta de su despacho me pongo un poco en las manos.
Entro, sorprendiéndome por la decoración del lugar. Tiene colores pasteles como el lila y el rosa, quedan tan bien juntos que te tranquiliza el orden de la decoración.
—¿Michelle Müller? —carraspeo.
—Solo Michelle —asiente sonriendo. Extiendo mi mano saludándola formalmente—. Usted debe ser Frida Velázquez.
Recibe mi saludo levantándose. Me recibe una mujer con el cabello rojo y ondulado en las puntas, unos ojos grises avivados acompañados por unas cejas gruesas y labios por igual pintados de rojo.
Era increíblemente hermosa.
—Así es. Ahora dime, ¿en qué puedo ayudarte?
Me acomodo en mi asiento, dejo el bolso en la otra silla a mi lado. Sus ojos me analizan con curiosidad mientras intento mantener la calma para decirle.
—Vine por recomendación de Harold Lee —mueve su mano.
—Ah, sí. Harold, un gran colega —sonríe.
Ignoro el tono afligido con el que lo dice, no hago más que asentir cuando posa su mirada gris en mi cuerpo. Sus cabellos se mueven gracias al aire que entra por una de las ventanas, mi cuerpo tiembla por el escalofrío que sufro por el frío del aire acondicionado.
—Verá, mi caso es algo complicado. La persona que quiero que defienda lleva preso tres años y sin abogado que lo defienda —aprieta los labios.
—Eso no debería de ser así.
—Estoy de acuerdo, lo metieron a la cárcel sin dictar una sentencia justa. Es por eso que estoy aquí, antes no tenía para pagar sus servicios. Pero ahora puedo hacer eso y más, así que le suplico que atienda mi caso, por favor. No puedo permitir que siga encerrado injustamente.
La noto pensar su respuesta, golpea sus uñas cuadradas pintadas de blanco contra el vidrio de su escritorio. El sonido me molesta un poco en los oídos, pero no digo nada. Entierro mis uñas en mis palmas encima de mis piernas esperando que responda.
—Necesitaré más información —suelto el aire.
Me acerco a la mesa atrapando sus manos con las mías. Relamo mis labios, temblando de emoción.
—¿Me va ayudar?
Sonríe.
—Por supuesto —pego mi frente a la mesa, agradecida internamente por haber aceptado—. Hablemos un poco más. Dígame quién es la persona a la que defenderé y el cargo que se le impuso.
—Está arrestado bajo el cargo de robo —siento mi pecho doler al comentar eso, la abogada anota todo con cuidado—. A quién tiene que defender es a Alejandro Stone.
(...)
Mientras esperaba, comí las frutas picadas que Axel me preparó.
El cual lleva días distraído, y creo que por culpa de cierta doctora.
Un guardia se acerca y me dice que pase, guardo todo en mi bolso. Cuyo bolso me quitan junto con el celular, los aretes y pulseras. Luego de revisar si llevo conmigo algo. Trago saliva, nerviosa por estar aquí.
No me gusta este lugar, pese a ello, le debía una visita.
—Tienes diez minutos —avisa retirándose.
Me siento con sumo cuidado, contraigo mi rostro de nostalgia al notar el suyo cansado y con un golpe en su mejilla y quijada. Levanto el teléfono al instante que lo hace él también, coloco mi mano en el cristal. Apoya la suya encima de la mía.
—¿Qué te pasó? —interrogo, analizándolo.
El mismo color de ojos, su cabello más claro, llegando al rubio. Sus ojos lucen cansados y tristes, debajo de ellos hay unas notorias ojeras que no me agrada ver.