Cuidado con su sonrisa:
al filo de sus labios la magia explota
y hechiza.
-Omar Concepción.
Capítulo ocho.
Lo sé.
Estaba entrando a la boca del lobo, y era una ilusa al no escapar con tiempo.
Pero sí ese lobo te recibe en ropa casual, con una sonrisa pequeña en sus labios y un ramo de tulipanes rojos en sus manos.
Dejar que te coma era un premio.
Y un castigo.
—¿Tulipanes? —ladeo el rostro.
Se acerca a mí, la extiende a mi persona y traga saliva. Luce nervioso por alguna razón.
—Te escuché en el celular —señala, asiento toqueteando las flores con interés—. ¿Te gustan?
Sí.
—No —ruedo los ojos, extendiéndoselas—. Me habrían gustado si me las regalas por decisión propia, no porque me escuchaste decir algo al respecto.
Chasqueé la lengua, dejo las flores en la mesa del comedor mientras yo lo miraba atenta. En ese año que estuvimos juntos pocas veces usaba ese tipo de ropa, sin mencionar que la mayoría del tiempo la pasaba sola en este lugar.
Mientras lo miraba, en un momento dado fija su vista en mí. Me observa varios segundos hasta que corta la distancia entre ambos y me besa. Un beso que intento no dejar que se intensifique ni que me altere, sin embargo, cuando sus dedos acarician mis mejillas todavía degustando de mi boca, termino agarrándolo de su suéter azul claro para acercarlo más a mí.
—No me hagas ese gesto —murmuró besando mi barbilla—. Tienes razón, debí de regalarte flores hacía tiempo.
—No sabes cómo tratar a una dama —gruño, alejándome—, dime lo que sea que me vas a decir.
Relame sus labios, sin dejar de mirar mi boca. Trago saliva alzando una ceja a su dirección, mis ojos van a esa sonrisa que se encarga de dejar a la vista tan fácilmente. ¿Qué le pasa? ¿Por qué sonríe tanto?
—Sí, pero antes debes de comer unos ricos tacos que Lily preparó.
Se me hace agua la boca ante la mención, chillo dando pequeños saltitos comenzando a caminar a la cocina. Me encuentro con Lily dejando unos tacos en un plato, hay muchos tacos.
—¡Oh, por Dios! —camino hacia ella, se sorprende cuando la abrazo a mí de forma exagerada—, ¡te quiero, te quiero, te quiero! —aprieto sus mejillas, me acerco a la comida.
La ojeo unos segundos antes de acercarme al fregadero y lavarme las manos, enseguida tomo uno. Un gemido placentero se me escapa al sentir cierto picor en ellos, cierro los ojos pegando mi espalda a la encimera mientras mastico.
—Me encanta verte feliz —alzo la mirada.
Achino los ojos, comiendo.
—Cállate, quiero comer y que no me duela el estómago luego —bufo.
Estamos solos, Lily por alguna razón no está aquí. Termino mi taco y tomo otro bajo su atenta mirada, me convenzo a mí misma de que está imaginando una forma de cómo joderle la vida a Teresa mañana y no otra cosa por la que le brillan los ojos tan intensamente justo ahora.
Seguramente se alimenta del sufrimiento ajeno y verme feliz lo está debilitando.
—Puedes comerlos todos, fueron preparados para ti —señala acercándose.
Carraspeo dando pasos hacia la izquierda por su cercanía.
De lejos no puedes afectarme, Arthur.
—No, estoy bien así —achina los ojos, niega posándose a mi lado. Aprieto mis puños—. Si me alejo es porque no te quiero cerca.
Cruza las piernas, una arriba del otra y la punta de su zapato derecho apoyado en ell suelo. Luce despreocupado, increíblemente despreocupado.
Es raro.
—Y si me acerco —pega su hombro con el mío, apoyando las palmas en la encimera ya que puede alcanzarla bien—, es porque te quiero cerca, Michelle. Y no es suficiente justo ahora, te aviso.
Lo miro, me guiña el ojo con entretenimiento. Resoplo alzando mi labio superior con el inferior.
—¿Estás enfermo? —cuestiono.
—No, ¿por qué? —frunce los labios.
—Sonríes demasiado hoy —alzo los hombros.
Tomo dos tacos más, le extiendo uno al cual le hace una mueca rara. Bajo mis hombros, decepcionada de su expresión.
A veces olvido con quién ando.
—Mmm, paso —lo pone en el plato.
Encojo mis hombros.
—Bueno, más para Axel y yo.
Se tensa. Oculto una sonrisa cuando lo toma de nuevo y le da un mordisco, suelto una risilla que tengo que tapar con mi palma porque tengo comida en mi boca. Se acaba de ensuciar todo.
Joder, ¿nunca había comido tacos o qué?
—Carajo, Arthur —río frente a él, me acerco a las servilletas y tomo un par sin controlar mi risa—. Eres como un niño pequeño que apenas empieza a aventurarse.
Mastica mirándome, sin saber un coño del porqué río como una loca. Paso la servilleta por su suéter con lentitud, sus ojos analizan mi rostro el cual comienza a calentarse junto con mi respiración entrecortada. Levanto la mano, pasando ahora la servilleta en la esquina de sus labios. En una de estás un lunar pequeño me distrae, sus pestañas largas fijas en mi cara, la manera en la que me mira, la forma en cómo le brillan los ojos.
Por un segundo, mi mente juega conmigo y me trae a la cabeza la imagen de un pequeño con sus mismos ojos y sonrisa. Percibo mis mejillas sonrojarse ante la sola idea.
Toma mi muñeca, deteniéndome.
—¿En qué piensas?
Acaricia mi nariz con la suya. Inhalo fuertemente, removiendo mi muñeca. Afinca el agarre acercándome un poco más.
—En mi futuro.
—¿Estoy en el?
—¿Quieres estarlo? —mi pregunta lo descoloca, frunce las cejas. Exhalo, dejando que me suelte cuando él quiera—. Dime qué encontraste, tengo que irme.
—Te voir tous les jours me manque —gruño—. Al parecer buscan a tu amigo.
—¿A Axel? —me separo, enojada—. No quieras echarle la culpa de esto, Arthur.