Dos miradas
no se cruzan por casualidad.
Capítulo 10.
Arthur Müller.
Tiempo atrás,
Francia.
Me divierte ver a Charline, mi madre, bailar con los invitados masculinos jóvenes de la fiesta mientras mi padre la observa enojado y molesto.
Se había cansado de decirle que la invitara a bailar y no lo hizo, al final, mi madre logró su cometido.
Bailar, aunque no sea con él.
—¿Cómo puede moverse así? Ya está cerca de sus sesenta —informa mi hermana asombrada.
Alzo los hombros, ni siquiera me había puesto a pensar en eso. Solo me dispuse a contemplarla feliz por algo tan pequeño como bailar salsa.
—No sé dónde aprendió, pero lo hace bien —comunico tomando del trago.
—¿Ah, si? ¿Por qué crees que lo hace bien? ¡Ni siquiera sabes qué dice la música!
Ruedo los ojos, odio cuando grita.
Es cierto, era música en español y no sabía un carajo lo que dice.
Puedo hablar alemán, inglés, chino e incluso sé un poco de latín. Pero jodidamente el español no me deja ser feliz. Todos los idiomas se me hacen más fáciles, sin embargo, con el español he tenido que poner mucho esfuerzo para al final frustrarme y dejarlo.
Solo espero que mi vagancia con dicho idioma no me cobre facturas en el futuro con posibles socios, ya que por ahora he llevado perfectamente las compañías. A pesar de que no tenga alguna en Latinoamérica, definitivamente llevaré a cabo la idea de colocar una pronto por esa región, solo debía decidir con cúal país comenzar.
Esperaba algo que todavía no sé, es como una sensación que me dice que no es el momento.
Esperaba algo…
—Da igual, Christine —bufo.
Comenzaba a estresarme.
La noto callarse, cosa que me pone de los nervios y alerta, puesto que ella siempre tiene algo que decir. Es molesto, pero cuando está callada tampoco es bueno.
—Me voy de Francia.
Frunzo las cejas.
—¿Por qué lo harías?
—No lo sé, ¿por qué quiero? —ruedo los ojos—. Es mucho tiempo estando aquí, quisiera florecer en otra zona, ¿sabes? Encontrar mi lugar.
Suelto aire, notando cierta ilusión en sus ojos que me dicen que hay algo más.
—Primero, no eres una flor. Segundo, tu lugar es con tu familia. Nosotros. Tercero, es estúpido que quieres irte de Francia cuando ya has culminado tu carrera de Obstetra —señalo,
Queriendo hacerla entrar en razón. Hasta que noto como trata de bajar la mirada, su pequeño cuerpo se tensa y evita a toda costa mirarme. Enarco una ceja, su actitud avergonzada no es normal.
Christine sería todo menos tímida, bien lo sabré yo. De adolescente me daba mucho dolores de cabeza con los chicos, pese a que solo le llevo un año.
—Quiero hacer lo que hiciste tú —bufo.
—¿Y qué hice yo? ¿Cagarla desde que nací? —bromeo en tono amargo.
Ella rueda los ojos golpeando mi hombro con el puño, tira su cabellera rubia idéntica a la de nuestra madre para luego colocar el codo en la mesa y llevar su copa de no sé qué a la boca.
—Estudiaste aquí, eras el mejor. Y luego te fuiste a buscar tu lugar —asiento en posición pensativo.
¿Era el mejor?
—Sí, y recuerdo que te enojaste y me gritaste diciendo que soy un egoísta por dejarlos.
Sus mejillas, al igual que su nariz, se enrojecieron. Suelto una risilla divertida al notarla tan avergonzada en tan poco tiempo.
Oh, esto he de grabarlo.
—Ahora entiendo que solo querías crecer. Alejarte de la familia un tiempo no es malo, te ayuda a encontrarte a ti mismo cuando estás perdido. Tú lo estabas, y también parecías feliz de irte —sonrío ante su pequeña sonrisa apenada, estiro mi brazo solo para golpetear su mejilla roja con mis dedos—. Lamento haber intentado detenerte, ahora lo comprendo. Arthur, lo siento.
Christine es mi hermana. Pero también mi mejor amiga, mamá y ella son las únicas chicas por las que daría mi vida. Nuestra relación no era como esos hermanos que se pelean a cada tanto, éramos tan iguales en algunas cosas que me vi a mí mismo cuestionando si era mi hermana o mi gemela.
Nuestra relación es cálida, no temíamos en mostrar que nos queremos de la forma más empalagosa posible. Tenemos diferencias, sí. No obstante, esa chica era mi ancla a tierra cuando estaba varado en mucha incertidumbre respecto a mi vida.
—Nunca me enojé contigo —le aclaro para acabar con su pena y culpa—. ¿Por qué quieres irte?
—He decidido ejercer como Obstetra en otro país —sonríe.
Sus ojos irradian un brillo característico que me hace sonreír también.
—De acuerdo, ¿en cuál país? —su sonrisa inocente, se vuelve una maliciosa—. Christine.
—No te lo diré, al menos no hasta que me encuentre allá.
Bufo, mis ojos dan con mi madre. Sigue bailando animadamente, sin embargo, en consecuencias de sus actos mi padre se levanta totalmente furioso y la toma de las caderas; ella comienza a regañarle en tono bajo para no llamar la atención de los invitados.
Aunque, bueno, su atención está en ellos ya que son los anfitriones.
—¡Feliz cumpleaños, padres! —suelta mi compañera de mesa con furor.
Dejo que la abracen unos minutos, para luego sentir celos y unirme a el abrazo familiar. Christine ya no vive con mis padres a pesar de que sigue residiendo en Francia, por esa razón los felicitaba. En cambio, yo vine de Londres solo para verlos.
—Ay, Arthur, haznos espacio —se queja mi madre.
Gruño, me alejo de ellos para volver a tomar un trago de mi Whisky, papá me observa con regaño en sus ojos, solo sonrío falsamente para luego terminar la copa.
—Feliz cumpleaños —les digo por quinta vez.
Mamá rueda los ojos sin dejar de acariciar el rostro de mi hermana con adoración.