"Oye, lo nuestro,
¿qué fue?"
Arthur.
Temí en cierto punto que sea cierto la idea de que Michelle está embarazada.
Temí muchas cosas en el momento en que mi vida dependía de si mi corazón quisiera seguir latiendo o no.
La noticia de que el empresario Arthur Müller tuvo un accidente no podía esparcirse por el mundo. Fue por eso que, desde que Harold entró por esa puerta, lo primero que hice fue pedirle eso.
—¿Dónde está ella? Dime que está aquí.
Le suplico por primera vez. Harold me observa preocupado, y un rayo de culpa nubla sus ojos. Alzo una ceja observando su vestimenta, incluso con la ropa de dormir era un obsesionado.
Azul zafiro. Todo en su vestimenta era azul zafiro.
—Sí, ella está fuera pero...
—Quiero verla —lo interrumpo colocando las palmas en la cama para sentarme—. Harold, tráela aquí o si no...
—Tranquilízate, Arthur —gruñe.
Empujándome nuevamente, logrando que permanezca acostado. Lo tomo del antebrazo deteniendo el forcejeo entre ambos, agarro su camisa con desespero.
—Tráela, Harold. Tráela a mí.
Los minutos pasan y pasan. Mi concentración está fija en la puerta.
Gruño, destapando mis piernas y dirigiendo mis manos a la intravenosa que se encuentran en mi brazo. Cuando estoy a punto de quitarla se escucha el toque suave y titubeante de la puerta.
Me pongo en mi lugar con la respiración acelerada y el pulso pausado. Si mi corazón no se detuvo luego del choque, ahora está demasiado rápido como para poder detenerse por sí mismo
—Arthur —aclara su garganta—. Tenemos que hablar.
No sé qué sale de su boca. Mis ojos están fijos en su abultado vientre. Siento mis ojos picar, mis manos ocultas debajo de la sábana se vuelven puños mientras ella tiembla.
Sus pasos son inseguros cuando decide acercarse a tal punto de permanecer a los pies de la camilla.
—Es cierto —murmuro.
Me negaba a creerlo. Pero ahora tengo la evidencia frente a mí.
Michelle está embarazada.
—Yo...
—¿Es de él? —gimotea en sorpresa.
Enarco una ceja esperando respuesta. Sin embargo, cuando sus ojos dejan de mirarme para bajar al suelo, siento todo el peso de mi cuerpo caer.
—Es... sí. Lo es —trago en seco.
Muerdo mi labio inferior asintiendo, frunzo las cejas con rabia surcando mis venas. La cabeza me duele y es de solo pensar en las mil y una manera de matarlo.
—Vete —pido.
Aguardo en silencio. Intentando no dejarme llevar de mis impulsos.
—Arthur, déjame ex...
—Lárgate, Michelle. Harold hablará contigo luego —demando.
Sostengo mi calma por más tiempo, siento su olor inundar toda la sala y así mismo se va cuando escucho la puerta cerrarse. Segundos pasan, y vuelve abrirse.
Ni siquiera levanto la mirada para saber que era él.
—Estuvo con otro mientras estaba conmigo —informo.
Lo amargo de la oración saboreandose en mi boca y siendo expuesta en mi tono, quito la sábana.
—¿Qué haces? No puedes irte aún...
Quitó la intravenosa y, a pasos desequilibrados, me dirijo al baño con el brazo sangrando y la vista nublada. Trago en seco, queriendo saber el por qué.
Pese a eso, hablar con ella no tendría sentido justo ahora.
Un hijo.
Ella tendrá un hijo.
Un hijo que no es mío.
Debería de sentirme aliviado.
Pero no lo estoy, porque la sola idea de visualizarla con un hijo de alguien más me enferma. Estaba tan decidido a decirle que la amo con cada fibra de mi ser.
Demonios, ¿por qué Michelle?
¿La odias?
Nunca podría.
—Encárgate de que no se sepa sobre el accidente —digo comenzando a vestirme a duras penas—. Nadie debe de enterarse de esto.
—Me encargaré. Respecto a Michelle... ya no puedo hacer nada. Las fotos se vuelven viral y las suposiciones también... algunas son realmente malas.
—Ponle guardaespaldas, quiero gente cuidandola. Ahora más que nunca.
—¿A pesar de que... —se interrumpe a sí mismo cuando le lanzo una mirada fría—. Me encargaré.
Le hago una seña con la cabeza para que se marche de aquí y me deje finalmente solo. Cuando lo hace, mi mejilla se humedece y de mi nariz comienza a salir unos cuantos mocos que me encargo de limpiar en silencio.
Cansado, empiezo a vestirme mientras la presión en mi pecho sigue aplastándome. Mis músculos me duelen cada que hago el mínimo esfuerzo.
Ya cuando tengo los pantalones y zapatos puestos, la puerta se abre dejando ver a una de las enfermeras. Ésta me mira impresionada, me coloco la camisa planchada y limpia que Harold se encargó de traer.
—¿Pero qué hace? Todavía se encuentra en estado delicado.
—Me encuentro en perfecto estado. Lo ha dejado demostrar al mirarme. No lamento en absoluto informarle que estoy casado.
Entro la camisa dentro del pantalón y subo la cremallera cuando termino. Las mejillas de la enfermera se vuelven dos fresas pequeñas junto con su nariz. Me acerco a la mesita del lado de la cama y tomó el vaso de agua que en ella yace.
—Señor Müller...
—Que tenga buena vida —me despido.
Harold se encargará de pagar todo. Yo tengo un viaje que realizar.
Mientras camino escuchando los gritos de la enfermera, mis ojos captan su figura y me golpeo mentalmente el cómo fuí tan idiota para no darme cuenta.
Los antojos, su aumento de peso. Los desmayos. Los vómitos.
Estuve ahí en su mayoría y nunca me dí cuenta.
Investigué qué podía estarle pasando, pero es como si no tuviera registro clínico en ninguna parte.
Llegué a preguntarme quién era Michelle en más de una ocasión y sigo sin respuesta.
No sabía nada de la mujer que me observaba con los ojos llorosos y llenos de culpa. Absolutamente nada.