Dos personas que huyen de un mismo sentimiento,
huyen en la misma dirección.
Michelle.
Recuerdo que de niña quería muchas cosas.
Una muñeca.
Ropa limpia.
Zapatos.
Comida todos los días.
A mamá y papá.
Más lo último que todo, quería una mamá.
Quería ambos.
Tal vez por eso siento tanta culpa por no haberle dicho sobre nuestro hijo. Tal vez por eso mi pecho se oprimía de dolor y angustia por llegar a pensar que mi hijo podría estar bien sin su padre.
¿Qué clase de madre soy?
Axel lo dijo, soy una madre egoísta, una madre que tuvo que recordar noche tras noche lo que se siente no tener padres para poder decidir contarle al hombre que quiere que tendrá un hijo.
Tuve que revivir mis pesadillas, para darle a mi hijo su padre.
Y aún así, a último minuto no le dije nada.
—Entonces, ¿el bebé es de Arthur? —asiento dando un leve suspiro.
Frida permanecía quieta, mirándome con un rostro serio y confundido. Para al final mostrar una sonrisa pequeña que me hace fruncir los labios.
—¿Por qué sonríes así? ¿Te estás muriendo? —rueda los ojos negando.
—Claro, mi sonrisa de "siempre lo supe" es porque me estoy muriendo justo ahora. Por supuesto.
Ruedo los ojos ahora yo, conocer a Frida fue algo inesperado. Bueno, no del todo. Siempre supe que si tenía que confiarle a alguien el caso de mi hermano sería a un gran abogado.
Creía que solo nos reuniríamos para eso. Solo para eso.
Pero resulta que Frida es agradable, es buena persona. Tiene una energía muy linda que me dice que puedo confiar en ella como amiga.
Y quiero creer que le transmito eso también. Me ha estado apoyando no solo en lo de mi hermano, sino también en mis problemas. Me escucha, y espera a que le pida opinión para que me dé su punto de vista.
Es una gran amiga. La primera que hago en todo esté tiempo.
—¿Cómo que siempre lo supe?
—Nena, eres la esposa del hijo del dueño de Empresas Müller. Tu rostro está en más revista de la que puedo leer. Eres famosa. Por lo tanto, todo el mundo puede apreciar cómo miras a Arthur Müller en una entrevista y demás...
Rasco mi cabeza haciendo un puchero, estoy desconcertada. Las pocas entrevistas en las que participé con Arthur no hablaba mucho, pedido que exigí al momento de hacer el trato. Solo decía algunas cosas que no tenían mucha importancia.
—¿Eso qué importa? —cuestiono alzando los hombros.
Frida suelta un suspiro, negando. He descubierto que tiene mucha paciencia, al menos conmigo así es. Es bastante objetiva y directa, aunque reservada.
Muy reservada.
—No miras a Axel como miras a Arthur —finaliza.
Provocando que comience a toser de manera exagerada con sus palabras, ya que había decidido beber del jugo de frutas que pedí apenas llegué a la cafetería. Un pastel de chocolate estaba en la mesa acompañando el jugo. Frida pidió un café.
A este paso me convertiré en una ballena blanca.
—¿Pero qué dices? —alzo una ceja.
—Lo amas. Eso digo. Y me parece muy cobarde de tu parte que no le hayas dicho sobre su hijo.
—Mmm, curioso. Axel piensa lo mismo.
—Entonces Axel me agrada —sonríe.
Quedo observando el acto que hace de tomar un sorbo de su café todavía con la sonrisa en los labios, relamo los míos desviando la mirada a otra mesa como excusa.
Axel no estaba enojado, no.
Pero estaba decepcionado, a pesar de que seguía siendo el mejor amigo que puedo tener. Él estaba decepcionado.
Quisiera que entendiera mi miedo a decirle esto a Arthur. Quisiera que comprendieran que no puedo dejar que me aleje de mi hijo.
No puedo perderlo a él también.
—Le dije que era de Axel —comienza a toser.
Esta vez ella es la que parece que se ahoga cuando tose, le echo aire con mis manos y sonrío incómoda cuando las personas colocan su mirada en nosotros. Agradezco que está cafetería no es tan reconocida, sino estaríamos rodeadas de reporteros.
—Mierda, Michy —alzo una ceja.
¿Michy? ¿Eso de dónde salió?
—¿Michy? ¿Por qué me llamas como si fuera un gato?
—Es un apodo, nena. Tranquila, y, ¿cómo y por qué se te ocurrió decirle eso?
Exhalo, acomodo mi trasero oculto en unos finos pantalones de vestir en la silla y termino mi jugo bajo su atenta mirada. Relamo mis labios haciendo una mueca de desagrado.
—Estaba nerviosa. Y asustada —me sincero, ella apoya los codos en la mesa atenta a mis palabras—. Tenía sus ojos en mí, sus hermosos y preciosos ojos azules...
—Ve a la parte menos cursi, por favor —pide, provocando que ría con gracia—, sigue, nena.
Muerdo mi labio inferior.
No tenía la respuesta clara, solo lo dije. Tal vez mis nervios aumentaron al verlo ahí y...
—Estaba asustada. Esa es la verdad. Arthur es muy impredecible, no sé cómo piensa la mayoría del tiempo; y temí que si se enteraba de la verdad aún sabiendo que él no quiere hijos, me lo quitara... —trago en seco.
La siento suspirar, en pocos segundos la tengo a mi lado sosteniendo mi mano. El color de piel es diferente, ella luce mucho más bronceada y perfecta. Subo la mirada encontrándome con esos ojos grises y completamente brillosos viéndome con compasión ligada con ternura.
—Solo tengo una pregunta para ti, cariño —espero que me diga mientras limpio mis mejillas—. ¿Crees que Arthur sea capaz de hacer eso?
La pregunta me deja atónita por varios segundos, los cuales me dedico a buscar respuestas. Y solo llego a la conclusión de que no conocía a Arthur Müller.
Solo conozco al hombre frío y despiadado con sus rivales el cual la prensa se encarga de representar en sus revistas.
En todo un año solo conocí al Arthur apasionado, atormentado y distante.