"I can lose everything, but not you...
Oh God, not you."
Nuevamente, dejé todo en la revisión. En mis manos solo se encontraban las ecografías tomadas de mi embarazo hace unas semanas.
El bebé está bien, cosa que realmente me preocupaba. Pasando por tanto estrés temí que las consecuencias la llevara mi pequeño sol.
Esperé pacientemente por él, a sabiendas que esto no era algo que podía controlar. Vestía casualmente pero sin llegar a ser revelador.
Sentí varias miradas de otros presos mientras esperaba por mi hermano, pese a eso, no me arrepentí de venir.
Había tenido suficiente con Arthur queriendo acompañarme aquí, cosa que no necesitamos para su imagen. Los medios se lo comerían vivo, podría soportar que especulen mierdas sobre mí pero que digan alguna mentira sobre él no lo creo.
No sería bien visto ver al tan reconocido Arthur Müller salir de una cárcel. Joder, ya podía imaginar las clases de preguntas que podrían hacer al respecto.
Así que tuve que asegurarle que los chicos no se irían de mi lado ni siquiera para ir al baño. Su sobreprotección no tenía límites, y comenzaba a molestarme un poco, sin embargo, podía notar que toda esa sobreprotección llegó luego de haber visitado a mis chicas y de contarle lo que habíamos pasado Alejandro y yo.
No podía culparlo por mantenerme a salvo, y mucho menos cuando esa protección iba dirigido directamente a su hijo.
Suspiré, acariciando el papel rectangular de color blanco y negro. No entendí mucho cuando la tuve en mis manos, pero gracias a Christine sabía que mi bebé se encontraba dentro de mí sano y fuerte.
Sonreí cuando sus ojos se posaron en mi, coloqué la mano en el cristal y él hizo lo mismo con apenas una sonrisa amable.
Hice una mueca.
—¿Estás bien? —negó, provocando que los mechones largos de su cabello se despeinen un poco más—. ¿Qué pasa?
—Sabes que no me gusta que estés aquí. Esto no es lugar para una chica como tú —rodé los ojos.
—Una chica como yo —repetí con cansancio—. ¿Y cómo es una chica como yo?
Suspiró negando, cómo si la sola idea de que no lo sepa fuese inaceptable.
—Dulce, buena y...
—Mentirosa, egoísta y cobarde. Tú hermana tiene defectos, Alejandro. Y estoy cansada de que todos quieran ponerme como una diosa cuando puedo pecar igual que ustedes.
Tenía a muchas personas a mi alrededor que me recordaban lo buena que soy, pero cuando necesito un choque de realidad de mí misma. De quién soy realmente. No hay nadie.
Y no debería de haber nadie, era suficiente conmigo. La persona que tiene que conocerme soy yo.
Puedo decirme mis defectos y mis virtudes sin necesidad de escuchar otra opinión.
—¿Qué ocurre? Te oyes...
—Estoy cansada. Agotada —sentí mis ojos arder—. Entre las mentiras, el embarazo y jodidamente tú encerrado... me siento exhausta. Es como si estuvieran quitándome todas las fuerzas de reservas que he tenido guardadas para cuando las cosas se puedan poner peor —solté una risa ahogada, limpiando mis mejillas.
—Michelle...
Negué, tragando en seco.
—Vengo aquí porque, te guste o no, eres mi jodido hermano. Y, mierda, te extraño, Alejandro. ¿Sabes todo lo que he tenido que pasar estos días? No tienes idea, así que por favor trata, malditamente, trata de...
El problema de estar embarazada eran las hormonas, en el instante en que comencé a llorar no pude parar el llanto. Solo pude disimularlo todo, Alejandro me observa preocupado y podía incluso sentir su impotencia por la forma en la que apoyaba el puño en el cristal. Como si intentara llegar a mí.
Relamí mis labios, y pasé por mis mejillas el dorso de mi mano. Quitando todo rastro de lágrimas. Agradecí no haberme puesto nada de maquillaje en el rostro.
—¿Sabes que te quiero, cierto? Eres lo único que tengo.
—Y aún así intentas alejarme —susurro a través del audífono—. Cómo sea, traje esto.
Le mostré las ecografías, y tan pronto como sus ojos capturaron las fotos el brillo en ellos encendió mi alma. Suspiré aliviada de encontrar una sonrisa genuina en ese rostro.
Tenía una barba que esperaba pronto desapareciera, sus cabellos estaban largos y sin brillos. Al principio quería traerle algunas cosas personales, pero solamente me dejaron traerle lo básico. Entre ellos un shampoo.
Creo que no lo está usando.
—¿Mi sobrino?
—No, un perro —rodé los ojos divertida—. ¿Qué más sería si no es eso?
Solté una carcajada alegre que poco a poco desapareció. Le mostré una pequeña sonrisa sin poder evitarlo.
—¿Cuántos meses tienes?
—Bueno, en cualquier minuto estaré en una sala de parto —mientras las palabras salían de mí, no pude evitar pensarlo—. Me gustaría tanto que estuvieras esperando del otro lado...
—Hey, tal vez no esté ahí. Pero estoy aquí, Michelle —coloqué la mano encima de la suya haciendo una mueca, me dio una sonrisa apenada—. Sabes que daría lo que fuera por estar ahí contigo y con mi sobrino.
Asentí, sin poder evitar pensar en algo que ha estado rodando en mi cabeza estos días. Quería culpar al embarazo, pero estaría mintiendo.
Siempre encontraba una forma de evitarlo.
—¿Por qué nos dejaron...?
Nunca hablaba de ellos. Jamás lo hacía. De pequeña intenté preguntarle por nuestros padres, pero supongo que Alejandro sabe lo mismo que yo. Nada.
Es como si nunca hubiéramos tenido a nadie, solo un apellido el cual es tan común como otros. No nos dice nada.
Con el tiempo aprendí a no preguntar respecto a ellos. No quería aceptar la verdad, pero realmente quería saber la razón.
—No lo sé, pequeña. No tengo nada de ellos en mi cabeza, solo son vagos recuerdos que no me dicen una mierda —soltó un gruñido con lo último.
Lo entendía a la perfección, a veces despertaba en la madrugada completamente perdida luego de soñar ciertas cosas que solo me asustaban.