“La oscuridad se cernía imponente hasta donde alcanzaba la vista, de ella emergieron los gigantes.
Podía verlos desde de la ventana de su habitación bajo el cielo nocturno, eran enormes, debían estar muy lejos si podía ver que el agua les llegaba hasta la cintura, eran tres de apariencia amable, uno de ellos parecía llevar a alguien en sus manos, luego de que dejaron a la persona en el borde del risco sonaron los cañones.
En el horizonte, uno de los gigantes había perdido la cabeza y el otro un brazo, poco a poco se hundieron en el mar y todo se oscureció de nuevo.
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Sobre una cocina encendida había una olla humeante y rastros de sangre en el suelo, tenía la extraña sensación de no haber visto a aquella mujer en un largo tiempo y eso le inquietaba, el rastro seguía hasta la sala donde había un árbol de navidad a medio armar, una parte de este, la punta, estaba a un lado con las luces navideñas encendidas y la cabeza de la mujer a modo de estrella de navidad, en sus ojos habían clavos y de su boca sobresalía la punta del árbol, su cuerpo estaba a un lado junto a un cuchillo y toda la habitación bañada en sangre.”
En la inmensidad del bosque, la oscuridad se cernía sobre el campamento de tres hermanos que habían ido a pasar una semana de vacaciones haciendo una excursión, costumbre de cuando Dmitri, el mayor de los tres, era un niño pequeño, que aún mantiene con sus hermanos en memoria de sus padres.
En aquella ocasión, los tres se encontraban durmiendo en una misma carpa, debido a que las de los gemelos y el resto de sus pertenencias, fueron recogidas, ya que tenían intensiones de regresar a la ciudad con el amanecer.
Aun que, en aquel momento Iván, el menor de los tres, se encontraba fuera de la tienda, tenía insomnio y el aire nocturno junto al aroma del bosque le ayudaba a ordenar sus pensamientos. Desde hace unos meses habían estado ocurriendo cosas extrañas, más de lo normal, solía tener visiones, que ahora eran más frecuentes de lo que solían ser normalmente. Desde que tenía uso de razón, podía ver cosas que otros no.
“Gigantes, ¿Por qué los gigantes cruzarían el mar? Una ciudad de gigantes tal vez, ruinas muy grandes, ruinas...la mujer ¿Por qué alguien la asesinaría?".
Recordaba haber leído una bitácora, mientras investigaba algunas leyendas, sobre gigantes desaparecidos entre Java y Sumatra. De un momento a otro una sombra carmesí se cernió sobre el bosque, marcando un camino en las estrellas hacia las montañas, tiñendo de rojo la luna por unos instantes.
Era la quinta vez en el año que esto ocurría, y la segunda en el mismo mes, tenía la certeza de que, si alguien más lo vio, fueron muy pocos, de lo contrario las noticias estarían inundadas de ello, para la tercera vez comenzó a estar atento al televisor, pero no había indicio alguno. Cuando se dio cuenta el sol había comenzado a salir, y Dmitri, siempre puntual, salió de la carpa.
— ¿Desde cuándo estas allí? —Preguntó nada más verlo sentado en el suelo.
—Realmente, no lo sé, no vi la hora cuando salí, de todas maneras, es imposible dormir con Ilya, al menos no sin terminar con un hueso roto.
Les tomo más tiempo despertar a Ilya que recoger lo que faltaba para ponerse en marcha luego de desayunar, a diferencia de Iván, Ilya tenía el sueño muy pesado y era muy inquieto, Dmitri solía decir constantemente que la casa le caería encima, y él no se daría cuenta hasta después de haber despertado; les llevó cerca de medio día llegar al lugar en el que habían dejado la camioneta, almorzaron allí lo que les quedaba de comida y se pusieron en marcha de regreso a la ciudad.
Llegaron a casa al anochecer, se habían mudado a Stuttgart hace tres años por motivos laborales luego de una temporada en Berlín, no era tan grande pero era cómodo para vivir, y tras de muchos exámenes y papeleos, los gemelos tuvieron la oportunidad de ingresar a la universidad que se encontraba allí, pese a que no les costó tanto adaptarse, les tomo algo de tiempo hacer de ese lugar su hogar, e incluso hicieron unos cuantos amigos, aunque el clima aún era un poco insoportable a pesar de tener ya un tiempo viviendo en Alemania, Iván era al que más le afectaba, solía decir que pasaron de vivir en una hielera a vivir en un horno.
—Tal vez deberías dejar de vestir siempre de negro— Le había dicho Ilya, un día especialmente caluroso durante el almuerzo en la universidad.
—No —Respondió él, obstinado —. Hay ropa fresca de color negro, solo que ahora estamos en un horno.
— ¿Dónde vivían antes hacía demasiado frío? —Preguntó Adhara, una muchacha de cabello rizado y piel bronceada que conocieron el primer día de clases mientras buscaban sus aulas.
—No tanto en realidad, los días más cálidos son en agosto, la temperatura más alta ha llegado a veintisiete grados.
—Y seis grados bajo cero en enero… durante el día —Habían explicado ellos, no solían hablar de su familia y su ciudad natal, a menos que alguien hiciera una pregunta precisa que pudieran responder sin llegar a ser personal.
Aunque, algo positivo que señaló Ilya, e Iván no pudo negar, era la vegetación, el clima húmedo le favorecía, y ellos lo aprovechaban para poner en práctica las enseñanzas de Dmitri y aprender más.