Doble Equipo

Vida o Muerte

Salieron del edificio. Poulett estaba muy aliviada al ver que todavía tenían la confianza de Yumiko. Tania seguía triste, pero ahora se preocupó por lo que sentiría su amiga Lizeth.

—¡Qué bueno que ya va a terminar esto! —exclamó la líder— Matando a Norbert, se acaba la Fuerza Blanca. La Organización Criminal seguirá teniendo el control de Ciudad Vitrina y nosotras seremos parte de los que manden.

—Sí… aunque no creo que la Fuerza Blanca se quede de brazos cruzados —dijo Tania.

—La próxima vez que los enfrentemos, ganaremos. Oh, claro. No vas a querer hacerle daño a Eduardo.

Lizeth estaba debatiéndose en lo que debía hacer. ¿Ayudar a Norbert? ¿Salvarle la vida una vez más? Pero… Yumiko dijo que él solía usar a la gente para su beneficio. Él la estaba usando como escudo. No merecía la ayuda.

—Oye, Lizeth. Te estoy hablando —Poulett interrumpió sus pensamientos—. ¿Llevas la bomba?

—Ah… eh… sí.

Mostró la mochila donde la guardaba. La bomba era una especie de disco.

—¿Qué te pasa? No te distraigas.

—Es que… me quedé pensando en que Yumiko no nos dijo nada.

—Eso fue porque no se enteró de nada. Imagínate si lo supiera, Donovan no nos perdonaría.

—Cierto, tienes razón.

—Yo llevaré la bomba, al parecer soy la más indicada. Ustedes están muy distraídas y no podemos fallar. Nuestras vidas están en juego si fracasamos. O se muere Norbert o nos morimos nosotras —Poulett tomó la mochila de Lizeth—. Yo me encargaré de hacer todo.

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Las horas pasaban y estaban muy cerca de las 6 de la tarde. Poulett entró al estacionamiento subterráneo silenciando todas las alarmas. Tania y Lizeth se encargaron de los guardias y de vigilar el lugar.

—¿Vas a dejar que muera? —preguntó Tania, de repente.

—Ya lo dijo Poulett… o es él o… somos nosotras.

—Es verdad…

Lizeth seguía con sus pensamientos. Una parte le decía que lo salvara y otra… que lo merecía por usarla. Fue inevitable recordar todos los momentos en los que estuvieron juntos. Eran escasos, pero valiosos. De verdad sentía algo por él. Miró a Tania. Ella estaba destrozada por su relación con Eduardo. Las cosas podrían terminar así para ella y Norbert. Su vida estaba en peligro si lo salvaba.

—¡Ya está! Vámonos de aquí —anunció Poulett.

—Espera… si nos vamos y dejamos a los guardias inconscientes, el chofer podría sospechar —advirtió Lizeth.

Miraron a los guardias en el suelo.

—Maldición… es verdad —dijo Poulett.

—¿Qué haremos?

—No podemos despertarlos… si lo hacemos, informarán.

—Entonces seremos el reemplazo —sugirió Tania.

Tal como lo hicieron en el banco, se tuvieron que disfrazar de nuevo.

—¿De verdad va a funcionar? —preguntó Poulett.

—Sí, tú tranquila.

Ellas se quedaron afuera. Lizeth se quedó a lado del auto. Miró hacia el ascensor. Dudó por unos segundos. Al final, se decidió…

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Se quitó el uniforme del guardia de seguridad, dejándolo en el suelo y mostrándose con su ropa normal. Tocó el botón del ascensor. Subió. Las cámaras no grababan en ese momento, sucedió lo mismo que en la estación de policía. Alguien hackeo las cámaras y mostraban una imagen repetida. De lo que hizo Poulett, al colocar la bomba y, la traición de Lizeth, no quedó ninguna evidencia. Eran las 5:50.

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Llegó a la entrada de la oficina de Norbert. Unos guardias se cruzaron en su camino, pero alguien intervino…

—¿Qué haces aquí? —preguntó Phillip, uno de los guardaespaldas especiales.

—Tengo que hablar con Norbert, es de vida o muerte.

—Entiendo, por eso entraron al estacionamiento subterráneo.

—¿Qué? ¿Lo sabías? Debieron hacer algo, ¡su vida está en peligro!

—Es que eres muy predecible.

La mujer se ofendió por el comentario. Así que era una especie de prueba. Se molestó al darse cuenta de que la situación estaba bajo control y no era necesario intervenir. Se abrieron las puertas de la oficina principal, Norbert tomó sus cosas y salió, eran cerca de las 6. Ella lo miró cuando se acercó.

—Te-tengo que hablar contigo… ¡espera!

—No me interesa lo que digas. Me traicionaste —respondió él, pasando de largo.

Franco se acercó a Phillip y dejaron que la pareja se retirara.

—¿Traicionarte? ¡Claro que no! Escucha, no subas a tu auto —lo siguió—. Hay una bomba, estallará a las 6 en punto.

Advirtió. Él siguió hasta la entrada. El chofer encendió el auto y lo sacó del estacionamiento.

—¿Me vas a ignorar a pesar de que estoy alertándote? —preguntó ella.

—Bien. Ya lo sé. Ahora te puedes ir.

—Ay, no. ¿De verdad creíste que soy novia de Dennis? ¡Es un idiota! ¿Acaso crees que si fuera verdad estaría aquí arriesgándome por salvar tu vida?




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