Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 40

—Pss...—oigo que me susurran en el oído.—Angelique, despierta.

Me remuevo en la cama sin abrir los ojos con la intención de seguir durmiendo, pero la mano de Leonardo me sigue sacudiendo suavemente para que me despierte.

—Cinco minutos más...—ronroneo con la cara enterrada en las almohadas.

—Tengo una sorpresa para ti.—insiste acariciándome el pelo de forma relajante. Esto no me está ayudando a desperezarme.

—¿Y no puede esperar a mañana?—replico dándome la vuelta para poder verle la cara. Veo como me sonríe cariñosamente y niega con la cabeza.

—No, angioletto. Es ahora o nunca.—dramatiza guiñándome un ojo.

Maldigo internamente por su insistencia y, soltando un resoplo consigo sentarme a duras penas en la cama.

—¿Que es tan importante para que me levantes a las once y media de la noche?—pregunto de mala gana al ver la hora que es.—¿Y qué haces en mi habitación?—me altero. Si mi padre lo ve vamos a tener que salir por patas.

Después de rechazar la opción de que Leonardo se fuera a un hotel teniendo una casa en la que quedarse, pude, milagrosamente, convencer a mi padre y a mi hermano de que se instalara aquí, al menos por el tiempo que se quede en París. En gran parte a sido gracias a la ayuda de mi mère*. Pero, siempre hay un pero, con la condición de que él dormiría en la habitación de huéspedes, en la otra punta de la casa. Es por eso que me extraña que haya podido pasar por delante de la habitación de mis padres y la de mi hermano sin ser descubierto

—Si, esto no puede esperar.—responde rebosante de energía. Por dios, ¿qué se ha tomado este hombre?—Y respondiendo a tu otra pregunta. He hecho un trato con tu hermano y ha accedido a cubrirme si le dejo conducir uno de mis coches cuando regresemos.—me sonríe triunfante y yo me lo quedo mirando con la boca abierta, maldita seas André.—Así que arriba, vístete o llegaremos tarde.—y diciendo esto sale por la puerta. 

—¿Tarde a dónde?—hablo para mis adentros sin entender absolutamente nada.

Genial, y yo que quería dormir... A regañadientes aparto las sábanas enrolladas de mi cuerpo y, con los ojos medio cerrados abro el armario para ponerme lo primero que encuentre.

—Ya estoy lista.—lo sorprendo saliendo de la habitación una vez vestida. Se me queda mirando detenidamente y de repente empieza a reír a carcajada abierta.

—¿Que es tan gracioso?—inquiero poniendo las manos en las caderas y frunciendo el ceño.

—¿Que se supone que llevas puesto?—sigue riéndose sin poder contenerse.

La verdad es que ni me he dignado a mirarme al espejo antes de salir. No estoy con ánimos de arreglarme. Hago caso a Leonardo y miro hacia bajo para encontrarme con unos espantosos botines rojos de piel que me compró mi madre por mi cumpleaños número dieciocho. Los he conjuntado con unos pantalones verde moco y una camiseta negra de flecos. ¿Cuando pensé que esto era bonito?

—Me has hecho salir de la cama en plena noche interrumpiendo mi sueño reparador. No te atrevas a cuestionar mi ropa.—lo amenazo con el dedo, a lo que él responde levantando los brazos y negando con la cabeza sin perder la sonrisa.

—Nunca lo haría, angioletto.—se acerca, me da un beso en la frente y me coge la mano para llevarme fuera de la casa.

***
—¿Queda mucho?—pregunto por enésima vez provocando que suelte un bufido exasperado y me conteste como lo ha estado haciendo estos últimos diez minutos.

—No, ya estamos llegando.—contesta acelerando el paso.

—¿Pero a caso sabes a dónde nos estás llevando?—replico tirando de él hacia atrás.

—Claro que sé a dónde vamos.—se gira poniéndose una mano en el corazón y haciéndose el ofendido.—Mujer de poca fe.—ruedo los ojos y dejo que me arrastre haca donde quiera que vayamos.

***
—Cierra los ojos.—nos encontramos de pie en unos escalones, cerca del río Senna.—Cierra bien los ojos.—insiste poniendo las manos en ellos para asegurarse de que no veo nada.

—¡Ya los tengo cerrados!—exclamo impaciente por tanto misterio.

—Bien.—noto como se mueve y se sitúa justo detrás mío sin quitar las manos de mis ojos y guiándome para no caer.—Un poco más. Cuidado que está un poco mojado.

—Esto se parece la escena de un crimen, Leonardo.—digo sin aliento al notar su cercanía. 

—Si tuviera intenciones de matarte no le habría contado a tu hermano mis planes, ¿no crees?—dice susurrándome en la oreja, provocando un que un escalofrío me recorra la espalda.—Ahora. Ya puedes abrir los ojos.—parpadeo volviendo a acostumbrarme a la poca luz de la calle y frunzo el ceño, sin saber que decir.—¿Y bien?—pregunta con una gran sonrisa pintada en la cara.

—¿A dónde se supone que debo mirar?—inquiero mirando el paisaje. No hay nada fuera de lo común. 

Rueda los ojos y tras solar una exasperación me guía hacia la orilla del río, donde hay dos bicis aparcadas.




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