—¿Qué tal has dormido hija?—pregunta dulcemente mi madre entrando en la cocina.
—Muy bien, maman.—respondo sonriéndole y echando una mirada significativa en dirección a Leonardo, el cual me devuelve la mirada e intenta taparse la sonrisa detrás de la taza de café.
—Buenos días, Leonardo.—saluda alegre. Que no se note que te gusta tanto, mamá.
—Buenos días, señora Leblanc.—le devuelve el saludo de la misma manera.
—Vaya, parece que los dos hayáis amanecido de muy buen humor.—observa ella sospechosamente.
Me encojo de hombros, aparentando indiferencia. La verdad es que hay un buen motivo. Ayer, después de ir a comer a un lujoso restaurante, consideración de Leonardo, nos pasamos el resto del día paseando por las hermosas calles de París riendo y haciendo fotos.
Debo decir que al principio fue un poco reacio a posar para mí pero conforme fue pasando el tiempo se relajó y me permitió sacarle muy buenas fotografías, debo decir que para alguien que no se dedica al modelaje, lo hace muy bien...
Y, por supuesto, también nos sacó fotos a los dos y a mí sola. Para guardar el recuerdo, dice.
—Buenos días familia,—saluda demasiado entusiasmado mi padre.—Leonardo.—cambia su tono a uno más neutral, pero el brillo en sus ojos no se va.
—¿Y se puede saber que te pasa a ti ahora?—inquiere mi madre sirviéndole el desayuno.
—Nada mujer. Solo que hace un buen día.—dice pasando las hojas del periódico.—Ah, sí. Y he encontrado trabajo.—anuncia como si no fuera la gran cosa.
Mi madre chilla de la ilusión y se lanza a sus brazos, tomando por sorpresa a mi padre, el cual se ríe fuertemente y la abraza de vuelta.
Yo sonrío feliz por los dos, y por todos. Siempre he admirado y envidiado la relación que tienen mis padres. Recuerdo que de pequeña quería encontrar a un hombre como mi padre, que me quisiera como él quiere a mi madre y que a pesar de las dificultades siempre se mantienen unidos.
—¡Muchas felicidades, papa!—me levanto del taburete y me acerco a abrazarlo.
—Gracias, poussin.—dice agradecido.
—¡Esto hay que celebrarlo!—exclama mi madre dando saltitos por toda la cocina. Esta es la loca de mi madre, señoras y señores.
—¿Celebrar el que?—pregunta mi hermano irrumpiendo en la sala.
—¡Tu padre ha encontrado un trabajo!—parece no poder caber en sí de tanta emoción y abraza a André dándole un fuerte beso en la mejilla y apretándole los cachetes.
—Maman, me estás haciendo daño.—se queja este intentando quitársela de encima.—¡No me manches con tu carmín! ¡Acabo de ducharme!—discute poniendo mala cara.
—Ay, hijo. Tu siempre tan seco.—le suelta ella antes de darse la vuelta y volver a centrar la atención a mi madre bajo la mirada estupefacta de André.
—Yo no soy seco.—refunfuña poniéndose de morros.—¿Verdad Angie?—pregunta, de repente un poco inseguro y al no obtener respuesta de mi parte lo confirma.—Así que ahora soy el palo seco de la familia...
—Tranquilo, no se lo diremos a nadie.—lo pincho guiñándole el ojo a lo que me vuelve a poner mala cara. Al final voy a pensar que esa es su expresión.
—¿Qué os parece si lo celebramos yendo a comer los cinco a algún restaurante?—sugiere una muy animada madre.—Para conocernos mejor. No hemos tenido oportunidad de hablar como es debido.—mira a Leonardo disculpándose y este le resta importancia.
—No sé...—digo insegura de esto.—Puede que no sea una buena idea...—sé positivamente que esta "comida" no es otra cosa que una excusa para poder interrogar a Leonardo, así que no, no me entusiasma mucho el plan.
—¿Cómo que no? ¡Es un plan perfecto!—exclama mi madre mirando a mi padre y a André buscando apoyo.
—Puede que tengas razón, affection.—interviene mi padre dándole su apoyo.—Así conoceremos más al hombre con el que tienes una relación.—dios no, esto se está poniendo crudo.
—Si hermanita, vamos. No seas un palo seco.—se burla André.
Los observo a todos detenidamente. Primero veo a mi madre con la cara iluminada por su gran idea, paso la vista hasta mi padre y lo veo con una ceja alzada esperando mi respuesta. Seguro que sabe que sé de que va a ir la comida y no le importa. También veo a mi hermano disfrutando de toda la situación con una pequeña sonrisa pintada en la cara y por último se encuentra Leonardo, que me mira con el ceño levemente fruncido y con los brazos cruzados, seguramente creyendo que no quiero llevarlo a comer con mi familia. Pues no, la verdad.
—Como queráis.—sentencio dándome por vencida. No podría ni aunque quisiera, quitar esa idea de la cabeza a mi madre.
—¡Genial!—aplaude con entusiasmo y me da un gran beso en la mejilla.—Voy a reservar mesa, ¡en una hora os quiero a todos listos!—chilla saliendo de la cocina y subiendo las escaleras a toda prisa.