Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 43

Ya han pasado seis días desde que Leonardo volvió a Barcelona y no puedo evitar echarle mucho de menos. Cuando mi padre y mi hermano se enteraron de la noticia le sonrieron y le dieron una palmadita en la espalda, pero pese a su fingida indiferencia, sé que les ha caído bien. En cambio mi madre se mostró bastante más emotiva ante la repentina marcha, incluso le cocinó un pastel de chocolate. ¡Un pastel de chocolate! Ni a mí me lo ha hecho nunca...

Volviendo al tema, el caso es que ya llevamos seis días en los que esperamos a la noche para poder hablar y ponernos al día. 
Al parecer uno de los accionistas decidió retirarse del proyecto misteriosamente y tuvieron que buscar a otro con urgencia para cubrir todos los gastos.
En lo que a mi respecta, estos últimos días me los he pasado prácticamente en casa de Marc con André intentando descifrar más códigos indescifrables.

—Agg...como odio a ese Marc.—de queja Leonardo desde el otro lado de la pantalla.—¿En serio es necesario que pases tanto tiempo con él?—pregunta con mala cara y no puedo evitar soltar una carcajada al verlo con cara de enfadado.

—Claro que es necesario, al menos si queremos encontrar al responsable de los mensajes y del chantaje de mi familia.—digo apoyando el codo en el colchón de la cama.—Además, es uno de los abogados más buenos que hay.—ante mi último comentario tuerce la boca en una mueca de disgusto. 

—De todos modos espero que no se tome demasiadas libertades.—y sigue duro con su cabezonería.

—¿Acaso Leonardo Gobbi está celoso?—insinúo pinchándolo.

—¿Yo? Bah...—hace un espaviento con la mano y mira hacia otro lado.—Tonterías.

—¿En serio?—insisto.

—Segurísimo.—afirma sin dudar.

—Que bien. Entonces no te va a parecer mala idea que acepte la invitación de salir con él.—suelto de manera inocente. A dicho que no le importa...

—¡¿Qué?!—la sonrisa segura desaparece de inmediato y el gesto es substituido por uno completamente serio y con la mandíbula apretada.—No, ni hablar.

—Tú no vas a decirme con quien puedo y con quien no puedo salir, Leonardo.—le empiezo a decir enfadada.

—En este caso sí.—responde firme.—No quiero que salgas con ese donnaiolo*.—en ese momento no puedo evitar solar un risita, aunque la intento disimular con una falsa tos. A lo que Leonardo le hace fruncir más el ceño.—¿Se puede saber que te hace tanta gracia?

—Sinceramente, tú.—respondo franca.—Leonardo, por mucho que lo niegues, se te ha visto el plumero que estás celoso de Marc.—hace ademán de interrumpirme pero lo corto antes.—Y en ningún momento me digas que debo hacer. No me gusta que me den ordenes.—en otro momento podría habérselo tomado a broma, pero mi expresión determinada lo dice todo.

—Así que se me ha visto el plumero...—susurra después de unos segundos para sí mismo. 

—Sí, enterito.—digo coqueta.

—Y dígame, señorita Leblanc, que puedo hacer para remediarlo.—me sigue la corriente divertido y con un brillo peculiar en los ojos.

—¿Acaso me está proponiendo algo indecoroso?—le provoco mordiéndome el labio inferior. 

Veo cómo traga saliva y se aclara la voz, que sale ronca.

—No le estoy proponiendo nada que no nos pueda satisfacer a los dos.—su voz es grave y su mirada es una mezcla entre la diversión y la pasión.

—Es usted un sin vergüenza, señor Gobbi.—me recuesto más en la cama de forma que mi ajustada camiseta de tirantes quede ligeramente apretada al  pecho.—Una señorita inocente y pura se escandalizaría ante tales insinuaciones.—sonrío pícaramente y me bajo el tirante del sujetador y de la camiseta distraídamente.

—Usted no es ninguna señorita inocente ni pura, tuve el placer de comprobarlo aquella vez en mi habitación.—se pone dos dedos encima de los labios y sus ojos se dirigen a mi escote, dónde los veo oscurecerse.

—Entonces será mejor que lo deje antes de que pueda cometer algún acto impuro.—juego con la tira del sujetador y su mirada no se despega de mi escote, lo que me produce una inmensa satisfacción.—Es usted una verdadera tentación, señor Gobbi.—y sin dejar que reaccione, le cuelgo.

Después de eso me tiro en la cama y dejo salir un sonoro suspiro con una estúpida sonrisa dibujada en mi cara. No sé cuanto tiempo me paso contemplando el techo con los dedos acariciando mis labios que me quedo dormida pensando en él.
En las sensaciones que despierta en mí aún sin tenerle cerca, en la forma en la que se pasa la mano por el pelo cuando se pone nervioso, en los hoyuelos que se le forman al lado de sus labios cuando sonríe, y tampoco en la forma tan especial que tiene de mirarme que hace que me tiemblen las piernas.

Y con esos pensamientos me quedo profundamente dormida.

***
—Te vamos a echar muchísimo de menos mon poussin.—dice mi madre abrazándome casi dejándome sin aire. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.