—No creo que sea una buena idea.—digo paseándome por la sala de juntas.
Si señores, solo ha hecho falta un día para que este hombre insoportable que tengo como pareja me haya convencido de volver al trabajo. Eso sí es tener fuerza de voluntad.
—Que si mujer, tú no te preocupes.—insiste Leonardo apoyado en la mesa con los brazos cruzados y con una sonrisa divertida en la cara.
—¡¿Qué no me preocupe?!—exclamo volviéndome hacia él y mirándolo como si le hubiera salido una segunda cabeza.
Y es que no es para menos. Se ve que Leonardo quiere llevarme hoy a cenar con sus padres, ¡con su familia! Eso significa que estará su hermana, lo cual me alegra, también estará su madre, lo cual ya no me alegra tanto y por último pero no menos peligroso, su padre, que me aterroriza.
—A tus padres no les gusto y lo sabes.—replico parándome frente a él con el ceño fruncido.
—Ah, no no. Rectificación. No les gustabas.—dice levantando la mano.—Pasado.—sonríe socarronamente y yo ruedo los ojos.
—Si, claro. ¿Y si puede saber a que se debe ese cambio tan espectacular?—pregunto irónica.
—Se debe a que cuando te fuiste sin decirme nada me volví loco y casi les destrozo la casa entera.—me dice muy seriamente sin quitarme la intensa mirada de encima.
Me pongo nerviosa y para ocultarlo me levanto y empiezo a andar de nuevo, pero esta vez más despacio y tomando profundas respiraciones.
—¿Y por qué iban a conocer a la persona responsable del casi destrozo de su casa?—intento cambiar de tema para que no me haga tomar una decisión ahora mismo.
—¡Por el amor de dios, Angelique!—se pasa la mano por el pelo, frustrado y me mira con ojos cansados.—Les conté como me siento hacia ti y, por lo visto, mi padre me creyó y decidió darte una oportunidad para conocerte como persona, no como empleada.
—¿Y como te sientes hacia mí?—me acerco lentamente hasta tenerlo delante de mí y me recuesto en él con una sonrisa pícara en la cara.
—Ya sabe perfectamente como me siento hacia usted, señorita Leblanc.—ronronea en mi cuello, provocando que eche la cabeza hacia atrás para darle mejor acceso.—Es usted una criatura maravillosa, dulce, terca, impulsiva... pero eso hace que me vuelva loco.—Va dejándome besos calientes desde la base de mi cuello hasta la comisura de mis labios.—Ti amo, Angelique.
—Yo también te quiero, Leonardo.—susurro ya ha milímetros de su apetitosa boca.
—¿Eso significa que vas a venir esta noche a cenar?—pregunta rozando con cada letra mis labios.
Río ante su insistencia y lo atraigo hacia mí antes de que pueda continuar.
—Eso significa un, ya me lo pensaré.—y lo beso.
***
No sé cómo Leonardo me ha convencido para hacer esto. No, espera. Sí que sé cómo me ha convencido para que esté aquí plantada, enfrente la puerta de la casa de sus padres con mis mejores galas mordiéndome el labio e intentando controlar mis nervios que están a flor de piel.
—¿Nerviosa, caro?—me pregunta rodeándome la cintura con el brazo y acercándome a él.
—¿Nerviosa? ¿Yo? Pff, ¿por qué lo preguntas?—hablo atropelladamente moviendo la mano haciendo un gesto raro.
—Porque llevas mordiéndote ese labio desde que te has subido al coche y no paras de mover las manos. Por eso.—sonríe hablándome en voz baja.
«Malditos nervios.»
Justo en ese momento la puerta se abre y por ella veo a sus padres enfundados en sus mejores ropas, que a mi lado no tienen nada que envidiar.
Mi vestido coral de tirantes con falda dos centímetros por encima de la rodilla no tiene nada que ver con el largo vestido azul pegado al cuerpo que lleva su madre. ¡Pero si solo es una cena! Ya me siento fuera de lugar y ni hemos empezado con la cena.
—¡Que alegría que hayáis llegado a tiempo!—exclama abrazando a su hijo y dándome dos besos a mí.
«Vaya, esto es toda una novedad.»
—Hola querida. Pasad, pasad.—me sonríe amablemente y a mí me sale una mueca.—Tu padre ha dicho que había mucho tráfico y no sabía si podríais llegar para la cena. Voy a avisarle de que ya estáis aquí.—y tal como ha venido, desaparece detrás de un gran bulto de seda azul.
Tomo una o dos respiraciones profundas para calmarme y Leonardo me coge de la mano, infundándome ánimos.
—Todo va a ir bien.—me reconforta guiñándome el ojo.
—Hijo, me alegro que estéis los dos aquí.—Sin quererlo me tenso de inmediato al escuchar la voz grave de su padre, pero me obligo a mi misma a calmarme.
—Gracias por esta cena padre.—responde Leonardo estrechando la mano de su padre.
Menudas muestras de afecto. En mi familia ya nos estaríamos abrazando y dando besos por doquier.
—Un placer volver a verla, señorita Leblanc.—dice su padre girándose en mi dirección.
—Lo mismo digo, señor.—me estrecha la mano en un apretón firme y tras dedicarme una sonrisa cordial desaparece por el comedor.