—¿Te gusta?
Leonardo me ha llevado hasta una pequeña cabaña escondida entre los árboles del jardín. Desde fuera parece un pequeño cuchitril sin cuidar, pero por dentro es completamente diferente.
La cabaña está echa enteramente de madera y es bastante espaciosa, al fondo de todo se encuentra la cama, que básicamente consiste en un colchón y a los lados hay unos pocos muebles que sirven para decorar. También puedo ver, en la otra esquina un pequeño escritorio lleno de hojas, supongo que será lo que él escribe.
Mis ojos se mueven ansiosos por absorber cada rincón de la estancia y plasmarlo en un papel. Es, ¿cómo decirlo? Este sitio es acogedor, se respira paz y tranquilidad. Es simplemente perfecto.
—¿Amore?—su voz suave detrás de mí me saca de mi ensoñamiento.
—Es increíble.—digo apoyándome en su pecho.—No sabía que aquí era donde te escondías para escribir.—bromeo señalando las hojas del escritorio y noto como se remueve, nervioso.
—Si, bueno. Este es uno de los lugares en los que puedo ser yo mismo sin miedo a lo que la gente pueda pensar.—me quedo un poco impresionada ante la confesión. No parece que le afecte lo que la gente diga.
—Así que en realidad el famoso empresario de éxito, Leonardo Gobbi, tiene miedo de lo que la gente pueda opinar de su persona.—me burlo cariñosamente.—Pues déjame decirle que no se va a ganar una buena reputación si sigue escondiéndose.—ríe ligeramente y aprovecho el gesto para girarme y quedar cara a cara con él.—¿Por qué has decido que debías compartir esto conmigo? No digo que no quiera—me apresuro a añadir—pero, no sé, por qué ahora.
Lo veo soltar un suspiro lento y fuerte antes de mirarme fija e intensamente. Dios, no sé si aguanto con esa mirada tan penetrante.
—Yo... quería que supieras...que yo...bueno...—se rasca la nuca para después frotarse las manos en su americana.
—¡Por el amor de dios, solo dilo ya!—exclamo poniéndome más nerviosa por segundos.
—Así no puedo.—no entiendo lo que dice hasta que no me vuelve a girar de manera que su pecho queda apoyado en mi espalda.—Así mejor.—dice suspirando más aliviado.
—¿Puedes decirme ya lo que te pasa? Me estoy poniendo muy nerviosa, y no me gusta.—le advierto con el ceño fruncido. Esta es la conversación más extraña que he tenido en la vida, y mira que he tenido conversaciones raras.
—No sé ni el como ni el cuando pasó pero el caso es que pasó. Sabes perfectamente lo que siento por ti Anguelique, mi querida Angelique...—entierra la cabeza en mi cuello y me da un pequeño beso.
—Leo...—no es que no me guste lo que está haciendo, pero quiero saber que diantres quiere decir y si sigue haciendo esto no puedo concentrarme.
—La cuestión es que... hace un tiempo que me he dado cuenta de que eres mi musa Angelique. Te has convertido en el centro de mis pensamientos y no puedo expresar en voz alta todo lo que siento por ti porque simplemente no se puede expresar con palabras un amor tan grande.—hace una pausa en la que toma aire para continuar, mientras yo me he quedado como una estatua, sin reaccionar.
—Y me he dado cuenta que la única forma que tengo de canalizar todos estos sentimientos por ti es ha través de la escritura. Gracias a ella soy capaz de plasmar en una superficie física todas mis emociones, o al menos intentarlo.—siento la vibración de su pecho al reír.
Ante tal confesión, me he quedado de piedra y sin palabras. Por mucho que abro la boca, de ella no sale más que aire.
—Por favor, Angioletto, dime algo.—noto a Leonardo removiéndose nervioso a mi espalda y su nariz rozar mi oreja.
Cierro los ojos y aspiro con fuerza para intentar llenarme de esas sensaciones que tanto me enloquecen.
Lentamente consigo soltarme de su agarre y me giro para encontrármelo mirándome un tanto tímido, así que hago lo único que se me ocurre. Lo beso.
Es un beso lento y lleno de amor que él no tarda en corresponder. Quiero demostrarle todo lo que siento por él y no quiero volver a ver esa timidez en sus ojos, no conmigo. Amo todo de este hombre y nada de lo que me diga va a hacerme cambiar de opinión.
—Sinceramente, no sé que decir.—contesto algo cohibida al separarnos.—Yo...no me esperaba esta confesión desde luego. Pero me ha gustado, mucho.—sus hombros se relajan y le acaricio las mejillas tiernamente.—Y me alegro de que me lo hayas dicho porque yo también tengo algo que decirte.—me alejo un poco de él y me siento en la silla cerca de la cama.
—Siempre que una mujer empieza con la frase "tenemos que hablar" o "tengo que decirte algo" hay peligro.—contesta con cautela fingida. Ruedo los ojos y lo oigo reír.
—Tú ya has tenido el momento de confesarte, ahora es mi turno.—le veo asentir lentamente mientras se sienta en el borde de la cama y yo tomo una bocanada de aire.
—Adelante.
—Creo que no es ninguna sorpresa para ti que sepas que te he hecho retratos,—jugueteo con mis dedos y fijo la mirada en los zapatos de Leonardo, de repente interesantes.—La cuestión es que durante las últimas semanas me he dado cuenta de que te has convertido en el centro de todas mis creaciones. En la pintura eres la única persona que se me viene a la mente y cada vez que cojo la cámara tengo la tentación de convertirte en el objetivo de todas mis fotografías.—armándome de valor levanto la cabeza y me encuentro con los grandes ojos azules de Leonardo observándome con mucha atención.
—Te has convertido en mi inspiración, en mi talismán.—susurro viéndolo abrir los ojos con sorpresa.