Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 53

Han pasado ya tres días desde que ingresaron a la hermana de Leonardo en el hospital y, pese a todos mis esfuerzos por convencerlo de que vaya a casa a descansar, no me hace caso.

—En serio deberías dormir un poco, tus padres y yo nos quedaremos aquí y ante cualquier novedad te avisaremos.—le repito por enésima vez.

—Si me voy no voy a ser capaz de dormir nada.—replica con voz cansada.—Da gracias que me has convencido para comer algo.

Se recuesta en la silla de la sala de espera y cierra los ojos, abatido. Tiene unas ojeras profundas y su cuerpo está constantemente en tensión.

Odio verlo así y me odio más por no contarle acerca del mensaje que recibí. Pero temo que si lo hago ahora pierda los nervios y no sepa controlar la situación. Es un momento muy delicado, sé cuanto quiere a su hermana pequeña.

No tengo ni la menor idea de cuánto tiempo llevamos esperando cuando sale el médico para informarnos de algún progreso.
Al unísono, los cinco presentes nos levantamos a la vez y lo miramos fijamente.

—¿Ha habido algún cambio, doctor?—pregunta su madre con voz esperanzada.

—Lo siento señora, pero por el momento no ha habido ningún avance. Estaremos muy pendientes de ella, de todos modos.—el doctor pasa la mirada por los presentes hasta que sus ojos se clavan en Tiago.—¿Fue usted el que tuvo contacto con ella por última vez?

—Si, doctor.—responde en voz baja.

—Lamento informarles de que su hija ingirió una cierta cantidad de cianuro que puede ser muy perjudicial para su salud, teniendo en cuenta su anterior diagnóstico.—Ante la noticia, su madre se derrumba y su marido tiene que sujetarla para que no caiga al suelo y con su hombro ahoga sus sollozos. 

—¿Qué? ¿Cómo ha podido ser?—pregunta su padre completamente indignado.

—Es lo que aún estamos intentando averiguar, señor.—y con un leve asentimiento de cabeza, se marcha.

Mi cabeza empieza a darle vueltas a lo que ha dicho el médico "su hija ha ingerido cierta cantidad de cianuro...puede ser muy perjudicial..."  y al escalofriante mensaje del otro día. Su advertencia fue clara: si sigo buscando estaré en el lugar de su hermana.
¿Será alguien capaz de envenenar a una niña inocente por el simple hecho que querer venganza?

—¡Que le diste a mi hija!—el hombre estalla de rabia y se acerca peligrosamente a Tiago.

—N-nada, señor. Lo prometo.—se defiende con los ojos muy abiertos.—Solamente ordenamos dos pizzas y yo también comí de ellas. No comió nada más, ¡se lo juro!

—¡Entonces explícame como es que está postrada en una cama de hospital con cianuro en el cuerpo!—levanta la voz más de la cuenta y los primeros pacientes empiezan a observarnos.

—Papá, ya basta. Tiago no ha hecho nada, ha cuidado a Amelia desde que era un bebé. Déjalo en paz.—interviene Leonardo agarrando a su padre por el brazo y guiándolo a una silla para serenarse.

Me acerco a Tiago y le aprieto el brazo para que sepa que estoy de su lado y él me devuelve el apretón y suelta un profundo suspiro de cansancio.

—Será mejor que me vaya a casa.—dice interrumpiendo el silencio.

***
—¿Y si la accidente de tu hermana no ha sido exactamente...un accidente?—suelto de golpe en el ascensor de la oficina. 

Llevo todo el día desde que hemos salido del hospital con ese pensamiento en la cabeza y siento que si no lo comparto con alguien voy a explotar.
Tal como lo digo el cuerpo entero de Leonardo se gira abruptamente hacia mí y me mira completamente descolocado.

—¿Qué? ¿A que te refieres?—su humor ya era pésimo desde esta mañana, pero ahora parece que ha ido a peor. Genial, pues parece que no ha sido un buen momento.

—Que no creo que lo que le ha pasado a tu hermana sea tan inocente como parece.—me niego ha devolverle la mirada, así que la mantengo en las puertas cerradas del ascensor.

—¡¿Inocente?! ¡Mi hermana se muere en esa cama de hospital, nada de esto es inocente, Angelique!—sus gritos revotan en las cuatro paredes metálicas del ascensor y me encojo de hombros.

—¡¿Puedes hacer el favor dejar de gritar como un energúmeno?! ¡Estoy intentando decirte algo y no me dejas!—estallo ya cansada de sus berrinches.

—¡Pues dímero ya!—ignora mi advertencia de que deje de gritar.

Exasperada de su comportamiento hago lo primero que se me pasa por la cabeza. Aprieto el botón para parar el ascensor.

—A-Angelique...

—¡Que! ¡Eres tu el que no para de chillar y no es necesario montar un espectáculo delante de todos los empleados!—soy consciente que la que ahora está chillando soy yo, pero eso no tiene importancia.

—De acuerdo, entonces dime de una maldita vez que quieres.—intenta calmarse dando profundas respiraciones.

—Vale,—tomo aire y decido escupirlo de golpe.—el otro día, cuando fui a por unos cafés en el hospital, volví ha recibir uno de esos mensajes.—levanto la vista para comprobar que me está prestando atención y lo veo con los brazos cruzados y la vista fija en mi rostro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.