Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 54

Antes de nada necesito pasar por casa para cambiarme de ropa y puesto que no he traído el coche, André no tiene más remedio que acompañarme.

—Podrías haberte traído ropa de recambio.—protesta subiendo las escaleras de casa.

—Perdona Sherlock por no llevarme el armario cuando salgo a trabajar.—suelto con ironía dejando el bolso en el sofá.—Creo que Violetta no ha llegado aún, pero puedes entretenerte con la televisión.

—Gracias por la consideración, maman.—muestra los dientes en la sonrisa más falsa que he visto en mi vida y me dirijo a la habitación riendo. Este día será interesante...

Decido ponerme unos pantalones negros con camisa y botines de cuero negros también. Para complementar el conjunto, rebusco en mi neceser alguna cinta que vaya a conjunto hasta que encuentro una negra. Ahora sí, sencillo pero sin perder mi estilo.

—¿Pero que te has puesto?—interroga André al verme toda de negro.—¿Es que ahora te estás volviendo gótica?—se burla.

—JA, JA. Eres muy gracioso, ¿te lo habían dicho alguna vez?—paso por su lado para meterme el móvil en uno de los bolsillos del pantalón con el chico detrás de mí.

—Sí, alguna que otra vez.—alardea con superioridad.

—Pues seguramente sería sarcasmo.—lo provoco sonriendo y saliendo de casa.—¿Vas a venir o te vas a quedar ahí pasmado como una estatua humana?—pregunto al ver que se me ha quedado mirando desde el salón.

—Esta me las pagas.—y se la pasa refunfuñando todo el camino en coche hasta el instituto.

—Muy bien, ¿y ahora que hacemos?—pregunto una vez delante de la entrada.

—No lo sé, ¡pensé que eso lo habías pensado tú!—exclama de brazos cruzados.

—¡¿Y yo por qué?!—digo en el mismo tono.

—¡Porque eres tú la que va vestida de espía mafiosa!—me señala de arriba a bajo y no se me escapa la media sonrisa que se le pinta en la boca.

—Al menos yo me acuerdo del cumpleaños de la abuela.—le recuerdo apuntándolo con el dedo.

—Eh, eso solo fue un año. ¡Y la muy lista se vengó de mí y me hizo comer galletas con jabón!—recuerda con cara de asco y simulando arcadas.

Yo no puedo hacer más que reírme a pleno pulmón. Así es señores y señoras, ojo con olvidarte del cumpleaños de la grand-mère porque puedes acabar con un dolor de barriga terrible. Pero eso sí, con buen aliento.

—Eso fue lo mejor del mundo.—le doy una palmaditas en el hombro y me adelanto para entrar.

Tal y como sucedió el último día que fui con Marc, la vieja de recepción está leyendo la misma revista y en la misma posición. ¿Se habrá movido del sitio desde el martes?

—Vale, ya tengo un plan.—le digo arrastrándolo a un rincón de modo que la señora no pueda vernos.

—¿Tan rápido?—levanta una ceja curioso.—Ilumíname.

—Tú vas a distraer a la secretaria mientras yo consigo escabullirme dentro y luego tu le dices que te has dejado la chaqueta o algo y cuando entre al guardarropa tu te escabulles también.

—¿Y no puedo seducirla con mis encantos y que me deje pasar?—dice presumiendo de su físico y yo tengo que ahogar una risa al imaginar la imagen de mi hermano flirteando con esa señora.

—Como quieras.—respondo riendo.—Es esa de allí.—le digo señalando al mostrador.

Veo como la cara de mi hermano pasa de sonreír con confianza a horror total y me tapo la boca para no delatarnos con mi risa.

—Vamos campeón, tú puedes.—lo empujo ligeramente para que reaccione y le enseño los pulgares cuando se gira.

«No sabe donde se ha metido», pienso con gracia.

Cuando empiezan a hablar veo como la señora arruga su frente ya llena de arrugas y aprovecha una ocasión en las que se le cae el lápiz al suelo para correr hacia el pasillo del fondo y espero a André.

—No vuelvo a participar en uno de tus planes en la vida.—la voz indignada de André me sobresalta y me río empezando ha andar.

—Que yo sepa, la idea de ligar con la secretaria a sido tuya.—replico subiendo las escaleras con prisa.

—¡Pero en ningún momento me has dicho que era tan vieja!—exclama ignorando el echo de que nos estamos colando en un instituto y nos pueden echar.

—En ningún momento has preguntado.—contraataco mientras busco el número de aula correspondiente.

—¿Qué estamos buscando exactamente?—vuelve a intervenir.

—El armario que nos llevará a Narnia, no te digo...—respondo irónica.

—¿No te han dicho nunca que el sarcasmo es la estrategia para los tontos e ignorantes?—me pincha a propósito.

—¿Y a ti no te han dicho nunca que tienes un problema de control cuando hablas?—respondo con otra pregunta.

Touche.—ríe de acuerdo conmigo.

Después de este pequeño intercambio de puyas, nos dedicamos a buscar en silencio el aula adecuada.




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