Soy despertada por los dulces labios de Leonardo repartiéndome pequeños besos por todo el cuerpo.
—Mm...—ronroneo desperezándome.—Podría acostumbrarme a esto.
—Yo también podría decir lo mismo, señorita Leblanc.—dice son una dulce sonrisa.—La vista es realmente preciosa.—sus labios rozan los míos y le paso los brazos alrededor del cuello parra atraerlo más hacia mí.
—¿Qué hora es?—pregunto al separarnos para coger aire.
—Las ocho y media.—murmura aún muy cerca de mis labios.
—¿Y no tendríamos que estar arreglándonos para ir a trabajar?—levanto una ceja.––Ya sabes que el jefe odia la impuntualidad.—me río, provocándolo.
—No creo que al jefe el importe, dadas al circunstancias.—sonríe acariciando su nariz con la mía.—Además, seguramente hoy me ausente todo el día.—explica apartándose de mí para dejar que me incorpore.
—¿Por qué?—pregunto con el ceño fruncido.
—Porque tengo que hablar con mi padre sobre todo el asunto de Katia y también quiero ir a ver como está mi hermana.—todo rastro de felicidad ha desaparecido y ahora está en completa tensión.
—Me habría gustado acompañarte,—suspiro pasándole los brazos alrededor del pecho y apoyando la cabeza en su hombro.—en lo que a tu hermana se refiere, digo.—aclaro.
—Si, pero entonces no habría nadie en la empresa para vigilar que todo esté en orden.—explica dándole un beso a mi mano.
—¿Quieres que esté al mando de tu empresa?—pregunto estupefacta.
Al ver mi reacción no puede evitar soltar una fuerte carcajada y mirarme con demasiada dulzura.
—Por lo visto no te gustaría dirigir la empresa.—al no obtener respuesta por mi parte se explica mejor.—Solo quiero que te encargues de que todo va según lo previsto en tu área. De lo demás, déjame a mí.—me guiña un ojo, tranquilizándome.
—Está bien.—digo sin salir de mi estupefacción.
—Lo harás genial, confío en ti.—me reconforta.—Ahora yo me tengo que ir a hablar con mi padre, pero ¿quedamos después del trabajo en nuestro sitio?
El hecho de que se haya acordado de nuestro pequeño lugar hace que se me hinche el pecho de felicidad y dándome un último beso, se va.
Mierda, debería haberle dicho que Laura es la que envenenó a su hermana.
Me levanto lo más rápido que puedo y salgo de la habitación pero ya no está. Debería habérselo dicho, tengo un mal presentimiento.
Alejo los malos pensamientos de mi mente y me pongo mi ropa de trabajo que, sorpresivamente, Leonardo trajo ayer de mi casa. Que nadie me pregunte cuando porque no lo sé ni yo.
***
Al llegar al trabajo les informo a todos los trabajadores de mi planta que como secretaria del jefe estoy al mando debido a su ausencia, y por ello me gano alguna que otra mirada de envidia y algún que otro cuchicheo. Pero la verdad es que me traen sin cuidado, sé perfectamente que soy capaz de llevar esta responsabilidad.
—¿Qué se siente al ser la jefa?—pregunta Alex apareciendo de la nada y provocándome un ataque al corazón.
—¡Alex! ¡Te he dicho mil veces que no me pegues estos sustos!—lo reprendo poniéndome una mano en mi todavía acelerado corazón.
Él, por otro lado, se ha dejado caer en la silla sin la menor delicadeza y se está riendo a carcajada abierta de mí.
—Deberías haberte visto la cara.—me señala estallando de nuevo a carcajadas.—¡Ha sido graciosísima!
—Sé que me quieres ver en el hospital, pero esta no es la manera correcta de hacerlo.—digo cruzándome de brazos.
—Por cierto, he oído que la hermana de Leonardo está en el hospital, ¿va todo bien?—dice cuando ya se ha calmado por fin.
—Cómo es que sabes tú eso?—inquiero frunciendo el ceño extrañada.
—Las noticias vuelan en esta empresa, ma chère.—responde este haciéndose el interesante.
Lo miro con cara de no tragarme la mentira y rueda los ojos.
—Vale, vale. Caray, como nos hemos levantado hoy.—se excusa poniendo las manos en alto en signo de rendición.—el otro día leí un artículo en alguna de esas revistas de cotilleos acerca de los padres de Leonardo saliendo del hospital a altas horas de la madrugada.
Vaya, sí que vuelan las noticias.
—¿Es eso cierto, Angie?—insiste al no obtener respuesta.
—Sí, hace ya unos días que su hermana está ingresada. No es nada grave, de todos modos.—añado rápidamente para restarle importancia.—¿Y por que me lo preguntas a mí?
—Porque eres tú la que está saliendo con el señor Gobbi y la que conoce a su familia.—no lo dice en tono acusador ni nada, pero no puedo evitar sonrojarme por el comentario. Ya no es ningún secreto que entre Leonardo y yo hay algo, y todos mis amigos del trabajo lo saben.