Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 57

Me paso toda la noche llorando en brazos de Violetta que, con una calma asombrosa, me deja explicar lo sucedido y me consuela en todo momento. Es en estos instantes en los que doy gracias por tener a una amiga que me de consuelo.

Por la mañana estoy igual o incluso peor que el día anterior. En el espejo veo a una joven de cabellos rubios hechos una pena y unos ojos verdes que me devuelven una mirada apagada y sin vida. Las palabras de Leonardo resuenan en mi mente a cada segundo  y no lo puedo remediar. "Al parecer todas las mujeres sois iguales ¿no? Al fin y al cabo no podéis resistir a la tentación de mentir y manipular a todos a vuestro alrededor. Dais asco."

¿Por qué Leonardo? ¿Por qué tenias que acusarme de esa manera sin motivo? ¿Por qué no pudiste comprenderme? Me hago las mismas preguntas mientras me visto y me bebo el café que Violetta me ha dejado en la mesa antes de irse a trabajar. Junto a la taza hay una nota escrita:

"Aquí tienes tú café de buenos días, y te he dejado algunas galletas de chocolate a modo de buenos días. 
Nos vemos esta noche. ;)"

La nota consigue sacarme una sonrisa, por pequeña que sea y se lo debo con todo mi corazón. O, bueno, lo que queda de él.

***
Entrar a la empresa nunca ha sido fácil y ahora todavía lo son menos. No estoy para nada preparada para volver a dirigirle la palabro siquiera verle. No creo que pueda soportarlo.

Estoy a punto de dar media vuelta e irme a casa para inventarme cualquier excusa cuando Elena me para por el camino y deposita una pila de papeles en mis manos.

—Gracias a dios que has venido, Angie.—exclama aliviada de haberse sacado un pesa de encima. En cambio yo hago malabares para que no se me caigan ni los papeles ni el bolso.—Hoy justamente estamos hasta arriba de trabajo. 

«Ni que lo digas». Pienso dirigiéndome a la mesa para depositarlo todo de golpe.

—Ah y otra cosa antes de que se me olvide.—me llama la atención volviéndose hacia mí.—Lleva las tres primeras carpetas que te he dado al despacho. Hace unos minutos me las han pedido, pero estoy hasta arriba, ¿A que me haces el favor?—y antes de que le pueda responder se va dedicándome una sonrisa de agradecimiento.

Me quedo parada observando cada una de las carpetas. No sé si pueda hacer esto, no pensaba que tendría que enfrentarlo tan temprano. 

Cojo aire y me centro en mi trabajo. «Vamos Angie, tú solo entra y déjaselo sobre la mesa. Es tu trabajo, no es para tanto. Además, ¿desde cuando te acobardas de esta manera?» me intento convencer de ello, llamo a su puerta y me adentro a la boca del lobo con la vista al frente. 

—Aquí están las carpetas que me pidió...—mi voz va perdiendo intensidad a medida que hablo y esto se debe que, al contrario de lo que yo esperaba, el que está sentado en el despacho es nada más y nada menos que Gian Gobbi. El padre. Genial. 

—Parece sorprendida de verme, señorita Leblanc.—me contempla sonriendo. Lo cual me descoloca más que todas las cosas.

—Eh...si, quiero decir que no me lo esperaba.—balbuceo en un torpe intento por recuperar la compostura.

—No se preocupe, ha sido un cambio de último momento.—me aclara alargando la mano para que le muestre los documentos, inmediatamente lo hago.—Pensé que mi hijo te habría informado de eso.

Bueno, si tenemos en cuenta la discusión de ayer, no creo esté muy informada sobre estos cambios. Pero decido decirlo de modo más sutil.

—No, no me ha comentado nada al respecto.—susurro y el me mira un poco extrañado.—¿A que se debe esta cambio?—al darme cuenta de lo descarada que ha sonado mi pregunta intento arreglarlo.—Quiero decir, si se puede saber.—mi torpe pregunta no parece afectarle, es más, parece complacido que lo haya dicho.

—Ayer mi hijo me puso al día de todo lo que os estaba pasando.—explica uniendo las manos por encima la mesa.—Ya sé todo sobre Katia, sobre Laura, tu hermano, sobre Marc y sobre los mensajes.—mientras su relato avanza me mira expectante y yo trago saliva, asustada.

—Señor...

—Déjame terminar,—me interrumpe con la mano.—también me contó que estáis investigando y que tienes teorías sobre el estado de mi pequeña hija, ¿es eso cierto?

—Lo es, señor.—digo mirando al suelo.

—Bien, creo que podremos hacer algo al respecto.—se recuesta en la silla, satisfecho y yo levanto la vista de golpe sin comprender nada.

—Creo que no lo entiendo, señor.

—Quiero saber todo lo que lleguéis a descubrir,—explica.—yo también haré mis investigaciones, por supuesto. Pero tengo algunos contactos en la policía que nos pueden venir muy bien.—me quedo con la boca abierta por su reacción. Me esperaba gritos o, al menos reprimendas.

Pero no, o que me encuentro es con un hombre dispuesto a colaborar con nosotros, ¡conmigo! para resolver este problema. Puede que después de todo Leonardo no le haya contado sus teorías sobre quien cree que han envenenado a su hija...

El resto del día transcurre con bastante normalidad, dentro de lo que cabe. Seguimos hasta arriba de trabajo y Leonardo continúa sin aparecer. Antes no me he atrevido a preguntarle a su padre el por que, pero estoy segura que es por algo de la pelea de ayer.




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