Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 60

Hay veces en las que oigo voces a distancia y hay otras en las que no logro escuchar nada, esas veces en las que estamos la oscuridad y yo a solas.

Pero esta vez parece ser diferente, los ruidos exteriores cada vez son más claros y nítidos. Mis ojos aún pesan y el esfuerzo que tengo que hacer para abrirlos casi me deja inconsciente de nuevo, pero al fin estoy despierta.

Lo primero que percibo es una intensa luz natural que entra a través de la pequeña ventana de la habitación. Inmediatamente me tapo los ojos con la mano y es cuando veo tengo una vía inyectada en el brazo. ¿Qué ha pasado?

Al levantar más la vista me detengo a observar la habitación y puedo confirmar que estoy en la cama de un hospital.

Siento un repentino peso en mis piernas y cuando bajo la vista para ver de que se trata, la imagen me deja patidifusa. Leonardo se encuentra tranquilamente dormido abrazado a mis piernas.

Ese acto me hace sonreír, gesto que me duele mil demonios. De forma inconsciente alargo lentamente la mano y le acaricio su suaves rizos, olvidándome momentáneamente que él no debería estar allí.

Al parecer mi masaje le hace sonreír y deja salir un pequeño suspiro de placer, se me encoje el corazón tan solo de verlo.
De un momento a otro su expresión de serenidad cambia radicalmente a una de confusión y se despierta de golpe, haciendo que mi mano ya débil de por sí, se desplome sobre la cama.

—Angelique...—su voz es ronca y grave a causa de haberlo despertado.

—¿Dónde...dónde estoy?—pregunto aún bastante desconcertada.

Intento incorporarme pero de inmediato siento un dolor intenso en las costillas que me hace volver a mi anterior posición.

—Ve con cuidado. Tienes algunas costillas fracturadas.—me informa ayudándome a tumbarme y mirándome de una forma tan dulce que hace que me maree.

—Estoy perdida.—confieso con una sombra de sonrisa en el rostro.—¿Qué pasó exactamente para acabar aquí y de esta manera?

—¿No te acuerdas de nada?—pregunta mirándome incrédulo.

—No te lo preguntaría si lo supiera.—respondo un poco arisca.

—Un coche te atropelló en el puerto el viernes.—me mira a los ojos y yo intento mantenerle la mirada, pero es tan intensa que la tengo que apartar.

—¿Y que día es hoy?—ahora que me lo va recordando, hay ciertas partes  que sí me acuerdo.

Como por ejemplo el por qué me encontraba en el puerto, también recuerdo haber seguido a Laura y haber descubierto que ella fue la que compró el cianuro en una tienda ilegal por internet. Del resto ya no sé nada más.

—Estamos a lunes. Llevas unas 72 horas dormida.—dice haciendo sus cálculos mirando el reloj.

—¡¿Qué?! No puede ser, ¿He pasado aquí todo el fin de semana?—me incorporo de golpe e ignoro la punzada de dolor de mis costillas.

No puede ser que haya estado inconsciente casi tres días. ¿Dónde estarán André, Violetta o Marc? ¿Sabrán algo de esto? De verdad espero que no.

—Con cuidado, Angelique. Aún estás delicada.—su gentileza me empieza a abrumar y lo miro mal.

—¡Deja de comportarte así conmigo! No soy de cristal y no voy a romperme.—exclamo apartándole las manos de un golpe.

Mi gesto le ha dolido, lo puedo ver en sus facciones y en sus ojos. Pero el hecho de haber sido atropellada por un misterioso coche y que sea precisamente tu jefe que a la vez es tu ex-novio el que te cuente que has pasado tres días en coma, no ayuda a mi estado mental.

—Perdona, había pensado que te gustaría ver a alguien conocido cuando despertaras.—murmura con el ceño fruncido y arrugando las sábanas en sus manos.

—Si, gracias.—al menos eso se lo voy a reconocer.—¿Sabes donde están los demás?—inquiero aparentando no ver la tristeza que se refleja en sus ojos.

—Marc, André y Violetta están en la sala de espera. Tiago, mis padres y los tuyos han ido a por unos cafés.—intenta que su voz vuelva a la normalidad y adquiera un tono neutro y hay un punto en el que casi lo consigue.

Mejor. Así ambos nos evitamos tanto sufrimiento. Aunque me duela no poder tocarlo como a mí me gustaría, se que de momento esto es lo mejor. 

—¡¿Mis padres están aquí?!—chillo abriendo mucho los ojos.—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?—lo bombardeo a preguntas y eso parece sacarle una pequeñísima carcajada. A lo que yo lo fulmino con la mirada.

—Bueno, para empezar, André los llamó justo cuando le conté lo que te había pasado y mis padres estuvieron más que de acuerdo en pagarles los billetes y el por qué. A ver, si te llaman a las tres de la tarde informándote de que tu hija está ingresada en un hospital...no hay mucho más que decir, ¿no crees?—se cruza de brazos y me observa esperando una respuesta. 

—¿Me encontraste tú?—Es lo único que se me ocurre decir ante tanta información. Mi voz es apenas un murmullo, pero Leonardo me oye perfectamente.




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