Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 62

Me despierto con el sonido de la puerta de mi habitación abriéndose e inmediatamente me incorporo sin saber como he terminado en mi cama.

—Buenos días, bella durmiente.—veo asomarse la cabeza de Violetta a través de la puerta.—Te traigo algo de beber, toma.—me sonríe dulcemente y me sirve un vaso de zumo de naranja.

—Si hubiera sabido que me cuidarías así al estar inválida, me habría dejado atropellar antes.—bromeo bebiéndome bien a gusto el zumo.

—Ni se te ocurra bromear con esto, Angie.—me reprende ella con el ceño fruncido.—Todos lo pasamos mal cuando nos enteramos de la noticia.

—Lo siento,—me disculpo de inmediato.—he sido una descuidada. 

—Sí, lo has sido.—coincide conmigo.—pero ya estamos acostumbrados a eso.—se ríe ante mi cara de desacuerdo.—Por cierto, creo que de momento deberías quedarte en la cama.

—¿Por qué?—pregunto frunciendo el ceño.

Se encoge de hombros y me quita el vaso vacío de las manos.

—Porque aún tienes que guardar reposo y así te recuperarás más rápido.—habla demasiado rápido y se apresura a levantarse y dirigirse a la puerta.

Que rara que está hoy.

—Pero eso no significa que esté inválida. Puedo andar perfectamente, Vio.—insisto intentando averiguar que le pasa.

—Quédate aquí.—me advierte señalándome con el dedo.––Y bonitas flores, las de tu mesita.—señala antes de correr a salir de la estancia.

¿Flores? ¿Qué flores? Vuelvo la cabeza hacia la mesita de noche y en efecto, encima de esta hay unas hermosas flores rojizas que no había visto nunca en la vida. 

Con cuidado cojo una y le acaricio sus suaves pétalos, sus colores son imnóticos. La flor resalta por su color rojo oscuro, pero en la parte central e inferior se puede apreciar un tono anaranjado. Es simplemente fascinante.

Las vuelvo a dejar en su sitio con la intención de llenar un vaso de agua cuando una nota se escurre entre ellas y cae al suelo. Esto cada vez es más raro, ¿quién a podido entrar para dejarlo aquí sin yo darme cuneta? Supongo que la misma persona que me trajo a la cama.

Abro la nota y leo el mensaje:

Una flor no nace para ser hermosa...nace para ser flor
Su belleza requiere que quien la mire tenga la capacidad de descubrir.

Pueden pasara a su lado cientos...miles...algunos ni siquiera saben de su existencia,
Otros no encontrarán en ella nada singular que la destaque de las demás, 
Pensarán que es otra de muchas flores.

Pero en algún momento aparecerá alguien que no la considerará una flor más y tendrá todo el tiempo del mundo para deleitarse observándola a cada minuto, a cada segundo si es necesario.
Descubra nuevas curvas y nuevas sensaciones al acariciar sus suaves pétalos y, 
no siga de largo, sino que decida que es una flor tan hermosa que no pueda no conservarla.


Leo, un ángel para otro ángel.

Me tiemblan las manos y la nota se me cae al suelo. Ahora no me cabe ninguna duda de que ha sido Leonardo el que me ha arropado y el que me ha dejado las flores, la maldita carta me lo confirma.

Me toco las mejillas, consciente de que están mojadas a causa de mis lágrimas. ¿Por qué me hace esto? Ya es lo bastante doloroso tenerlo cerca y lejos a la vez como para que me escriba cosas tan bonitas y me regale flores.

Me seco con brusquedad los húmedos ojos y decidida, salgo de la habitación en busca de aire. Sí me quedo más tiempo en esa habitación voy a echarme a llorar como una magdalena y no quiero.

—Pero que narices...—mi boca se abre tanto que temo que llegue al suelo.

—Angie...¡esto no es lo que parece!—se apresura a justificarse Violetta.

Vale, recapitulemos. Salgo de la habitación con la intención de comer algo y lo que me encuentro cuando llego a la cocina es a Tiago sin camiseta y a Violetta sentada encima del mármol de la cocina devorándose como si no hubiera un mañana.

—No, no, claro...pff...debo haber tenido yo una alucinación.—empiezo a gesticular demasiado y evito mirarlos fijamente a los dos.

No sé quien está más avergonzado aquí, o Violetta o yo. Tiago por otra parte está muy tranquilo, hasta creo que tiene una pequeña sonrisa en el rostro.

—¡¿Qué parte de quedarte en la cama no has entendido?!—grita  histérica y nerviosa la chica.

—Tranquila, ma belle dame, solo nos estábamos besando.—su comentario hace sonrojar en sobremanera a Violetta, que le aparta el brazo de los hombros de un manotazo.—No es algo que no hayas visto nunca antes.

—¡Tiago!—se lamenta mi amiga tapándose la cara con las manos.

—Así que por eso no querías que saliera de la habitación...—digo dándome cuenta de la situación.

Ha sido astuta la muy perra.

—Espera, ¿la tenías encerrada allí dentro?—pregunta el chico sin poder evitar estallar a carcajadas.—Ahora entiendo el por qué de tanto silencio.




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