Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 63

Hoy decido que no me voy a quedar un solo día más encerrada en casa y que voy a volver al trabajo. El médico me dijo que tenía que guardar reposo, no especificó los días. 

—Angie, en serio, deberías quedarte al menos otro día más para estar totalmente recuperada.—insiste Violetta al verme en la cocina bebiéndome mi café y vestida con el uniforme de trabajo.

—Violetta, en serio, me encuentro perfectamente.—le digo girando sobre mi misma para corroborarlo.—Y si te soy sincera, como pase otro día más encerrada, voy a volverme loca.—me quejo dramáticamente.

Al final lo termina aceptando y poniendo mala cara se despide de mí y se va a trabajar. 

Por una de las pocas veces en mi vida salgo de casa con tiempo y me permito observar con calma mi alrededor.

Ya se empieza a notar que el verano está llegando, los árboles están repletos de hojas verdes y el sol calienta las calles y por un momento cierro los ojos, tomo una profunda y lenta respiración imaginando que todo está bien y no hay preocupación alguna.

Pero el claxon de un coche me saca de esa fantasía y vuelvo de golpe a la realidad donde todo está mal, y por si no tuviera suficiente, ahora mismo estoy entrando en la oficina de mi jefe que resulta ser el hombre que más quiero pero al que más odio a la vez y que me confunde y enloquece con sus cambios de humor.

—¡Angie!—exclama Elena antes de dejar todo lo que esta haciendo y correr a abrazarme.—Dios, no sabes lo mucho que me alegro de verte bien.—intento devolverle el abrazo, pero no puedo ni moverme.

—Apártate vieja arrugada, ahora es mi turno.—nos interrumpe Alex haciéndose el enfadado.

—¿A quien llamas tu vieja arrugada?—protesta Elena dándome la espalda.

—Está claro que ha ti.—le tira un beso y corre hacia mí para abrazarme y darme vueltas al aire.

—¡Alex, vas a conseguir que te vomite encima!—al oírme decir eso para en seco y me río al ver su cara de asco.

—Vale, ya te bajo.—me suelta de inmediato.––¿Recibiste nuestras flores?—pregunta de repente serio.—Quisimos verte pero había tanta gente que decidimos esperar a que te recuperaras para así no agobiarte.

—¿Agobiarme? Por favor, ¿sabes lo que es eso?—pregunto de broma haciéndolos reír.—Y si, las recibí y son preciosas. Aún las tengo en casa.

—¿Se puede saber por qué no están en sus puestos? Hay mucho trabajo por hacer.—nos interrumpe la firme voz de Leonardo.

Camina hacia nosotros con seguridad y muy serio, enfadado diría yo. Se los queda mirando a los dos a la espera de una respuesta que no llega. Él aún no me ha visto.

—Lo siento, creo que ha sido mi culpa.—rompo el tenso silencio haciendo que sus ojos se posen rápidamente en mí, como si lo hubieran tomado por sorpresa. Que es lo que he hecho.

Tengo que esforzarme por esconder la pequeña sonrisa que amenaza con asomarse al ver el impacto reflejado en sus ojos.

—Angelique...Digo, señorita Leblanc.—se corrige rápidamente al darse cuenta del pequeño error, pero su tono de voz demuestra que aún sigue en shock.

—Nosotros ya nos íbamos a trabajar.—interviene Elena de lo más incómoda.

Agarra a Alex por el brazo y se lo lleva a restras, ya que si fuera por él se quedaría aquí observando el espectáculo. Le lanzo una mirada de agradecimiento a la chica y me vuelvo para enfocarme en Leonardo.

—Sí, tienen razón. Será mejor que nos pongamos manos a la obra.—hago ademán para irme a sentar a mi puesto de trabajo cuando su mano me intercepta.

—Usted no, señorita Leblanc—anuncia mirándome sin una pizca de gracia y con los labios apretados.—A mi despacho.

Me da la espalda con la intención de que lo siga y antes de hacerlo tomo una larga respiración y obligo a mi corazón a ir más despacio y a mis piernas a moverse.

***
—¿Qué estás haciendo aquí?—me pregunta al instante en el que cierro la puerta.

—Trabajar.—respondo como si fuera lo más obvio del mundo. En cierto modo lo es.

—Ya sabes a lo que me refiero.—me mira desde la mesa con los brazos cruzados.—El médico dijo que tenías que guardar reposo y no hacer mucho esfuerzo y venir aquí ha sido justo lo contrario de lo que deberías haber hecho.

Suelto un resoplido y me dejo caer despreocupadamente en la silla que se encuentra delante de él y pretendo que su presencia no me afecta en absoluto. 

—Estaba cansada de estar encerrada en esas cuatro paredes, Leonardo.—hablo gesticulando con las manos.—Admito que me gusta no hacer nada, pero ya me estaba convirtiendo en un parásito.

—En serio, Angelique, deberías volver a casa.—contesta dirigiéndome una fría mirada que me hiela por dentro.

—¡No! Debería trabajar.—me mira desafiante sin dar su brazo a torcer y yo estoy desesperada para que no me mande a casa.—¡Por favor, Leonardo! Necesito hacer algo con mi vida. Desde que he salido del hospital nadie me ha contado nada acerca del asunto de Laura y Katia, es más, ¡lo evitan! Violetta me tiene vigilada las 24 horas y mis padres no paran de llamar cada cinco minutos.—exclamo prácticamente suplicándole.—Necesito hacer algo útil. 




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