Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 70

Me paso las casi dos horas de vuelo profundamente dormida y me despierto cuando el señor que tengo al lado me pega una patada con su maleta de mano. Espero que no haya sido a propósito. 

Me levanto lo más rápido posible, teniendo en cuenta mi pésimo estado de ánimo y me bajo del avión cuando me invaden todas las preguntas e inseguridades de golpe.

¿Dónde está la casa? ¿Cómo voy a encontrarla? ¿Voy a tener que ir andando hasta allí? ¿Estaré bien aquí sola? ¿he hecho lo correcto?
Estoy hecha un manojo de nervios que cuando salgo por las puertas que dan al exterior no me doy cuenta del señor que está allí parado y me llevo por delante, provocando que se me caigan las maletas y que tenga que sujetarme del brazo para no caerme de bruces.

Genial, la mejor entrada a un nuevo país. Espero que por lo demás vaya mejor que esto.

—Perdone.—me disculpo apresurándome a recoger las maletas.

—¿Es usted la señorita Leblanc?—pregunta el desconocido.

Inmediatamente levanto la vista y me lo quedo mirando con el ceño fruncido, muy confundida.

—Si...—digo insegura.—¿Y usted es...

—Soy Paulo, el chofer del señor y la señora Gobbi.—explica con seriedad.—Me dijeron que se quedaría en la casa y me pidieron que la acompañara.—Su tono de voz es serio y neutral, no deja entrever sus emociones.

—Vaya...no sabía nada de esto.—digo intentando recuperarme de la sorpresa.

—Deme el equipaje, señorita

—No hace falta, puedo llevarlo yo hasta el coche.—niego restándole importancia, pero parece no notarlo.

—Insisto, es mi trabajo.—y sin decir nada más me coge las tres maletas y empieza a caminar en dirección al aparcamiento.

Durante todo el camino hacia la casa ninguno de los dos habla y eso me permite poder observarle.

Es un hombre alto y corpulento que podría pasar perfectamente por un guardaespaldas. Sus hombros son anchos y se notan sus brazos trabajados, su pelo es de un castaño claro salpicado por las primeras canas, lo que indica que rondará la edad de cuarenta años. Este hecho me lo terminan de confirmar las pequeñas arrugas que se le forman al lado de los ojos y de la boca. Para tener su edad aún conserva un poco de su atractivo de joven.

—Ya hemos llegado.—su monótona voz me saca de golpe de mis pensamientos y cuando me dirige la mirada tengo la sensación de que sabe que lo he estado observando todo el rota.

Me limito a asentir con la cara como un tomate y bajarme del coche.

—¿Hace mucho que trabaja para los Gobbi?—pregunto mientras lo ayudo a sacar todas las maletas del coche, acto que le hace poner una mueca de disgusto.

—Desde poco antes de que naciera su hijo.

—Vaya, eso si que es mucho tiempo.—me quedo mirándolo impresionada.

Lo veo sonreír de lado, como si mi comentario le hubiera hecho gracia.

—¿Y vive usted también en la casa?—lo interrogo sin parar mientras nos dirigimos tranquilamente a la casa.

—Si.

—¿Y tendrá que acompañarme a todos lados?—soy incapaz de controlarme. 

Estoy muy nerviosa y no quiero que lo note, y hablar sin parar es una de las consecuencias de ello. Espero que no se haya dado cuenta.

—Hace usted muchas preguntas, señorita Leblanc.—se queja abriendo la puerta.

—Lo siento. —bajo la mirada cohibida.

Iba a añadir algo más pero la súbita aparición de tres personas más justo delante de mí sonriendo con amabilidad me frena.

—Señorita Leblanc,—comienza Paulo.—Estos son los sirvientes de la casa.

¿Sirvientes? Nadie me había dicho nada de sirvientes.

—Ella es Camila, la cocinera de la casa. Ya te contará ella los horarios de la comida...—al decir su nombre la mujer relativamente joven me saluda con una gran sonrisa en la cara y le estrecho la mano educadamente.

¿Horarios de comida? Yo no tengo horarios de comida.

—Daniel es el jardinero y se encarga del mantenimiento de la casa. Cualquier cosa que necesites puedes acudir a él.—el hombre regordete me estrecha la mano con firmeza y me dedica un asentimiento de cabeza.—Y por último está Sofía, la ama de llaves. Es la que lleva más tiempo de todos.—lo confirmo al ver a la señora mayor con el pelo completamente blanco.

—Hola a todos.—hablo algo tímida. No me esperaba para nada esto, así que me ha pillado con la guardia baja.—Es un placer conocerlos.

—El placer es nuestro señorita.—contesta la Sofía, la ama de llaves.—¿Quiere que le enseñe su habitación para que desempaque sus cosas?

—Sí, por favor.—digo de inmediato con claro alivio.

Eso provoca una risilla disimulada por parte de los presentes y yo no puedo más que sonrojarme hasta las orejas.

Me guía a través de unas escaleras y recorremos por lo menos des pasillos enormes. Me quedo embobada observando cada rincón de la casa. No es para nada como me la había imaginado.

Es moderna pero con un toque rústico y a través de las grandes ventanas entra mucha luz. Me gusta. A lo largo de la pared del pasillo hay colgado infinidad de pinturas que me habría quedado absorta si no fuera por la presencia de Sofía.




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