Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 71

Me encuentro bajo el árbol del hermoso jardín de la casa admirando las vistas cuando veo a Camila acercarse pensativa.

—Señorita Leblanc...Digo, Angie.—se corrige rápidamente y le sonrío amablemente.—¿Puedo hablar contigo un momento?

—Claro.—le hago un pequeño hueco para que se siente a mi lado y, tras dudar unos instantes, accede.

Se queda unos segundos en silencio mirando al suelo hasta que toma valor y empieza a hablar.

—Siento mucho mi actitud de ayer. Sé que no estuve correcta, pero la noticia me tomó desprevenida.—susurra tímida arrancando la hierba del césped en un claro ejemplo de nerviosismo.

Le aprieto ligeramente la mano para que me mire y le dedico una sonrisa tranquilizadora.

—Tranquila, no me he sentido ofendida.—le digo lo más dulce que puedo.—Entiendo que hayas reaccionado así al enterarte que el hombre del que estás enamorada esté con otra. Yo habría montado una escena.—intento hacerla reír para romper un poco el hielo, pero parece que he conseguido todo lo contrario.

Sus ojos se abren de par en par y me mira como un perrito degollado, presa del pánico.

—¿Q-qué? No, yo...yo no...—se ha puesto roja de pies a cabeza y empieza a balbucear y a moverse nerviosamente en la hierba.

—Camila,—la interrumpo mirándola muy fijamente.—No hace falta que lo niegues, lo noté desde el momento en el que hablaste de él.

—Pero, ¿cómo?—pregunta todavía consternada.

Río al verla tan perdida. ¿Se puede ser más inocente?

—Porque se te iluminaron los ojos como árboles de navidad.—le contesto sonriendo.—Y me lo confirmaste cuando reaccionaste de este mismo modo cuando te enteraste de que Leonardo estaba saliendo con alguien más.

Pronunciar su nombre aún me es muy difícil y tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas por mantener la sonrisa en el rostro.

—¡Ay, Dios! ¡Lo siento muchísimo!—exclama tapándose la cara con las manos, claramente abochornada.—De verdad que no quiero entrometerme ni causar problemas...

—¡Camila!—la interrumpo quitándole las manos de su sonrojada cara.—Ya te he dicho que ayer no me ofendiste y sé que no eres de esa clase de personas.—la animo tocándole el hombro, pero eso no parece relajarla del todo.

—Pero ahora como vas a casarte con él, os vendréis a vivir a esta casa y yo no quiero que pienses...

—¿Casarnos?—si tuviera algo en la boca seguro que lo habría escupido ya.—¿Por qué dices eso? Aquí nadie se va a casar.—ahora es mi turno de abrir los ojos como platos por la sorpresa.

Ella me devuelve la mirada ceñuda, sin comprenderé el todo. Pues ya somos dos.

—¿Y entonces como es que estás aquí?—su pregunta puede sonar inocente en cualquier momento, pero no es este.

Y eso me deja más que claro que ninguno de ellos sabe el estado actual de Leonardo. 

—¿No sabéis que ha pasado?—pregunto en un medio susurro.

—¿Qué ha pasado dónde?—me devuelve la pregunta con el ceño fruncido.

Dejo ir un largo y profundo suspiro antes de contarle nada. Rayos, esto tendría que haberlo hecho el señor o la señora Gobbi. ¿Ahora como le digo yo a la chica que su amor platónico está ingresado en un hospital a causa de un balazo? Y peor aún, ¿cómo le digo que es culpa mía que esté en ese estado?

—¿Angie?—so voz me devuelve a la realidad y la miro con dolor en la mirada.—¿Estas bien?

Casi me río ante eso. Aquí el único que no está bien es Leonardo y tengo que fingir que lo está para sonreír cada día sin que se me note lo duro que es para mí.

—Camila...—le cojo las dos manos y me las quedo mirando atentamente. Nunca se me han dado muy bien este tipo de cosas.—La razón por la que estoy aquí no es porque vaya a haber boda, sino es porque Leonardo está en coma en un hospital.—decido soltarlo de golpe y esperar su reacción, que no tarda en llegar.

Todo su cuerpo se tensa y es entonces cuando levanto la vista, preocupada de que no haya dicho nada. Pero su cuerpo lo dice todo a la vez.

Sus ojos vidriosos parecen perdidos en otro mundo y todo su cuerpo de ha quedado estático en el mismo lugar.

—¿Camila?—pregunto en voz baja para que reaccione. Y su arrebato me toma totalmente desprevenida.

—¡No! ¡Mentira!—se levanta como un rayo y se aleja lo más posible de mi.—Mientes, no es verdad...—de sus ojos no paran de brotar lágrimas y en su mirada puedo ver como me suplica que le niegue lo que he dicho y que le confiese que es una broma de mal gusto.

Pero no puedo hacer eso. Le estaría mintiendo a ella y me estaría mintiendo a mí y por mucho que me duela en el alma tengo que aceptar la realidad. Y decirlo en voz alta es el primer paso.

—Hace poco más de un mes Leonardo sufrió un disparo en el pecho que le perforó un pulmón.—mi voz es a panes un leve susurro lleno de dolor, pero Camila parece oírme.—La herida no perforó ningún otro órgano, pero perdió mucha sangre y los doctores no saben si podrá recuperarse del todo.—no me doy cuenta de que yo también estoy llorando hasta que me noto las mejillas húmedas y la voz rota.




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