Este capítulo se sitúa antes de empezar la historia. Se centra en la relación que Leonardo tenía con Katia.
LEONARDO
—Espera. Rebobina,—insiste Tiago sentándose frente a mí con los ojos bien abiertos.—¿Fuiste a la gala de inauguración, te emborrachaste y terminaste acostándote una de las modelos?
—Sí.—mustio cabizbajo.
—¿Y cuál es el problema?—ríe mi amigo dejándose caer en el sillón delante de mí sin cuidado.
—Estoy casado, Tiago.—le recuerdo severo dándole otro largo trago al whiskey de mi vaso
Llevo toda la tarde encerrado en el apartamento de Tiago bebiendo y contándole el tremendo embrollo en el que me he metido. ¡Quien me manda a beber de esa manera, joder!
Y es que después de nuestras habituales discusiones con Katia, me vi obligado a asistir a un bodrio de evento el cual no quería ir solo, pero terminé yendo para contentar a la prensa y a mis padres.
El problema vino cuando me sentí tan frustrado con mi matrimonio que empecé a beber hasta que lo último que recuerdo son las torneadas y largas piernas de una pelirroja encima mío. Ni de su nombre me acuerdo.
Joder, Leonardo. Esta vez te has lucido.
—Si, esa es otra de las cosas por las que ahora mismo te estaría dando una paliza por no haber tenido los huevos de contármelo antes.—replica Tiago mosqueado.
¿Otro de mis errores? Haber aceptado la promesa a Katia de no decirle a absolutamente nadie sobre muestro casamiento. Hasta la fecha de hoy no entiendo el por qué me lo hizo prometer con tanta urgencia, pero ya no puedo más, ya no puedo aislarme de mi amigo cada vez que quiere salir a tomar algo.
—¡Te lo estoy contando ahora!—exclamo perdiendo los nervios. Sé que hice mal, pero en ese momento estaba atado de pies y manos.
—Claro, cuando ya no tienes escapatoria.—discute tomando también un largo trago de su vaso, pero lo suyo es coca cola. Supongo que alguno de los dos ha de mantener la mente fría.
—¿Que hago?—me lamento con voy rasposa, producto de la desesperación y escondiendo la cara entre las manos.—Como Katia se entere de esto...
—Te va a dejar y serás libre para acostarte con quien te dé la gana.—termina por mí, pero lo único que se gana es una mirada fulminante.
—De verdad que no entiendo cómo sigo escuchándote.—refunfuño maldiciendo en voz baja.
—Porque sabes que tengo razón y te da miedo aceptar lo evidente.—me replica del todo convencido.
—¿Aceptar el qué?
—Que ya no estás enamorado de Katia.—suelta como si nada y me atraganto con la bebida.
—¡¿Cómo se te ocurre...
—¡Oh, vamos Leo!—vocifera carcajeándose de mi enojo creciente.—Puedes mentirte y decirte que esa chica que conociste en la universidad sigue siendo la misma que ahora duerme a tu lado, pero no es así.
—Eso no es cierto, ha pasado por muchas cosas y ahora con la presión de mi padre para heredar la empresa todo se ha vuelto más complicado.—nos intento justificar buscando las palabras adecuadas.
Cuando nos casamos todo era muy feliz y me sentí pleno, pero cuando mi padre empezó a presionarme con el negocio y el linaje familiar todo se fue yendo a pique.
Paso horas encerrado en el despacho de mi padre, que dentro de poco será mío. Me marcho muy temprano y regreso a casa muy tarde. Incluso a veces me encuentro con la cena en el microondas y Katia ya dormida.
No puedo culparla por no ser la misma mujer que conocí en la universidad. Todos hemos cambiado.
—Te lo sigo diciendo, puedes defenderla o hacerte el ciego para no ver la verdad, pero vuestra relación ha cambiado mucho. Y no para bien, debo añadir.—sus palabras duelen. Me recuerdan una y otra vez lo que intuyo, pero mi mente se niega a aceptar.
—Katia me ama y yo a ella.—sentencio terminándome el whiskey y haciendo una mueca al notar como me arde la garganta al tragar.
—¿Entonces por qué te acostaste con otra mujer?
E ahí la cuestión.
—¡Porque estaba borracho!—exploto sintiendo que me estoy quedando sin recursos para defenderme.
—Eso no lo justifica. Aunque una persona esté al borde del coma etílico, si de verdad ama a su mujer, no se va a la cama con otra.—responde tajante y mirándome sin una pizca del humor que hasta entonces ya mostrado.
Tiene razón, ninguna excusa que le ponga para decorar lo que realmente pasó servirá para arreglar este desastre. Es una infidelidad en toda regla y sé que debería contárselo a Katia lo antes posible, pero mi parte egoísta dice que eso no fue nada, que no tiene importancia. Que lo mejor es continuar como si nada.
—Estoy muy perdido, Tiago.—confieso apartándome de un manotazo las solitarias lágrimas que ruedan por mis mejillas.
—Lo sé, amigo. Lo sé.—me consuela apretándome el hombro.—Pero las cosas tienen que cambiar. Por tu salud física y mental, y por la de Katia. Por los dos
***
Cuando despierto me encuentro tumbado en el sofá del salón de casa de Tiago e inmediatamente me incorporo comprobando la hora del reloj.