Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 2

Sabéis lo que uno piensa por la noche antes de irse a dormir y reza para que, con un poco de suerte, le toque un jefe medianamente tolerante y amable. Pues en mi caso la suerte no está de mi parte, para nada. 

Al parecer el hombre con el que me encontré ayer en el bosque y discutí, bueno, se llama Leonardo Gobbi y básicamente será mi jefe. ¡Genial! ¿Que puede ir mal?

Me encuentro sentada en una de las sillas de su luminoso despacho. Tengo las piernas cruzadas y mis manos aprietan fuertemente mis rodillas. Su mirada me da un repaso de pies a cabeza, pasando por mis zapatos de tacón, a mis pantalones de tela y a la americana que se ciñe a mi cintura. Me remuevo incómoda en la silla, lo que parece llamarle la atención.

—Mira a quien tenemos aquí,—dice cómo si no se creyera su mala suerte. Bueno entonces ya somos dos.—al parecer nuestros caminos vuelven a cruzarse, señorita Leblanc. Y veo que ya no trae esa cinta de pelo.

—Por desgracia.—nos quedamos mirando fijamente. Desde aquí puedo apreciar con detalle el color de sus ojos, pero son preciosos. ¡Alto, Angelique! Esto es serio.

—¿Tiene usted como vicio contestar con lo primero que se le viene a la cabeza a su superior?—no parece divertido, es más, parece que está bastante enfadado. 

Pone sus manos encima de la mensa esperando mi respuesta y al hacerlo el traje que lleva se le ciñe a sus brazos y deja notar sus músculos. Y que decir de su rostro... tiene el mentón marcado y se ha dejado un poco de barba, cosa que le hace lucir aún más sexy. ¡Para ya de pensar eso Angelique!

—La gente suele decir que soy maleducada pero en mi opinión creo que soy demasiado sincera.—me aclaro la voz y levanto la cabeza en señal de que no me intimida su actitud.

—Aprecio mucho la sinceridad, señorita Leblanc—habla con voz baja pero clara y en su cara no hay ningún signo de expresión.—pero debo decirle que si quiere este puesto no vuelva a dirigirse a mi con tanta confianza y desenfreno.—habla con voz dura.—Y ahora retírese y asegúrese de no cometer el mismo error mañana.—al acabar de decir eso, sin mirarme, guarda los papeles y sigue a lo suyo.

—¿Estoy contratada?—no puedo evitar preguntar con emoción. Que rápido.

—¿Acaso no me ha oído? La quiero mañana a las 8 en mi despacho.—dice aún sin mirarme.

Decido ignorar su pregunta y me dirijo a la puerta y cuando estoy a punto de abrirla su voz me detiene.

—Señorita Leblanc,—me giro y lo veo observándome detenidamente.—no me decepcione.—Y dicho esto vuelve a dirigir su mirada al ordenador.

***
Estoy en un café al lado de la empresa Gobbi y aún no me puedo creer que vaya ha tener un trabajo. No tengo ningún título universitario ni experiencia laboral, seguramente por eso me ha dado el puesto como su ayudante, para que le sirva cafés y le ordene los papeles.

Pienso en lo diferentes serían las cosas si André no se hubiera casado con Laura. Ahora mi familia no estaría casi en la ruina y yo seguramente estaría estudiando en la universidad de artes en París. Pese a las circunstancias me reconforta pensar que todo esto lo estoy haciendo por ellos y por fin puedo poner en práctica mi español en un lugar que no sea la escuela o en casa.

Perdida en mis propios pensamientos saco mi blog de dibujo del bolso y empiezo a dibujar el gran edificio rodeado de pequeños árboles. A parte de la fotografía, el dibujo en carboncillo es mi segunda pasión y me puedo pasar horas dibujando.

No sé que hora es cuando la gente de la oficina empieza a salir y me veo buscando a mi nuevo jefe. Angelique por favor no seas tonta, él no se va a mezclar con sus empleados. Eso sería rebajarse de nivel.
Me río de mi propio pensamiento y continúo con la tarea de dibujar el paisaje. 
Estoy a punto de terminarlo cuando oigo una voz llamar a alguien.

—Leonardo,—grita la voz—¡Leo espera!—alzo la vista para encontrarme a un chico de unos 25 años llamando al que a partir de mañana será mi jefe.

Hay que admitir que el chico no está nada mal. Lo primero en lo que me fijo es en su alta estatura, apuesto a que es más alto que Gobbi. Su pelo es castaño y lo lleva despeinado y, como no, se nota su cuerpo bien trabajado debajo de esos tejanos y esa camiseta corta ligeramente apretada.

—Santiago, que sorpresa tu por aquí.—su voz me saca de mis pensamientos.

—Que puedo decir, estás como desaparecido.—dice riendo mientras se abrazan.

No llego a oír lo que se dicen pero veo a Leonardo reír. Esta persona es completamente distinta a la que he conocido en el despacho. Lo hará para guardar las apariencias, supongo.

Noto que me los he quedado mirando, así que intentando que no me noten recojo todas mis cosas y las intento meter en el bolso pero, como la buena suerte nunca me puede acompañar, se me caen todos los dibujos y carboncillos por el suelo haciendo ruido.

Merde...—maldiciendo me agacho para recoger todo el desastre que he causado.

Cuando ya estoy acabando de guardar todos mis papeles veo una mano tendiéndome uno de mis dibujos. Sigo el brazo de la persona que me ha tendido el folio y me encuentro con unos ojos grises que no había visto nunca pero rápidamente me doy cuenta de que son los ojos del amigo de mi jefe así que me apresuro a levantarme y cogerle el dibujo.




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