¿Sabéis la sensación que tenéis cuando abres el congelador en invierno y te sale una ráfaga de fío helado que te hiela hasta el último pelo? Pues está sensación es la que estoy experimentando ahora mismo en el despacho de Leonardo Gobbi.
Esta mañana me había propuesto llegar un poco más temprano para que me diera tiempo a organizar toda su oficina, pero al parecer al señor también se le ha cruzado la idea de venir más temprano. Así que aquí estoy, acabando de poner en orden los papeles y el café bajo su atenta mirada.
No quiero que me ponga nerviosa, pero lo hace. El simple hecho de que esté en su silla parado sin hacer nada más que verme me pone los pelos de punta.
—¿Se divirtió mucho ayer, señorita Leblanc?—pregunta aún mirándome fijamente pero sin expresar nada.
—¿Disculpe?—digo desconcertada.
—La vi riendo mucho con sus nuevos compañeros. Este es un trabajo serio, hay mucha gente esperando su puesto si usted no lo aprovecha como es debido.—su voz adquiere un tono más amenazante a medida que habla.
Ante ese mal comentario no me puedo aguantar las ganas y le respondo lo primero que se me pasa por la mente.
—Que yo sepa en el contrato de trabajo no ponía nada de que estaba prohibido reír o ser amable con los demás trabajadores. Y respecto al puesto de trabajo, con todo el respeto señor Gobbi, no he cometido ninguna falta en los días que llevo trabajando así que no tiene motivos para despedirme.
Al instante que termino de hablar me arrepiento. Se levanta de la silla y se acerca lentamente a mí. De lo nerviosa que estoy dejo los papeles en la mesa para que no vea como tiemblan las manos y me pongo derecha.
—En primer lugar no quiero que pierda el tiempo con sus tonterías, no me interesan. Y segundo, no vuelva a dirigirse a mí de esa manera. Ya se lo dije el primer día, soy su superior. Merezco un respeto.—su tono de voz es frío. Más que eso, es tan helado como el polo norte. Y su persona se ha ido acercando mucho a mí, diría yo que demasiado.
Quiero replicarle y grítale que yo le hablaré como me dé la gana porque se lo merece y es un capullo, pero seguramente me quede sin trabajo si le digo eso. Aunque, pensándolo bien, sí que le podría decir eso. Pero no en español.
Sonrío perversamente y empiezo a recitarle la Biblia en verso.
—Vous êtes un vieil homme amer qui profite de sa position dans l’enterprise! J’aimerais te voir te salir les mains et savoir ce que c’est que d’avoir une vie vraiment dure! Et une dernière chise, va te faire foutre!—por fin liberada me dirijo a salir del despacho no sin antes girarme para verlo con la boca abierta y los ojos llenos de sorpresa y desconcierto. Solo espero que de verdad no me haya entendido.
Cierro la puerta de un golpe y me dirijo toda airosa a mi mesa donde me siento y empiezo a ordenar unos documentos importantes.
Mientras los reviso no puedo aguantar una sonrisa que triunfo al recordar su cara descompuesta por la sorpresa.
No sé si debería estar arrepentida por mi atrevimiento, pero curiosamente no lo estoy. Supongo que es porque no me ha entendido, creo. La traducción literal sería algo así: «¡eres un viejo amargado que se aprovecha de su posición en la empresa! Ya me gustaría verle a usted ensuciándose las manos y saber lo que es tener una vida realmente dura. Y una última cosa, ¡váyase a la mierda!
Uy, como descubra lo que le he dicho ya me puedo estar buscando otro trabajo.
Estoy tan concentrada ordenando los documentos y pensando en lo que acaba de pasar que no me doy cuenta de quien se me acerca con paso rápido y furioso.
—¿Se puede saber que me ha dicho?—apoya las manos en la mesa impidiendo que pueda seguir con la tarea y me mira un furia contenida apretando les dientes.
—Lo siento señor Gobbi estoy muy ocupada ahora mismo.—digo con voz neutral e ignorándolo completamente. Cosa que lo pone más furioso y se va inclinando más y más cerca de mi cara.
—No me trate cómo a un imbécil, señorita Leblanc. No se lo voy a consentir.—su mandíbula está demasiado apretada y sus labios a penas de mueven. Bonitos labios, por cierto.
Angie, ¡céntrate!
Sonrío ante sus palabras. La verdad es que sí que lo he tratado cómo un imbécil, pero en mi defensa se lo tenia merecido.
—No le trato cómo ningún imbécil, señor Gobbi. Le trato con el respeto que se merece.—he dejado de ignorarlo para enfrentarlo.
Al hacer esto quedamos a escasos centímetros el uno del otro y nuestras narices están casi rozándose. Estamos unos segundos mirándonos fijamente, él con su mirada furiosa y yo con desafío hasta que se decanta por separase y apartar la cara rápidamente.
—No vuelva a hacer eso.—dice todo enfadado y desconcertado.
Tal cómo sale, entra de nuevo a su oficina y solo cuando oigo la puerta cerrarse me permito soltar todo el aire contenido y apoyarme en el respaldo para coger el aire que no sabía que estaba reteniendo. ¿Qué no haga el que? ¿Acercarme tanto o dejarle como un imbécil? Bah… que más da.