Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 5

Me dirijo a la cocina con la intención de prepárame un café para empezar bien el día cuando, de repente escucho un golpe seguido de un grito procedente la habitación de Violetta. Sin dudarlo corro a abrir la puerta para encontrármela encogida en un rincón de la cama llorando y tirándose los pelos de la cabeza. 
Al instante sé de que se trata. A Violetta le ha dado un bajón. Le pasa desde hace tres años cuando murió su novio. Al principio le costó mucho superarlo y entró en una gran depresión, llegó casi a plantearse suicidarse pero con nuestra ayuda pudimos hacerla entrar en razón y se ha ido recuperando poco a poco, aunque a veces sufre recaídas. Como esta.

—Violetta, Vio…—la llamo cogiéndole de la cabeza para que me mire.—Escúchame, escúchame sólo a mí.—a veces en sus recaídas la mente le juega malas pasadas.

—Luca…—dice llorando fuertemente.—ayúdame Angie, ayúdame, por favor. No puede soportar más este dolor.—su cara esta llena de dolor y desesperación surcada por un mar de lágrimas.
En seguida me pongo a su lado y la abrazo fuertemente haciendo que esconda su cara en mi hombro y se desahogue.

—Shh…—la intento tranquilizar acariciándole el pelo.—ya está, cariño, ya pasó.—ella sigue llorando desconsoladamente llenándome el hombro de lágrimas pero no me importa. Al contrario, la abrazo más fuerte.

Teóricamente tendría que estar ya en el trabajo y sé que Leonardo se va a volver loco cuando no me vea pero me da igual perder mi trabajo. Mi amiga está sufriendo y necesita mi ayuda, no hay más que decir.

No sé exactamente cuanto rato nos pasamos abrazadas en la cama, ella con la cara escondida en mi hombro y yo con los brazos rodeándola fuertemente acariciándole la cara y peinándole el pelo, hasta que se calma y su respiración se vuelve regular.

—¿Sabes? El otro día en el trabajo conocí a unos amigos muy simpáticos y una de ellas, Elena se llama, tiene una voz chillona y no para de hablar.—le hablo que cualquier cosa para distráela un rato.—Algún día te la presentaré, nos vas a echar de casa por no dejarte leer con nuestros gritos.—digo sonriendo y oigo una pequeña risa ahogada salir de del fondo de su garganta.

—Debería conocerla y decirle que te mudes con ella, así me dejarías leer como es debido.—su voz suena ronca debido al llanto pero se las apaña para hablar y hace ademán de levantarse.

—Por cierto, ¿tu no deberías estar en el trabajo?—dice ahora preocupada.

—¿Y dejarte sola es ese estado?—expreso divertida señalándola de arriba a bajo con el dedo. 
Ella me mira mal y se sienta al borde de la cama.

—Muy graciosa.—sonríe falsamente.—pero ahora en serio, llama al trabajo. No quiero que te despidan por mi culpa.

—Si eso te hace feliz…—ruedo los ojos y cojo el teléfono marcando el número de Alex ya que no tengo ninguno más. ¿Tendría que pedirle el número a Leonardo para emergencias?

ANGELIQUE: ¡Alex! ¿Podrías avisar a Leonardo de que no voy a poder ir hoy a trabajar? Me ha salido una emergencia muy urgente.

“10 minutos después”

ALEX: ¿En serio? ¿¡Por que siempre tengo que ser yo el que le dé las malas noticias a Leonardo!?

ANGELIQUE: Porque eres el más pacifista del grupo, si le digo a Claudia o a Elena se van a poner histéricas. Además solo tengo tu número 😜.

ALEX: Ya te vale… ¡me debes un favor! Y ahora le digo a los demás que te agreguen para que los molestes a ellos también 🙄.

ANGELIQUE: ¿Te han dicho alguna vez que eres un amor de persona? 

ALEX: Alguna que otra vez he oído el comentario 😇.

ANGELIQUE: ¡Suerte con el cascarrabias! Au revoir rousse 😚 «adiós pelirrojo»

ALEX: Que harías sin mí… Chao francesa 🤓

Sonrío por el comentario y rezo para que no le pase nada hoy con Leonardo.

—¡Hecho!—digo tumbándome en la cama poniendo los brazos detrás de la cabeza.—Mi jefe ya sabe que hoy no voy a ir a trabajar. 

—¡¿Que!?—responde poniéndose de pie y mirándome cómo si estuviera loca.—¡Podrías haber dicho que llegarías tarde, no que directamente no irías a trabajar!

—Tranquila Violetta, no me va a pasar nada por que no vaya un día. Además prefiero pasarlo contigo. No te puedes quejar de mi buena obra.—digo inocentemente y mirándola tranquilamente. Al final se rinde y se tira conmigo a la cama.

Nos pasamos la mañana en casa o, mejor dicho, tumbadas boca arriba en la cama recordando y riéndonos de nuestras estupideces de cuando éramos más pequeñas.

—¿Te acuerdas esa vez cuando le pusiste a Laura crema depilatoria en su botella de champú?—casi no puede hablar de la risa y yo me tapo la cara recordando ese día.
Mi hermano me dijo que finalmente él y Laura, su ahora esposa, se iban a vivir juntos y yo, enfadada, entre en su baño y le cambié el champú. Su grito al ver pelos a mechones en sus manos se escuchó hasta en Corea del Norte.




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