Camino por la calle nerviosa al pensar en lo que me espera en la oficina. Por mucho que aparente indiferencia no quiero que me despidan, de verdad me está gustando el trabajo.
Y la otra cosa que me preocupa es la actitud de Leonardo, desde que me dijo eso por la noche no he podido dejar de darle vueltas y vueltas sin llegar a una solución.
Todavía de los nervios, me aliso la falda negra y mi camisa blanca con mis sudorosas manos y me decido a entrar. Levanto la cabeza y ando hasta el despacho de Leonardo cómo si no pasara nada.
Llamo suavemente a la puerta y su voz me da permiso para entrar.
—Buenos días, señor Gobbi.—entro por completo en su despacho cerrado la puerta suavemente. Me voy acercando a la silla haciendo ruido con los tacones cuando veo la mirada de Leonardo recorrer mi cuerpo de arriba a bajo con una expresión oscura en su mirada, trago duro.—¿Quería verme?—me detengo detrás de la silla y espero expectante a que responda.
Tarda solo unos segundos en volver la mirada indiferente, pero alcanzo a ver algo más aunque no sé muy bien que es.
—Sí, quería verla.—se levanta acomodándose el traje y da la vuelta al escritorio para apoyarse en él. De este modo quedamos a menos distancia y eso me pone más nerviosa.—Insisto en que me dé una explicación de su ausencia,—estoy a punto de responder cuando me interrumpe alzando una mano.—me refiero a una buena explicación. Se lo dije ayer por teléfono, ¿no se acuerda?—dice alzando una ceja.
Me acuerdo de él llamándome por teléfono y diciéndome que lo que pasó en el ascensor no lo quería olvidar.
Al parecer pensamos lo mismo porque los dos nos miramos con intensidad. Sus manos están apretando fuertemente el borde de la mesa y yo estoy con las manos echas puños en los lados.
No tengo idea del tiempo que pasamos mirándonos el uno al otro pero al final decido hablar para romper este silencio tan incomodo.
—Como ya le dije tuve una emergencia personal,—digo en voz baja y seca.—no volverá a repetirse pero por favor no me haga que se lo diga. Es muy personal.—le suplico con la mirada. No suelo hacerlo pero ese tema no me afecta a mi y no le voy a contar a mi jefe la vida personal de mi mejor amiga.
Al parecer mi mirada por fin lo ablanda un poco porque se acaba rindiendo.—Está bien, no hace falta que me lo diga.—me mira serio cruzado de brazos.—pero Angelique, si algún día necesitas cualquier cosa no dudes en llamarme.—dice amablemente para después sonreír.—ya tienes mi número.
Me quedo sorprendida por su cambio de actitud. Primero está serio, luego me mira con una intensidad abrumadora, después vuelve a estar serio para finalmente sonreír divertido. De verdad que no entiendo a este hombre.
—Es-está bien, señor.—mi voz tiembla ligeramente a causa de la impresión.
—Y otra cosa,—se levanta de la mesa y se acerca más a mí hasta que nos quedamos a menos de un metro de distancia.—este fin de semana tengo una conferencia en Madrid y como mi secretaria me vas a acompañar.
Si antes estaba sorprendida, ahora estoy alucinada. ¿Ir a una conferencia en Madrid con él? Hay Dios.
—¿Todo el fin de semana? ¿Pero y dónde vamos a quedarnos? ¿Es necesario que esté yo presente?—tengo tantas preguntas que mi mente empieza a hacer cortocircuito.
—Para empezar. Si, será todo el fin de semana y nos alojaremos en un hotel de confianza. Y respondiendo a su última pregunta. Es indispensable que esté usted allí.—dice completamente seguro de sí mismo y con actitud resuelta.
—¿Por que?—pregunto desconcertada.
—Porque eres mi secretaria, Angelique.—se acerca más con la mirada clavada en mis ojos.—Y, además, me gustaría pasar tiempo con usted.—sus ojos son de un azul cielo con destellos dorados al borde de la pupila que hipnotizan. Nunca unos ojos me habían parecido tan hermosos y podría pasarme horas contemplándolos
—¿Conmigo?—pregunto aún perdida en sus ojos. Estamos tan cerca que puedo ver con detalle las manchas de color que tienen sus ojos. De repente se tensa y se separa de golpe, dejándome fría y temblorosa.
—Si, con usted. Para conocerla más en el ámbito laboral.—se apresura a decir.—es decir, conozco cómo trabajan todos sus compañeros, excepto usted.—habla muy rápido y mueve mucho las manos para hacerme entender algo tan sencillo como eso. Está nervioso. Me alegro que no sea a la única que le pasa esto.
—Entendido. El fin de semana en Madrid entonces.—digo contenta ante el descubrimiento.—ahora si eso es todo me retiro a trabajar.
—Claro, claro. Aún hay que hacer mucho papeleo para la conferencia.—dice ido. Supongo que pensando en otras cosas.
Le sonrío amablemente una última vez y me dirijo a la puerta. Justo antes de salir su voz me detiene y sus palabras me dejan helada.
—Un gusto volver a verte, Angelique.—me giro y lo veo sentado en su silla mirándome con esa mirada que me pone los vellos de punta.
—Lo mismo digo, Leonardo.—es la primera vez que digo su nombre estando él delante y se siente de maravilla, y más, viendo su cara de pura sorpresa. Con el pulso acelerado salgo del despacho y me dirijo a mi mesa para concentrarme en mis tareas para organizar la conferencia del sábado.