Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 9

Al despertarme siento como si un camión me hubiera pasado por encima. Dios esto es peor que el día que me golpeé la cabeza con el techo de casa, larga historia. 
Sin fuerzas salgo de la cama para tomarme las pastillas para amortiguar este dolor insoportable.

—¿Hay pastillas para el dolor de cabeza?—pregunto con la voz rasposa al entrar a la cocina y lo que me encuentro no me anima mucho más. Violetta está durmiendo prácticamente encima la mesa con una taza de café al lado.—veo que aún no hay nadie en casa.—me acerco a la silla y la zarandeo del brazo pero no reacciona. Preocupada de que esté muerta o algo, acerco la oreja a su boca para comprobar si aún respira.—Bueno, al menos está viva.—murmuro para mí misma.

Busco algo que comer pero no encuentro nada que me apetezca así que aprovecho para quitarle el café a Violetta. Ya se dará cuenta cuando vuelva a este mundo.

Me dirijo al baño para arreglar un poco las pintas de mapache que llevo y me meto directamente en la ducha sin mirarme al espejo porque no quiero sufrir un infarto tan temprano. 
Me doy un baño de lo más relajante que me ayuda a despejar las migrañas de la noche pasada y me visto con unos simples pantalones, una camiseta blanca y botines de tacón negros, me aplico un poco de base para cubrirme las ojeras y poniéndome la chaqueta cojo el bolso y todo el equipaje necesario para este fin de semana y salgo dejándole una nota a Violetta.

***

Tal como había dicho Leonardo, su chofer me está esperando fuera cuando salgo de casa. 

—Buenos días, señorita Leblanc.—dice un señor de mediana edad con canas.—soy Pablo Jimenez, chofer del señor Gobbi.

—Encantada. Buenos días Pablo.—respondo estrechándole la mano.

La verdad es que Pablo es un hombre muy amable. A diferencia de su dueño, pienso. Nos pasamos todo el camino hablando y él me cuenta que es de Barcelona pero que al gustarle tanto viajar a estado trabajando para personas de mayor parte del mundo. También he descubierto que a parte de los muchos idiomas que sabe hablar, puede hablar algo de francés así que nos hemos pasado una parte del viaje hablando en francés.

A las nueve y media me encuentro en la pista de aterrizaje donde se encuentra un enorme avión. El de la compañía supongo.
Me quedo impresionada al verlo y Pablo lo nota.

—¿Impresionada?—dice complice.

—Un poco Pablo, un poco.—sigo admirando el enorme avión privado.—¿como puede la compañía tener un avión privado?

—¿Quien dijo que era de la compañía?—dice y de repente me giro para comprobar que no se está riendo de mí. ¿Este avión es de Leonardo? Madre mía…

Me ayuda a sacar el equipaje y me hace entrar al avión. El interior es todavía más impresionante que el exterior. Lo primero que veo son unos enormes sillones de cuero blanco a los lados de las ventanas con unas mesas de vidrio al lado. Sigo adelante por el pasillo y abro la primera puerta que veo, dentro hay un enorme dormitorio con una cama de matrimonio también grande en medio de la habitación.

—¿Explorando el avión, señorita Leblanc?—su voz me sobresalta y hace que cierre la puerta de golpe. Leonardo se ríe y el sonido me trae recuerdos de la noche anterior en su coche, nuestros labios rozándose y sus manos acariciándome. Intento apartar estos recuerdos de mi mente y me giro para encararlo. Va vestido con su traje negro muy formal, a diferencia de ayer.

—Algo así, señor Gobbi.—le sonrío de vuelta haciendo ver que su presencia no me ha puesto nerviosa. Mi actitud parece haberle desconcertado porque se me ha quedado mirando serio con una mirada indestructible. 

—Será mejor que nos vayamos a sentar, el avión ya está a punto de despegar.—se aclara la garganta y me indica uno de los sillones que hay al lado de la ventana, él se sienta en el de enfrente. 

—¿Has podido descansar bien, Angelique?—susurra acercándose a mi para que nadie más lo oiga, aunque parece que estamos solos.

—Bueno, he tenido mejores noches la verdad.—le respondo del mismo modo y veo como sonríe un poco.—Y usted, Leonardo ¿Ha podido dormir bien?

—Igual que usted, he tenido mejores noches, pero no me puedo quejar.—su voz va perdiendo volumen conforme avanza. Le voy a preguntar que a qué se refiere con eso de que no se puede quejar cuando aparece el camarero con algo de comida. Así que me lo quedo mirando con la duda aún en la mente y frunciendo el ceño.

Durante la hora que tenemos de viaje nos dedicamos a hablar solamente del horario de trabajo que nos espera en Madrid. Me informa de que voy a tener que acompáñalo durante toda la conferencia y que vendrán unos socios muy importantes que hay que impresionar así que no se pueden cometer errores. 

La mayor parte del tiempo lo escucho pero hay momentos en los que mi mente me juega malas pasadas y me lo quedo viendo fijamente pensando en el ardiente beso que nos dimos ayer en su coche y en las ganas que tengo de repetirlo, y aún más con ese traje que le queda ajustado al cuerpo marcando sus músculos cuando se mueve. 




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