Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 13


Su padre se va acercando lentamente como un depredador acechando a su presa. Se detiene justo delante nuestro y se toma su tiempo para analizarnos, primero a él y después a mi. 

—Hace un momento me has dicho que era solamente tu ayudante, pero ahora salgo y os veo en esta situación.—su tono de voz es neutral y eso es lo que me da más miedo. Los momentos antes de que explote la bomba.—Me has decepcionado.—Hace una pausa cerrando los ojos y Leonardo solo se lo queda mirando en tensión.—Acepté que no quisieras casarte después de lo que pasó con Katia, pero nunca me imaginé que aprovecharías esta situación para liarte con la primera que se te ofreciera.—me señala con el dedo con desdén. Actúa como si yo no estuviera presente escuchando cada una de sus venenosas palabras. 

—¡No le hables así! ¡Ni siquiera la conoces!—grita Leonardo enrabiado. Aprieta los puños y fuerza su agarre en mi cintura. Yo estoy de lo más incómoda y humillada. Quiero salir de aquí cuanto antes.

—No me hace falta conocerla para saber que solo busca tu dinero. Siempre es lo mismo, deberías buscarte una mujer de tu misma posición social.—ahora parece más viejo y cansado. Me mira con una ceja alzada como preguntándose qué hago aún aquí y, para ser sincera, no yo misma lo sé.

—¡Por dios, padre! ¿En que siglo vives?—Leonardo está que echa humo por las orejas y tiene toda la cara roja marcándosele una venita en el cuello. Se quedan mirando intensamente sin decir ni una palabra. Todo el odio que desprenden se lo dicen por los ojos.

—Será mejor que me vaya.—digo apenas en un susurro no viendo la hora de salir corriendo de esta más que incómoda situación.

—No.

—Si.—dicen los dos a la vez. Su padre sigue sin dirigirme ni una mirada y Leonardo me rodea aún más fuerte si es posible. De verdad que no quiero ser el motivo de su pelea.

—Leonardo, déjame ir.—susurro volviéndome hacia él y apartándole la mano de mi cuerpo.

—No, tú te quedas. No voy a consentir que te falte el respeto de esta manera.—responde con el mismo tono de voz que yo, resistiéndose a quitar la mano.

—Leonardo, por favor.—digo con voz ahogada apenas audible.—no quiero estar más aquí. Y no quiero ser el motivo de vuestra discusión.—le miro con ojos suplicantes esperando que así comprenda cómo me siento y me deje marchar.

—Está bien.—se rinde pesadamente pasándose una mano por la cara y soltándome definitivamente. Tal como me suelta me vuelvo en dirección a su padre para dejarle unas cosas claras. 

—Disculpe señor, pero ni yo lo conozco ni usted me conoce a mi para juzgarme de esa manera.—a parte de incómoda también estoy enfadada. Por tener dinero no le da derecho a ser un hijo de puta.—Y el echo de que ahora mismo me esté acusando de ir detrás de su fortuna, refuerza mi punto de que no tiene ni idea de cómo soy. Así que le agradecería de que, al igual yo no lo he acusado de ciertas cosas que se me están pasando por la cabeza, usted hiciera lo mismo conmigo.—Una vez desahogada me fijo que lo he dejado boquiabierto y sin palabras, al igual que Leonardo que me está mirando entre incrédulo e impresionado.

Para acabar de hacer mi salida triunfal, camino deprisa hacia la puerta de la terraza y subo corriendo las escaleras hasta mi habitación, no me detengo a esperar el ascensor.

Quiero correr, gritar, perderme en lo más profundo de mi ser y no volver jamás. Siempre tengo que hacer algo para estropear las cosas. 
No me siento mal conmigo misma, es más, estoy muy orgullosa de la persona que soy. Me siento mal por las palabras hirientes que me ha dicho su padre y también me siento mal por haber provocado una pelea entre ellos.

Me tumbo en la cama boca arriba aún con el vestido puesto y me quedo observando el soso techo. No tengo ni idea de cuanto rato llevo allí tirada cuando oigo unos suaves golpecitos en la puerta. Inmediatamente sé de quien se trata y ahora no me apetece hablar con él.

—Vete, por favor.—digo desde la cama sin moverme ni un milímetro.

—Angelique, déjame entrar, por favor.—oigo la voz de Leonardo a lo lejos.—solo quiero hablar y disculparme por lo que ha pasado con mi padre.—al no recibir respuesta por mi parte sigue insistiendo.—Si no me abres la puerta me voy a pasar la noche sentado aquí en el pasillo esperando.

—No digas tonterías, Leonardo.—digo cansada.—Vete a dormir, mañana ya hablaremos. Ahora no tengo ganas.—al decir aquello no escucho nada así que pienso que me ha hecho caso y se ha ido a dormir. 

Decido que ya es hora de levantarme de la cama y quitarme el vestido. Estoy dispuesta a ello cuando veo la puerta abrirse repentinamente provocando que suelte un pequeño grito.

—¡¿Que narices crees que estás haciendo?!—le suelto histérica. ¿Quién se cree que es para entrar en mi habitación sin mi consentimiento?

—Lo siento padrona, pero no me has dejado opción.—sonríe inocentemente cerrando la puerta.

—¡Lárgate!—chillo. Él se ríe y se queda parado en medio de la estancia. Cogiendo el primer cojín que veo se lo lanzo con todas las fuerzas estrellándose de lleno en su cara. Se tambalea por la sorpresa y yo no puedo evitar estallar en una fuerte carcajada.




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