Cuando me subo al coche me doy cuenta de que no sé dónde vive Leonardo así que le envío un mensaje a Tiago preguntándoselo. Ni loca le digo a Leonardo que voy a ir a su casa, este es capaz de prepararse alguna excusa.
Cuando estoy en frente de su puerta me paro un poco dudosa de llamar, pero sacudo la cabeza y con toda la dignidad que tengo llamo al timbre. Ya que he venido hasta aquí, me voy a ir con mis dibujos.
Oigo la puerta abrirse para mostrarme a un Leonardo completamente desaliñado. Lleva unos pantalones de chandal y una camiseta de tirantes blanca que deja al descubierto sus bien formados y bronceados brazos.
—¿Angelique, que haces aquí?—su cara es todo un poema y me mira con el ceño fruncido cruzándose de brazos, provocando que mi vista se dirige a sus bíceps. «¿Cómo debe sentirse estar entre esos brazos?» Salgo de mi estupor cuando hace un ruidito con la boca. Parpadeo, sorprendida de haber sido pillada en ese momento y me sonrojo un poco.
—Quiero mis dibujos de vuelta.—me cuadro de hombros y suelto todo lo firme que puedo. La mirada del chico pasa de ser desconcertada a ser una divertida al comprender lo que está pasando.—¿Que te hace tanta gracia?—pregunto un poco irritada por su repentino ataque de risa.
—Tu me haces gracia.—se recuesta en la puerta y me observa divertido mientras yo aprieto los puños y lo hago a un lado para pasar.—¡Oye! Aquí nadie te ha invitado a entrar, señorita.—finge indignación y yo bufo girándome justo en medio del salón, no sé dónde están las cosas en esta casa. Obvio.
—¿Puedes dejar de hacer la broma?—digo sin una pizca de diversión.—Quiero irme cuanto antes a casa.—sus cejas se fruncen y yo me cruzo de brazos desafiándolo.
—La puerta está abierta, nadie te lo está impidiendo.—aún parado delante de la puerta me hace un gesto con la mano para que salga y mi enfado va subiendo.
—¿Es que acaso no me has oído antes?—lo último que me apetece es aceptar su propuesta e irme de vuelta a casa. No, me iré cuando mis dibujos estén a salvo conmigo.—Quiero mis dibujos, ya.
—Mala suerte, no los tengo yo.—cierra la puerta de un portazo y empieza a andar hacia la cocina. Lo sigo pisándole los talones.
—¿Como que no los tienes tu? ¡Pero si me dijiste que te los habías llevado!—chillo desesperada corriendo detrás de él. Se encoge de hombros.
—Si, pero se lo di a mi chofer y se han quedado en el coche.—dice tranquilamente mientras abre la nevera y casa una botella de zumo.
—¡Pues haz que vaya a buscarlos!—me niego a irme sin ellos. De verdad que no quiero que los vea, sé que es estúpido pero aún no estoy preparada para que vea que lo dibujo. Podría pensarse cosas que no son.
—Angelique, no voy a despertar a mi chofer sólo para que te vaya a buscar unos dibujos que pueden esperar hasta mañana.—se está bebiendo el zumo con toda la calma del mundo mientras yo estoy aquí muriéndome de los nervios.
Me acerco a él lo más rápido que puedo y le arrebato la bebida de las manos haciendo que, sin querer, los dos quedemos bastante cerca.
—Leonardo. Mis dibujos.—los dos nos hemos quedado inmóviles en el sitio, lo único que hacemos es lanzarnos intensas miradas. Sus ojos azules me miran como debatiéndose que hacer ahora y en un momento dado se desplazan hacia mis labios.
Noto el calor subiéndome por las mejillas y me relamo los labios cuando los noto secos por la intensidad de su mirada.
—¿Leo…?—mi pregunta es interrumpida por un balbuceo que no llego a entender seguido por unos hambrientos labios que me devoran ávidamente. Al principio estoy en shock pero cuando empiezo a reaccionar y a entender lo que está sucediendo no me lo pienso dos veces y le sigo el beso.
Engancho mis manos en su sedoso y rizado pelo y él me aprieta la cintura haciendo que quedemos más unidos. Sin poder evitarlo suelto un leve gemido que es ahogado en su boca, en respuesta, me eleva por los muslos y me deja encima la mesa de la cocina. Sus manos recorren toda la longitud de mis piernas y es en ese momento en el que me doy cuenta que me he presentado en su casa con unas mallas pegadas a mis piernas, lo que hace que pueda acariciarme mejor. Sus caricias van subiendo hasta llegar a mi trasero, donde lo aprieta fuertemente haciendo que los dos soltemos un gemido. Me pego más a él deseándolo con todas mis fuerzas, ¡a la mierda el control! Deseo esto desesperadamente y mi capacidad para reaccionar ha muerto justo en el momento en que los labios de Leonardo empiezan un recorrido por mi cuello.
—Dios…—me muerdo fuertemente el labio inferior para evitar desmayarme. Mis manos se descontrolan y empiezan a acariciar su pelo, su pecho y sus hombros. Sus manos hacen lo propio con el mío y lo despeinan completamente. Nuestras lenguas chocan y se juntan en un duelo que ninguno quiere perder. Bajo las manos hasta el dobladillo de su camiseta y se la quito de un tirón, es solo un segundo el que tengo para admirar su perfecto cuerpo porque vuelve a la carga con sus hinchados labios. Justo cuando sus manos se están adentrando en mi camiseta el sonido del móvil nos interrumpe, haciendo que Leonardo se aparte enseguida y me mire horrorizado. «Que hemos hecho». Cojo el movil de la encimera con las manos temblorosas y contesto lo más natural que puedo.