Me he pasado parte de la noche dando vueltas en la cama pensando en el increíble beso que Leonardo y yo compartimos en su casa horas atrás, y la otra mitad soñando con ello así que se podría decir que prácticamente no he dormido nada.
Fui a su casa con la intención de recuperar mis dibujos y lo único que conseguí fue salir con un cacao mental más grande que la Torre Eiffel. Me gustó el beso, ¡y tanto que me gustó! ¡Me encantó! Y si pudiera lo repetiría una y otra vez, pero tengo que controlarme, esto no se me puede salir de control. Él es mi jefe y me puede traer muchos problemas tener una relación y yo soy su secretaria. Nada más.
Con ese sombrío pensamiento entro en la empresa y voy directa a su oficina, ya no estoy dispuesta a esperar más por mis dibujos y, aunque no estoy un poco nerviosa de volver a verlo después de lo ocurrido, mi ansia por volver a tener el cuaderno en mis manos es más fuerte.
Llamo a la puerta y tras escuchar un fuerte "adelante", me adentro en el despacho.
—¿Tiene un minuto?—entro despacio hablando sin levantar mucho la voz, quiero pasar lo más inadvertida que pueda. Sus ojos se encuentran con los míos y empiezan a saltar chispas por toda la estancia.
—Claro, claro. Pasa.—parpadea y aparta la vista a la mesa para volver a sentarse desabrochándose la americana.
—Me gustaría recuperar mis dibujos, si no es mucha molestia.—estoy parada detrás de la silla sin querer sentarme, lista para marcharme cuanto antes. No quiero ser grosera pero el hecho de saber que sea él el que tiene mis pinturas me pone enferma.
—¿Tus dibujos?—pregunta desconcertado.—Ah sí, ya recuerdo.—me dedica una mueca que se supone que es una sonrisa, pero eso es mucho suponer. Se levanta y abre el cajón de la mesilla donde guarda su libreta y saca mi blog de dibujo.
Se toma su tiempo en cerrar el cajón y acercármelo, en ese momento yo ya estoy a punto de saltarle encima para quitárselo de las manos.
Me lo tiende sin decir nada y yo lo cojo rápidamente apretándolo fuertemente contra mi pecho. Ahí está ha salvo.
—Muchas gracias.—susurro agradecida, pero inmediatamente se me viene a la mente una pregunta que me lleva rondando desde que me enteré que me había dejado el blog.—¿has mirado mis dibujos?—pregunto entrecerrando los ojos. Noto cómo se empieza a remover en la silla y tarda en responder.—¿lo has hecho?—a penas se oye mi voz y mis ojos están abiertos como platos. «Que diga que no por favor, que diga que no.»
—Bueno...—se rasca la nuca y se pasa la mano por el pelo, despeinándoselo aún más.—¡Fue un accidente! Yo no quería, pero al cogerla se me cayeron unos cuantos y no lo pude evitar.—se intenta excusar pero yo ya no lo escucho. Estoy clavada en el suelo con el cuaderno aplastando mi pecho y una mirada horrorizado hacia él.
—¿C-cuales has visto?—empiezo a respirar con dificultad y mis ojos empiezan a aguarse. Sé que estoy actuando muy exageradamente pero no lo puedo evitar. Mi mente va a mil por hora.
—¿Angelique, estás bien?—se levanta preocupado y se acerca donde me encuentro. Por instinto retrocedo negando con la cabeza.
—¿Cuales has visto, Leonardo?—digo alzando la voz desesperada. Él suspira y se apoya en el borde de la mesa.
—Digamos que he visto algunos retratos míos.—lo dice sin mirarme y con la mano aún en su nuca.
—No...—susurro apenas escuchándome. Enseguida me doy la vuelta para salir corriendo, no puedo estar más en esta habitación con Leonardo. No después de que haya visto mis dibujos de él. Corro hacia la puerta pero antes de que pueda salir una mano al lado de mi cabeza me lo impide. Intento empujar la puerta pero Leonardo tiene más fuerza, así que me acabo rindiendo, pero no me giro.—Déjame ir, Leonardo, déjame...—antes de terminar la frase me coge del brazo y me da la vuelta, de manera que quedamos frente a frente, mirándonos intensamente.
—No hasta que me hayas escuchado.—su voz no admite replicas y estoy atrapada entre su cuerpo y la puerta, no tengo escapatoria. Respiro hondo y trago fuerte.—Estos dibujos son increíbles,—«espera, ¿que ha dicho?» mis ojos se abren involuntariamente y me aprieto más a la puerta, seguramente he oído mal. Rueda los ojos ante mi reacción y, mirándome fijamente se acerca aún más si cabe a mi. Me va a dar un soponcio si sigue así.—Si, Angelique. Son los mejores dibujos que he visto en mi vida. No sé por qué te da tanta vergüenza enseñarlos.
—Supongo porque tengo miedo de lo que la gente pueda pensar si lo hago.—es la primera vez que hablo desde que me ha acorralado y mi voz sale ronca a causa de mi boca seca.
Al decir eso a Leonardo se le suaviza un poco la mirada y con la mano que no me tiene prisionera me acaricia suavemente la mejilla. Yo cierro los ojos disfrutando del contacto.
—Eres la mujer más increíble e inteligente que he conocido con un talento excepcional. ¿A quien le importa lo que los demás piensen? El arte es expresarte como realmente eres, ignora a la gente que intenta arruinar eso.—sus palabras se han suavizado hasta adquirir un tono dulce y sus caricias no están ayudando a mi esfuerzo por mantenerme cuerda.