Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 28

No tengo muy claro como se va a tomar Leonardo que hoy no vaya a la empresa. Bueno, él quería vivir la vida rompiendo con la monotonía, ¿no? pues aquí tiene su espontaneidad. Tanta que no va a ir a trabajar, o va a ir más tarde. No creo que le pase nada.

Lo estoy esperando impaciente sentada en el sofá con el móvil en una mano y la cámara en la otra. Si voy a pasarme el día casi sin hacer nada voy a aprovecharlo para sacar algunas fotos más. 
Son las ocho y media en punto cuando me llega un mensaje de Leonardo diciéndome que está esperándome abajo, así que me apresuro a salir con el bolso en mano. 
Una vez en la calle me acerco al impresionante coche negro y entro alegremente.

—¿Que llevas puesto?—pregunta mirándome con el ceño fruncido. Yo hago lo mismo y miro mi atuendo. No veo ningún problema.

—Ropa.— Llevo puestos unos pantalones blancos rotos por las rodillas, un top gris ajustado de mangas largas y un poco escotado. He decidido usar mis preciadas zapatillas y mi cinta de pelo. 

—Muy graciosa, eso ya lo veo.—dice señalándome todo el cuerpo.—Me refiero a que no vas vestida con ropa de trabajo.—es en ese momento que no puedo contenerme más y empiezo a reírme a carcajadas, pero él sigue mirándome impasible. «Dios, ¿tan importante es?»
Ruedo los ojos y pongo mi mejor sonrisa.—Ayer me quedé hasta muy tarde en casa de una amiga y me dejé la ropa de trabajo allí.—miento levantando los hombros sin preocupación. 

—¿Y es que acaso solo tienes ese conjunto?—se cruza de brazos entrecerrando los ojos como si no se terminara de creer mi mentira. 

—¡Los otros están para lavar!—suelto desesperada, ¿no se lo puede creer y ya?—Bueno, ¿sabes que? Si tan importante es que vaya arreglada, llévame hasta su casa y ya me cambio.—lo desafió con la mirada y al final asiente firme y tras preguntarme su dirección se pone en marcha.

No le digo que la dirección que le he dado es la de casa de Elena, por lo que nadie va a responder ya que acaba de salir hace diez minutos. No tengo planeado rendirme ahora.

Al llegar a nuestro destino salgo del coche y obligo a Leonardo ha hacer lo mismo, si esto sale bien no quiero que tenga la posibilidad de escapar.
Y como es de esperar, Elena ya se ha ido y no hay nadie en casa. Me vuelvo hacia Leonardo con una sonrisa pintada en la cara.

—Al parecer no hay nadie en casa.—me encojo de hombros aún sin perder la sonrisa.

—Eso parece.—suspira mirándome con un poco de sospecha.—Más vale que nos vayamos poniendo en marcha, esta vez te dejo pasar el atuendo pero a la próxima no.—se gira para subirse al coche pero lo detengo.

—¡Espera!—grito corriendo hasta el borde de la acera.—el otro día Violetta me compró unos pantalones y no me van bien. ¿Me podrías acompañar a devolverlos?—pregunto con inocencia y sonriendo como un angelito.

—¿Ahora?—me mira como si le estuviera hablando en otro idioma.—Mejor esta tarde, se nos hará tarde.—lo veo dispuesto ha subirse al vehículo pero lo paro a tiempo.

—¡Oh, vamos! Será solo un momento y estamos cerca del centro.—digo con las manos juntas en la cara cómo suplicándole. Hago un puchero y tras lanzarme una mirada exasperada termina suspirando y aceptando.

—Está bien, te acompaño a cambiar los dichosos pantalones.—doy saltitos de alegría por la acera.—¡Pero solo cinco minutos! No hay que llegar tarde.—me señala advirtiéndome y yo niego repetidas veces con la cabeza lo más seria que puedo.—Solo cinco minutos.—dice completamente serio y me pongo a andar calle arriba esperando que Leonardo se ponga a mi lado.

Entramos al centro comercial y pasamos por una tienda de golosinas, inmediatamente lo empujo dentro.

—¡Vamos, quiero un chupa chup!—lo cojo por el brazo y lo arrastro hacia la tienda.

—Angelique, hemos acordado que solo serían cinco minutos.—protesta pero sin oponer ningún tipo de resistencia.

—No seas aguafiestas, solo quiero comer.—cuando conseguimos entrar me siento como en el paraíso. Las golosinas son mi perdición.

Recorremos la tienda entera y, mientras yo voy cogiendo cada cosa que se me pone en frente, Leonardo se limita a mirarlos con desconfianza. «Por dios, ¡las golosinas no te van a comer!»

—¿Podemos irnos ya?—pregunta suspirando impaciente con las manos metidas en los bolsillos de su caro traje.

—Ya casi, espera que cojo unas pocas más.—respondo echándome más chocolate a la bolsa hasta llenarla prácticamente del todo.

—¡Pero si ya llevas dos bolsas!—exclama incrédulo señalando los paquetes que llevo en la mano.

—Nunca es suficiente cuando hay dulces de por medio.—sonrío pícara y sigo llenando los recipientes hasta que creo que ya está bien o, bueno, hasta que veo que no dan más de sí.—Perfecto, vamos a pagar.—me dirijo a la dependienta feliz y estoy dispuesta a pagar cuando la mano de Leonardo me lo impide.

—Cuanto es.—pregunta buscando en su billetera y saca un pequeño fajo de billetes.




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