Sorprendentemente hoy estoy energética y de buen humor, con ganas de llegar a la empresa y trabajar. Tengo la sensación de que eso se debe a que mis días de me hacen más amenos con Leonardo y se me pasan rápido, pero nunca voy a admitir esto en voz alta.
—Buenos días, petit fleur.—saludo alegre a Violetta sirviéndome un baso de zumo.
—Buenos días para ti también.—me devuelve el saludo y se me queda mirando con el café a medio beber y una ceja alzada.—¿Y ese espíritu de buena mañana?
—Bueno, ya sabes. Buen tiempo, buen desayuno...—sigo tomándome el zumo sin poder sacarme la sonrisa boba de la cara y Violetta lo nota.
—Yo sé lo que te pasa.—entrecierra los ojos y se recuesta en el mármol de la cocina, la forma que quedamos de frente.
—¿Que me pasa de qué?—intento hacerme la loca, pero me conoce demasiado bien como para no saber lo que está pasando.
—Tú estás así por Leonardo.—se cruza de brazos dejando el café a un lado y me mira con suficiencia al saber que ha dado en el clavo
—No lo puedo evitar.—dejo escapar un largo y sonoro suspiro, peinándome el pelo nerviosamente.—Cuando estoy con él es como si el mundo desapareciera y sólo fuéramos él y yo.—intento explicarme lo mejor que puedo, pero no me es fácil.—Estoy empezando a sentir algo muy fuerte por Leonardo y tengo miedo.
—¿Miedo a qué?—pregunta comprensiva. Parece que al final sí me ha entendido.
—Al rechazo supongo.—respondo encogiéndome de hombros.—Ha que él no sienta lo mismo, ha que si le confieso mis sentimientos, toda la relación que hemos construido de vaya por la borda.—voy bajando la voz hasta que ha penas es un susurro.—Ha abrir mi corazón y que lo rompan de nuevo.—me quedo con la cabeza gacha y noto como Violetta se acerca y me pone una mano en el hombro.
—Sé que no soy la más indicada para hablar de tema.—se ríe ligeramente.—Pero si he aprendido algo de todos estos años que llevo siendo amiga contigo, es que tienes que arriesgarte para ganar. Entiendo tu miedo, porque yo tengo el mismo,—hace una pequeña pausa y continúa.—pero si no haces nada puede que algún día te preguntes qué hubiera pasado si le hubieras confesado tus sentimientos.—me mira comprensivamente y con una expresión dulce.
—Vaya, ¿de donde has sacado toda esta sabiduría de repente?—río aún un poco nerviosa y mirándola sonriente.
—Mm...—se pone la mano en la barbilla, fingiendo que piensa.—Creo que lo aprendí siendo tu amiga.—las dos nos sonreímos con un gran amor y nos abrazamos fuertemente.—Eso, y los libros también ayudan.
—Gracias por el consejo.—la abrazo fuertemente para luego soltarla.—Tengo que irme o voy a llegar tarde.—me despido con un beso en la mejilla y, antes de que pueda salir por la puerta, la voz de Violetta me interrumpe.
—Angie,—me giro, pensando que ya me va ha regañar por haberme dejado el baso sin lavar.—pero ten cuidado, por favor, no quiero verte mal por ese hombre.—asiento lentamente, un tanto desconcertada por su desconfianza hacia Leonardo y salgo cogiendo las llaves del coche.
***
—Te veo bien, Angie.—Alex se acerca a mi mesa tan solo verme llegar. Con toda la confianza del mundo aparta cuidadosamente unos cuantos papeles y se sienta encima.
—Me encuentro bien, la verdad.—sonrío mostrándole los dientes, dejando ver mi felicidad. Ante ese gesto la expresión del chico se vuelve pícara y es entonces cuando me doy cuenta de mi error.
—¡Pervertido!—lo golpeo en el brazo con un fajo de papeles, haciendo que se ría aún más.—¡No me refería a eso, por Dios!—me tapo la cara, notando como empiezo a sonrojarme.
—¿No pasó nada interesante?—niego con la cabeza intentando dejar de ponerme roja.—¿nada picante?—insiste sin poder creérselo.
—¡Que no!—me siento abochornada.—¡Y deja de decir eso!—no es que me desagrade la imagen, pero al decirlo me lo imagino, y digamos que tengo una mente muy creativa e inoportuna que se despierta en los peores momentos. Y este es uno de ellos.
—Vale, vale.—levanta las manos en son de paz ante la mirada matadora que le dedico.—Pero apuesto lo que sea que termináis juntos.—ruedo los ojos, exasperada de que todo el mundo me esté repitiendo lo mismo.
Voy a responderle cuando el teléfono de la oficina me interrumpe.
—Oficina del señor Gobbi.—ignoro las señas de burla que me hace Alex y me concentro en atender al cliente.
—Señorita Leblanc, a mi oficina. Ahora.—y cuelga. Me quedo mirando el auricular con el ceño fruncido. Que raro, Leonardo no suele hablarme así.
—Debo ir a ver que quiere Leonardo, hablamos luego.—me levanto y le doy un abrazo despidiéndome.
—¿Que va a querer? ¡Pues a ti!—vuelve a exclamar Alex elevando la voz. Le tapo la boca rápidamente y, fulminándole con la mirada le doy la espalda y me dirijo al despacho de Leonardo.