Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 32

Ya estoy completamente arreglada con el vestido dorado que compré con Tiago y me encuentro sentada en el sofá junto a Violetta.

—¿Puedes hacer el favor de calmarte?—me sobresalta, provocando que pegue un salto en el asiento.

—No lo puedo evitar.—respondo jugando con el movil entre los dedos.—Por una parte estoy ansiosa para que Leonardo me vea y se arrepienta por haberme tratado como lo hizo, pero por otro lado tengo miedo de meter la pata y echarlo todo a perder.—sigo jugando con el pequeño bolso plateado con la mirada fija en él.

—Angie,—me pone la mano en el hombro y me obliga a mirarla.—si alguien es capaz de presentarse a la fiesta de los padres de tu jefe a los que, por cierto, no les gustas, con su mejor amigo sin que él lo sepa ni te haya invitado, esa eres tú.—me sonríe reconfortante y yo le devuelvo el gesto, aliviada.

—Gracias.—nos abrazamos fuertemente y nos separamos al escuchar el timbre.

—¿Lista para bailar?—exclama Tiago entrando alegremente como si fuera su casa. 

—Eso creo.—respondo un tanto insegura.—Pero sabes que no vamos a ningún club, ¿verdad?—ante mi comentario Tiago le resta importancia haciendo un gesto con la mano y nos despedimos de Violetta.—No creo que vuelva muy tarde.—le digo dándole un beso en la mejilla.

—No hay problema.—me da un último apretón de manos y salimos.

—En serio te ves deslumbrante.—me halaga Tiago una vez en el coche.—Leonardo se va a morir cuando vea de lo que se ha perdido.—sonríe engreído y yo ruedo los ojos, pero escondo la cara en detrás de mi pelo suelto para que no vea la pequeña sonrisa que amenaza con salirse.

Aparcamos en el gran estacionamiento de la casa o, bueno, mejor dicho mansión. El recinto está adornado con pequeñas luces colgadas de los farolillos que iluminan el camino. A la izquierda hay un enorme jardín repleto de árboles, arbustos y rosales, en medio de este se encuentra un banco de piedra tapado ligeramente por unos cuantos arbustos. Al pasar mi vista por toda la extensión de hierba llego a ver una hamaca y un columpio colgados de un gran árbol. Inmediatamente me dan ganas de correr hacia él.

—Vamos.—Tiago me saca de mis pensamientos y me conduce a la entrada de la casa.

Justo antes de entrar me suena el móvil indicando que tengo un mensaje. Lo abro pensando que puede ser de Violetta o de alguno de mis compañeros de trabajo, cuando me quedo de piedra.

DESCONOCIDO: Por lo visto no has seguido mi consejo... No creas ni por un segundo que esto va a seguir así. Leonardo tiene una tendencia... ¿cómo decirlo? de quedarse en el pasado.

Justo debajo del mensaje aparece una imagen en donde se muestran a dos personas tumbadas en la hierba muy cerca el uno del otro y, ¡que sorpresa! Somos nosotros.

Mi cuerpo se niega a moverse y, dado que voy del brazo de Tiago, este se detiene y me mira interrogante.

—¿Estás bien?—pregunta observando mi extraña reacción. Yo aún me encuentro un tanto alterada por el mensaje, pero me obligo a sonreír y guardar el movil en el diminuto bolso.

—Perfectamente.—intento sonar lo más firme que puedo y, tomando una gran bocanada de aire, retomamos el paso hacia la entrada.

—Ya verás que todo va a ir bien.—me anima palmeando la mano que tengo apoyada en su brazo. Supongo que ha malinterpretado la situación y se ha creído que mi reacción se debe a los nervios. Mejor así.

Si el exterior de la casa me ha parecido impresionante, por dentro es todavía más espectacular. El salón es enorme y está completamente iluminado por unas grandes lámparas de araña que cuelgan del dorado techo. El suelo es de un mármol brillante, tanto que casi puedo reflejarme en él. Más al fondo, un poco más apartado de la multitud, hay unas formidables escaleras, también de mármol, recubiertas con una alfombra roja.

«Madremia, aquí no escatiman en gastos»

Deslizo la mirada por toda la estancia cuando, de repente, noto una mirada fija en mí. Inquieta, intento dar con la persona que me observa cuando mis ojos se encuentran con los de Leonardo. En ese momento el mundo se detiene y solo existimos él y yo y, a pesar de la distancia que nos separa, puedo distinguir el azul de sus ojos, así como también puedo distinguir la tensión que emana su cuerpo.

—Ya te dije yo que ibas a deslumbrar.—estoy tan concentrada en Leonardo que no me he dado cuenta cuándo Tiago se ha separado de mí y ha traído dos copas de champán.

—Gracias.—digo aceptando la copa y llevándomela a los labios sutilmente pintados de rojo.

—Salud.—choca su copa con la mía y le pega un gran sorbo. Al hacerlo mis ojos se desplazan automáticamente a su garganta y veo su nuez moverse al tragar.

Normalmente Tiago siempre se ve bien, pero esta noche está realmente apuesto. Lleva un traje gris oscuro con los primeros botones de la camisa abiertos, dejando a la vista parte de su bronceada piel.

—Tiago.—oigo la voz de Leonardo al otro lado y me giro lentamente para encararlo.—Veo que has traído a tu cita.—en ese momento su mirada se dirige a mí y lo único que veo es frialdad e indiferencia. Lo ha dicho con rintintín, como si estuviera comprobando se de verdad he venido con él o no.




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