Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 33

Soy despertada por el horroroso sonido del movil. ¿Que hora es para que ya me estén llamando? Aún con los ojos cerrados me desperezo en la gran cama y abro lentamente los ojos. ¿Desde cuando el techo de mi habitación es gris? 

Desconcertada, me siento de un golpe en la cama para darme cuenta de que no llevo nada puesto a excepción de unas bragas. 

—No, no, no. Dime que no.—analizo rápidamente la habitación en la que me encuentro para darme cuenta de que, efectivamente, no es la mía.

Esta habitación es el doble que la mía, el suelo está cubierto por una moqueta color gris, a los dos lados de la cama hay una mesita de noche negra con una pequeña lámpara. Justo delante mío hay una ventana enorme con las cortinas negras a medio abrir, un poco más a la izquierda hay un mueble marrón con muchos cajones y libros apilados, decorado con un cuadro justo encima. 

Me paso una mano por la cara y cierro los ojos con fuerza. «Dios, que he hecho». El movil vuelve a vibrar y lo cojo para saber quién es.

VIOLETTA: ¿Dónde estás? Dijiste que no vendrías muy tarde y ya son las cinco de la mañana.

Y el siguiente:

VIOLETTA: En serio, estoy preocupada. Tiago me ha dicho que no te fuiste con él anoche. ¿Acaso te quedaste en casa de Leonardo?😱

Y otro:

TIAGO: Supongo que debes haber pasado la noche con Leonardo😏. De nada, preciosa😉

Ay madre, que vergüenza. Tiro el movil de cualquier modo en la cama y empiezo a pensar manera de escabullirme de aquí sin ser vista.
Oigo el agua de la ducha correr, por lo que supongo que Leonardo se está duchando. Perfecto, esta es mi oportunidad para escapar.

Aún con la sabana enrollada alrededor de mi cuerpo recojo toda mi ropa esparcida por el suelo y me la pongo tan rápido como puedo. No quiero mirarme en el espejo porque entonces me daría cuneta de lo mucho que me ha gustado lo de anoche. 
Arreglo mi pelo como puedo para que parezca más o menos decente y me llevo los tacones en la mano para no hacer mucho ruido. 

Consigo cerrar la puerta detrás mío intentando no hacer mucho ruido y, asegurando que dejo la puerta cerrada corro hacia las primeras escaleras cómo si mi vida dependiera de ello que, pensándolo bien, mi vida sí que depende de esto.

—Disculpe, señorita.—oigo una voz a mis espaldas e inmediatamente me detengo, pero sin darme la vuelta.—Señorita.—repite apresurándose a acercarse a mí.

Tomo una profunda respiración y lentamente me giro, poniendo mi mejor sonrisa falsa. Me encuentro delante de un hombre alto y corpulento de unos sesenta años. Tiene las facciones bastante marcadas y la cara surcada de arrugas. Su pelo es blanco como la nieve y tiene los ojos más claros que el agua del mar.

—¿Si?—mi voz sale un poco temblorosa, espero que no se haya notado mucho.

—Nunca la he visto por aquí.—me analiza de arriba a bajo y su expresión se torna desconfiada y su ceño se frunce, pronunciando aún más las arrugas por la edad.—¿Quien es usted? ¿Y que hace aquí?—se cruza de brazos y yo me quedo muda. No sé que respóndele si no es exponiéndome a mí y no quiero que la gente me tome por una cualquiera.

—Eso puedo explicarlo yo.—Los dos nos giramos al escuchar la voz firme de Leonardo desde el otro extremo del pasillo—No te preocupes Sancho, está conmigo.—se acerca hasta donde nos encontramos y me rodea posesivamente con los brazos alrededor de mi cintura. El hombre se nos queda mirando y antes de asentir y marcharse, entrecierra los ojos en mi dirección.

Cuando se va me quedo sola, en medio del pasillo con Leonardo. «¿Podría haber algo peor? Ah sí, si que lo hay.» No me atrevo a mirarle a la cara pero puedo notar sus ojos quemando mi nuca.

—Angelique.—mi nombre en su boca suena maravilloso y me dan ganas de derretirme en sus brazos, y más teniéndolo justo a mi lado, a dos palmos de distancia.—Angelique, tenemos que hablar.—como puedo y sin todavía mirarlo, le aparto cuidadosamente su mano de mi cuerpo y me quedo mirando la parte superior de su camiseta, aún no estoy preparada para verle los ojos.

—No hay nada de que hablar.—me cuadro de hombros y trato de convencerme.—Lo que pasó anoche fue un error y no puede volver a repetirse.—lo oigo soltar un bufido y quedarse parado en el sitio, poniéndose tenso.

—¿Eso es lo que piensas?—su voz suena rota y yo muero por decirle que no, que no creo que sea un error y que me encantaría repetirlo, pero en vez de eso opto por permanecer callada.—¿De verdad dices que fue un error?—al ver que yo sigo sin contestar vuelve a insistir y me levanta el mentón para que deje de negar con la cabeza y lo diga de una vez.—Angelique, no voy a impedirte que te vayas si eso es lo que realmente quieres. Pero no estoy dispuesto a dejarte ir así como así.

—Leonardo,—mi garganta está seca y mi voz suena áspera.—esto no está bien. Tu eres mi jefe y yo soy tu secretaria, además has dejado muy claro en numerosas ocasiones que no significo nada para ti a parte de una complicación. Lo mejor es que me vaya y hagamos como si esto no hubiera pasado.—le dedico una última mirada y empiezo a andar hacia las escaleras.




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