Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 34

Desde que empezamos a salir juntos, hace ya una semana, Leonardo se ha portado muy cariñoso conmigo. Es atento, amable, un poco sobre protector y, aunque él no quiera admitirlo, también es un poco romántico. Durante el trabajo intentamos actuar lo más normal que podemos, nos intentamos tratar con formalidad, pero a veces no podemos evitar darnos muestras de afecto como algún que otro beso o algún apretón de manos.

—¿Que tenéis tú y Leonardo?—casi vierto al café encima del ordenador por el susto que me ha dado Elena.

—Dios, ¿es que acaso quieres que me de un ataque?—digo poniéndome la mano en el corazón, intentando calmarlo.

—Primero quiero que me digas qué pasa entre Leonardo y tu.—coge una silla que hay delante de su mesa y la coloca a mi lado.

—¿Pasar? ¿Que va a pasar entre Leonardo y yo? Nada.—intento no mirarle a la cara y sigo tecleando en el ordenador, pretendiendo que estoy concentrada en lo que tengo que hacer.

—Ya, claro. Y yo soy virgen.—suelta Elena cruzándose de brazos y apoyando la espalda en el respaldo de la silla.—Mírate, si te has sonrojado y todo.—inmediatamente me toco las mejillas para ocultar el rubor pero ya es demasiado tarde, Elena ya lo ha notado y si está riendo.

—¿Tanto se me nota?—pregunto en voz baja un poco cohibida. 

—Solo un poco.—retuerzo los dedos por la mesa y Elena me pone su mano encima la mía y me mira cariñosamente.—Pero tranquila, nadie en la empresa lo sabe, solo los que te conocemos sabemos el por qué de tus ojos brillantes y tu boba sonrisa.—dejo ir lentamente el aire que estaba conteniendo y le devuelvo la sonrisa, más calmada.

—De verdad me gusta y me da miedo de que mis sentimientos crezcan y me acabe rompiendo el corazón.—decido confesarle lo que me ha estado preocupando toda la semana.—Sé que él puede tener todo lo que quiera y tengo miedo de que se acabe aburriendo de mí.

—Angie,—me hace mirarla directamente a los ojos y mi coge por los hombros.—a ese hombre se le nota a quilómetros que está coladísimo por ti, lo traes loco.—se ríe del echo y yo bajo la cabeza, intentando esconder una pequeña sonrisa.—Además, ¿quién podría aburrirse de ti? Si eres un imán para los problemas.—no puedo evitar reír ante el comentario. No sé cómo termino metida en la mitad de problemas en los que me meto.

—Gracias, necesitaba escucharlo de alguien más.—le dedico una sonrisa de agradecimiento.—Pero, por favor, no se lo digas a nadie.—la fijamente suplicándole con los ojos.

—Tranquila, soy una tumba.—hace ver que se cierra la boca con una cremallera y las dos reímos.—¿pero no te importará que Alex lo sepa no?—frunzo el ceño y Elena me hace una seña con la cabeza para que mire en la dirección que me dice.—Ha estado pegado a mi estos últimos días para que te preguntara sobre el tema.—y efectivamente. Cuando localizo a Alex lo veo leyendo unos papeles, pero no puede evitar que se le escapen miraditas hacia dónde nos encontramos.

—Está bien, díselo a Alex.—digo divertida.—Pero sólo a él.—le apunto con el dedo y ella asiente entusiasmada antes de levantarse e irse corriendo a hablar con Alex. Sonriendo, niego con la cabeza y continúo con mi trabajo.

***
—¿Alguien a pedido comida italiana?—pregunta una voz a mis espaldas.

—La verdad es que yo no, pero no me voy a quejar si me la tengo que comer.—respondo girándome en la silla.—Buenas tardes, señor Gobbi.—digo acercándolo para darle un beso al que corresponde de inmediato.

—Buenas tardes, señorita Leblanc.—me devuelve el saludo sonriendo ligeramente.—Que tal ha ido la mañana. ¿Ha sido muy exigente su jefe?—se sienta justo a mi lado, en la silla dónde horas antes ha estado Elena.

Abre una bolsa llena de comida que, por cierto, huele de maravilla y va sacando recipientes con todo tipo de pasta: espaguetis, arroz, raviolis... 
Ya se me está haciendo la boca agua y aún no he probado ni un bocado.

—Lo siento mucho, pero no puedo hablar mal de él durante horas de trabajo.—lo provoco mirándolo perversamente mientras lo ayudo a sacar toda la comida que ha traído. ¿De verdad espera que nos terminemos todo esto?

—Teóricamente ahora no estás trabajando.—una vez todo listo, se sienta en la silla y me mira pícaro con el codo apoyado en la mesa y si barbilla descansando en su mano. ¿Algún día dejaré de quedarme embobada ante su belleza? No, nunca.

—¿Ah no?—preguntó inocentemente.—Entonces puedo hacer esto.—lo cojo por la corbata y lo guío hasta mis labios. Él responde gustosamente a la acción y el beso se va tornando más profundo.

Su lengua se abre paso en mi boca y pierdo toda noción de tiempo. Ya no sé dónde me encuentro, estoy sumergida en un burbuja flotante que no quiero romper jamás. Le paso las manos por las mejillas y noto la barba incipiente que le está empezando a salir, me encanta.

—Si seguimos así no vamos a comer.—murmura Leonardo encima de mis labios, pero sin hacer el esfuerzo de separarse.




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