«Bienvenidos a París, disfruten de tu estancia y gracias por volar con esta compañía»
La voz de la azafata retumba mis oídos haciendo que me despierte de golpe. Bonita forma de volver a casa.
Me levanto de mi asiento y salgo del avión para ir a buscar mis maletas. Gracias a dios que esta vez no me ha tocado a nadie al lado y he podido ocupar los dos asientos, sino hubiera echado a patadas a la otra persona. No estoy en mi mejor estado de ánimo, así no es cómo había planeado volver a casa.
Mientras espero a que salga mi equipaje me pongo a pensar en lo que me espera al otro lado de la puerta de salida. Seguramente habrá venido mi padre a buscarme, cosa que me alegra. Alan es una de las personas más bromistas e inoportunas que he conocido. Suele ser amable en el mayor de los casos, pero a veces puede ofender a ciertas personas con su sinceridad, cosa de la que he sido testigo. Al igual que es un amor, también puede ser el diablo en persona cuando se enfada, mejor no estar a su lado cuando eso ocurre. Y también es bastante sobre protector conmigo, cosa que le he dicho mil veces que me molesta, pero se hace el sordo y me dice que algún día se lo agradeceré. Ya, claro. No me quiero imaginar cómo estará ahora que está pasando todo el asunto con la ex-mujer de André. Que bien se siente poder decir eso, por fin.
—Mon poussin!—exclama mi padre cuando me ve.—¡Mírate, como has crecido!—me abraza fuertemente y ruedo los ojos divertida.
—Por favor, papá. Solo he estado fuera por dos meses.—río devolviéndole con ganas el abrazo.
—Pues te encuentro más vieja. Tanto sol no es bueno, poussin.—dice cogiendo las maletas.
—Papa!—me indigno dándole un golpe en el brazo.
—Cuidado niña que tu padre ya no está para tus golpes.—dice exagerando una mueca y sujetándose el hombro, cómo si se lo hubiera roto.
No puedo evitar reírme de él durante todo el viaje a casa, sólo a él pueden ocurrírsele semejantes disparates.
Esto es una de las muchas cosas que adoro de mi padre, te puede hacer olvidar de todos tus problemas con tan solo pasar cinco minutos a su lado. Aún me duele en el alma haber terminado de esa manera con Leonardo, pero estando con mi padre puedo hacer ese dolor más llevadero.
Miro a través del cristal de la ventanilla del coche y la bajo un poco para dejar entrar el fresco aire de la mañana. A pesar de que solo son las diez, la principal avenida se encuentra muy concurrida, llena de turistas, de gente que sale a pasear con su perro, de señoras paseando con sus hijos... lo había echado de menos. En Barcelona todo es diferente, la gente no suele disfrutar de los paseos ni tampoco se paran siquiera un momento para admirar la belleza de la cuidad. En cambio aquí la gente sale a pasear y ha disfrutar del sol de primavera y el ambiente que se respira es mucho más ligero.
—¿Volviendo a admirar tu ciudad?—me sorprende mi padre.
—No lo puedo evitar, la echaba de menos.—admito volviendo a mirarle. Sigue con la vista clavada en la carretera con una pequeña sonrisa en el rostro.
Desde que he tenido memoria, todo el mundo me ha dicho que me parezco mucho a mi padre, y tienen razón. Tiene el pelo rubio ceniza, al igual que el mío que, reflejado a la luz del sol, aparecen reflejos dorados. Tal y como está ahora mismo de perfil, puedo apreciar a la perfección la forma de su perfil. Tiene un mentón marcado y la línea de la mandíbula bien definida, siempre me he reído de su nariz aguileña, diciendo que se le ve demasiado grande en su cara, pero tiene algo que hace que le quede sorprendentemente bien.
El color verdoso de los ojos parece que también lo he heredado de él, aunque los míos son más verdes y los suyos son más azulados.
—¿Que tanto me miras, poussin?—pregunta sobresaltándome.—¿Me han salido ya las canas?—se pone la mano en el pelo y finge estar preocupado.
—No, tranquilo. Aún tienes el mejor pelo del mundo.—respondo riéndome.
—No habrás hecho algo terriblemente malo y estás pensando en cómo decírmelo, ¿verdad?—adquiere un tono serio y de advertencia. Levanto las manos en modo de paz y niego divertida con la cabeza.
—Sólo estaba admirando lo bien que te conservas.—digo riendo con ironía.
—Más te vale, niña.—ríe él también. Que bien se siente volver con mi padre.
Cuando aparcamos en frente de casa me empiezo a poner nerviosa. Durante todo el viaje no me ha dado tiempo a prepararme para este momento y no sé cómo actuar. Puede que suene ridículo porque es mi familia, pero ahora todo ha cambiado y supongo que las cosas serán muy diferentes.
—Tranquila, todo va ha estar bien.—me anima mi padre.—Habrá tiempo para todo.—me aprieta la mano y, dando una gran bocanada de aire, me da ánimos para entrar.
—Angie! Comme tu m'as manqué, mon poussin!—« !Como te extrañé, mi pollito!» exclama mi madre bajando las escaleras corriendo y lanzándose a mis brazos.
—Yo también te he echado de menos, maman.—la abrazo de vuelta y cierro los ojos, disfrutando del abrazo.