Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 37

—¡Angie! ¡Despierta, es la hora de desayunar!—casi me caigo de la cama al escuchar el estruendoso grito que ha dado mi madre. Me había olvidado ya de eso.

—¡Ya voy!—grito de vuelta con la voz pastosa.

Me revuelvo entre las sábanas, negándome a salir de mi calentita y cómoda cama, pero un segundo grito de mi madre me hace desperezarme y levantarme a regañadientes.

Doy gracias que la temperatura en París sea buena porque odio el frío. Decido ponerme unos pantalones de cuero negro combinados con un jersey fino rojo. Mi intención es ponerme mis zapatillas pero al ver unos botines de tacón negro, no dudo ni un segundo en ponérmelos y, aunque normalmente no salgo a ningún lado sin mi cinta de pelo, hago una excepción y me pongo una boina roja. Al fin y al cabo estoy en París, ¿no?

—Buenos días, poussin.—dice mi padre levantando la vista del periódico al verme entrar a la cocina.—¿Has dormido bien?—decido obviar el echo de que parte de la noche me la he pasado pensando en Leonardo. 

—Buenos días, papa.—me acerco y le doy un beso en la mejilla.—He dormido como un tronco.—miento cogiendo el bol de cereales y llenándomelo hasta arriba.

—Y también parece que no hayas comido en días.—bromea mi madre irrumpiendo en el salón.—Estás preciosa, poussin.—se acerca hasta mi sitio y me recoloca la boina.

Merci.—«gracias» le dedico una sonrisa sincera y ella me la devuelve. Cómo había echado de menos a mis padres.—¿Dónde está André?—pregunto desconcertada de no verlo desayunando con nosotros. No es propio de él, además, necesitamos hablar.

Mi madre mira a mi padre y este baja la vista de vuelta al periódico. Los observo atentamente a los dos y mi madre finalmente se rinde y suspirando me lo explica.

—Tu hermano ha ido temprano a hablar con Marc para ver si puede hacer algo para cambiar el titular de todas las cuentas bancarias y retirarle la mayoría de privilegios que tiene sin que Laura pueda hacer nada.—narra en voz baja y sin mirarme a la cara. Hasta parece que le dé vergüenza hablar de ello, y no me extraña. No quiero ser mala persona, pero ya les advertí desde un principio sobre esta chica. 

Tengo que hacer un poco de memoria para acordarme que ese tal Marc fue el que me vino a ver cuando estaba en Madrid con Leonardo en nombre de mi hermano. 

Leonardo… ¿Algún día podré olvidarlo? Creo que ya sé la respuesta y esa es, no. Siento un constante pinchazo en el pecho que creo que nunca va a desaparecer y lentamente me está perforando el corazón.

Como si me hubiera leído la mente, mi madre empieza a lamentarse tapándose la cara con las manos.

—Ay, poussin! Tú nos advertiste sobre esa bruja y no te hicimos caso.—rompe a llorar desconsoladamente y, aunque no debería darme pena, no puedo evitar entristecerme por la situación por la que están pasando.—¡Lo siento! ¡Désolé!—«lo siento».

—Tranquila, no pasa nada, maman.—la abrazo fuertemente intentando transmitirle todo el amor posible.—Ya verás que todo va a solucionarse.

Mi madre sigue llorando desconsoladamente y mi padre se limita a suspirar y pasarse la mano por el pelo, nerviosamente. Me da la sensación de que esta no es la primera vez que a mi madre le vienen estos ataques.

Justo en ese momento oímos la puerta principal abrirse y mi madre se separa de mí rápidamente e intenta arreglarse el maquillaje que se le ha corrido a causa de las lágrimas.

—Que rápido has regresado, hijo.—dice mi padre dejando el periódico en la isla de la cocina.

—Si, Marc y yo hemos acordado seguir recogiendo todo tipo de pruebas para presentar la denuncia y así poder quitarle cualquier tipo de poder e influencia sobre nosotros.—se sienta en el taburete que se encuentra frente a mí y desde aquí puedo verle las marcadas ojeras que surcan sus ojos marrones y el pelo parece un nido de pájaros.

No se parece en nada al hombre orgulloso e independiente que dejé en Francia cuando me fui. Ahora se parece más a un animal malherido y abatido. No me gusta verlo así, ojalá pudiera hacer algo para cambiarlo.

—Se fuerte affection, esa arpía recibirá su castigo.—replica nuestra madre en un intento por sonar firme y convencida.

Nos quedamos en un silencio un tanto incómodo que me hace querer salir corriendo y refugiarme en un lugar seguro, como el arrollo de la montaña de Barcelona.

Ese arrollo… quiero darme cabezazos contra la pared más cercana por haber pensado en ello. Me vienen a la mente los momentos increíbles que pasé junto a Leonardo y me entran de llorar. ¿Que estará haciendo ahora? Seguramente ya habrá encontrado un substituto para cubrir mi puesto. ¿Se acordará de mí o habrá decidido pasar página? No quiero pensar en ello, sino voy a hundirme en la miseria.

—¿Angie, me estás escuchando?—le voz de André me devuelve al presente y parpadeo rápidamente para borrar de mi mente el rostro de la persona que me ha hecho sentir cosas muy fuertes en muy poco tiempo. 




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